Octavio Rodríguez Araujo
Como no soy creyente,
Santa Claus no me trajo nada, o tal vez porque no tengo chimenea. En
estos días dizque de fiestas me la he pasado pensando en lo mal que está
todo y en lo poco, muy poco, que uno puede hacer para que algo, no
todo, esté mejor. Hay, desde luego, quienes han tenido alegrías, pero no
es mi caso, a pesar de que mi salud está más o menos bien y de que
estoy rodeado de amistad y cariño de la gente que me importa
directamente. Siento que el país y el mundo en general no están bien y
esto no me alegra, más bien me deprime.
Cambia el año y honestamente para mí no significa nada, salvo un
nuevo calendario, el de 2013, año non (¿año de don?). En otras ocasiones
he comenzado a escribir un libro y eso me ha animado. Esta vez no tengo
más que muchas preguntas e incertidumbres sobre lo que está ocurriendo y
lo que puede agravarse más todavía en los próximos meses. He estado
leyendo algunos libros, uno de ellos inquietante porque me ha provocado
más dudas de las que tenía; me refiero al de Emir Sader: El nuevo topo. los caminos de la izquierda latinoamericana (Siglo Veintiuno-Clacso, 2009). En el capítulo titulado El desafío teórico de la izquierda latinoamericana, nos plantea varias reflexiones relacionadas con la estrategia de las izquierdas y de los ultraizquierdistas en realidades como la nuestra y que no pueden desdeñarse si queremos entender nuestra perspectiva más allá de un cierto voluntarismo demostradamente inviable pero muy atractivo para ciertos sectores y movimientos de moda.
Muchos de los ultraizquierdistas han recurrido con frecuencia al expediente fácil de descalificar a quienes cuestionan sus posiciones, supuestamente muy principistas pero alejadas de la realidad, tanto presente como histórica, e imprecisas o abstractas por cuanto al cómo para realizarlas. Sader cuestiona a los que nos han propuesto caminos para cambiar lo existente sin establecer cómo podríamos hacerlo y en compañía de quienes. Ejemplifica con Holloway y Negri, y nos dice que sus teorizaciones, sin ser las mismas, terminaron por “acomodarse a la falta congénita de estrategia por parte de quienes rechazaban el Estado y la política para refugiarse en una mítica ‘sociedad civil’ y en una reduccionista ‘autonomía de los movimientos sociales’, renunciando a las reflexiones y las proposiciones estratégicas y dejando así al campo antineoliberal sin armas para responder a los desafíos de la crisis de hegemonía, que se hicieron más evidentes cuando la disputa hegemónica pasó a estar a la orden del día.” Desde luego hay otras armas para enfrentar dichos desafíos, pero no son las de los movimientistas que han fracasado desde siempre.
También he releído una vieja novela de Jack Hoffenberg titulada No siembres con odio (Brugera, 1967) que, por ahí de las páginas 411 y siguientes, nos propone estrategias relacionadas con el crimen organizado llevadas a cabo en una pequeña población del sureste de Estados Unidos. Los habitantes de clase media y alta del lado norte del río se quejaban de la delincuencia callejera que inhibía seriamente su seguridad en sus casas, en la calle y en locales comerciales. Los líderes de la ribera norte del río discurrieron que para que la cuña apriete debe ser del mismo palo (o su equivalente en inglés), y escogieron como jefe de la policía a un joven ambicioso muy popular entre los pobres de la ribera sur del río, donde estaban los prostíbulos, las casas de juego clandestino, los principales antros de la región y los capos del crimen. El joven jefe de policía lo primero que hizo fue reunirse con los principales jefes de la delincuencia. Acordaron más o menos lo siguiente: sus actividades ilícitas continuarían, pero con orden y bajo estricto control: uno o dos burdeles y cero prostitución callejera, una o dos casas de juego y en relación a las drogas cero distribución pública y descontrolada. A cambio de esa tolerancia, que por cierto existe en casi todos los países del mundo, los grandes capos de la región se encargarían de impedir la inseguridad de los habitantes de esa zona y todos contentos. Me quedé pensando, como de alguna forma lo sugerí en mi artículo del 20 de diciembre, que quizá algo parecido podría hacerse en México, pues finalmente los negocios ilícitos siempre existirán. Cuernavaca, por ejemplo, era más segura cuando el
jefe de jefesestaba vivo. ¿Qué había detrás de él o de otros? ¿Qué tratos había hecho el gobierno con él o con otros? No lo sé, pero sí me consta que antes íbamos a cenar o a un bar y salíamos muy tranquilos para irnos a casa incluso con la ventana del carro abierta. Ahora no. Gracias a Calderón y su cacería de los verdaderos capos del crimen organizado ahora hay muchas cabezas, más improvisación y mayor peligro e inseguridad en todos lados.
En fin, adaptémonos a la usanza de los buenos deseos con motivo de un Año Nuevo y confiemos en que algunos cambios se den en los próximos meses. Por lo pronto no tengo motivos para estar alegre ni optimista.
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