viernes, 4 de enero de 2013

Malos tiempos para la campechanía.

Malos tiempos para la campechanía

El Rey se muestra cercano y preocupado por los suyos, pero un formato encorsetado impide arrancarle confidencias. Ya que no cabía una entrevista agresiva, se habría agradecido una charla más relajada. Manda la prudencia.


Nadie esperaba una entrevista impertinente. No tocaba un cara a cara como el de Ana Pastor con Dolores de Cospedal tras el cual el PP pidió la cabeza de la periodista; mucho menos algo similar a cuando Iñaki Gabilondo dio las buenas noches y espetó en frío a Felipe González: “¿Organizó usted los GAL?”. No íbamos a ver esta noche a un monarca acorralado por preguntas incómodas, porque ya de entrada se dijo que esta entrevista se planteaba como un diálogo sosegado dentro de un programa especial sobre el Rey y su generación, y que los asuntos más espinosos (Urdangarín, Botsuana) no serían planteados. Con eso contábamos, pero anoche la primera frase del entrevistador Jesús Hermida fue "permítame que le felicite" y el tono permaneció así de amable en los 22 minutos de diálogo. “Vuestra majestad”, se dirigía repetidamente el respetuoso periodista, al que el monarca tuteaba como acostumbra.
Si no esperábamos una entrevista agresiva, al menos habríamos agradecido una conversación relajada. Pero tampoco. Todo fue medido, encorsetado. Planos muy calculados, sobrios, no daban opción a que la cámara capture un gesto, un detalle que delate algo. Las preguntas, todas del tipo “de qué está más orgulloso” o “qué nombre pondría a su generación”, fueron en algún momento repetitivas, lo que es difícil de perdonar en una charla tan breve y con tantos temas ausentes.
Sin duda, el Rey gana en las distancias cortas. Llegaba a la entrevista en el momento más complicado de su mandato y seguramente cumplió sus objetivos: mostrarse cercano al ciudadano que sufre la crisis, solidarizarse con su penuria, reivindicar la obra política de la Transición y los beneficios del consenso y lanzar alguna advertencia contra el rupturismo catalán. Don Juan Carlos explota su simpatía personal, eso que llaman campechanía, aunque con la edad y las operaciones se le ve corporalmente más rígido, tiene la voz más ronca y, claramente, es más prudente en lo que comparte con la audiencia. Ya no grabaría un documental como el que le hizo en 1992 para la ITV británica Selina Scott, quien se metió tanto en la intimidad de la familia real que acabó ayudando al monarca a arrancar su moto.
El tiempo corre en contra de la campechanía. Un país desmoralizado por el empobrecimiento súbito no encajaría del mismo modo nada que pudiera entenderse como una frivolidad de su jefe de Estado. Los consensos sociales de la transición en torno a la figura real se han debilitado; la República ya no es tabú en el debate. En la estrategia real que siguió al traspié en África, y que pasó por una petición de disculpas sin precedentes, don Juan Carlos se dedica a preocuparse por sus compatriotas e inyectar algo de esperanza. Un rey más concienciado. Más cuidadoso.
Jesús Hermida, que es una institución del periodismo español -el hombre que nos contó la llegada del hombre a la Luna, el primer gran corresponsal televisivo, modernizador del medio en la pública y la privada- no necesita más medallas, pero ayer no ganó ninguna nueva. Chirrió que TVE presumiera tanto en la introducción de su director de informativos, Julio Somoano, de haber logrado una entrevista que su redacción persigue "desde hace una década”. Fue en 2000, al cumplirse 25 años de reinado, cuando Victoria Prego entrevistó al rey por última vez en la televisión pública y logró arrancarle confidencias más interesantes sobre la transición, el golpe de Estado o su relación con los presidentes del Gobierno.
Esta vez no tocaba ninguna revelación sorprendente. Escuchamos al Rey y entendimos su mensaje sin aprender nada nuevo sobre él. No cabía esperar una entrevista tan explosiva como la que el mismo Juan Carlos I dio a Newsweek en abril de 1976, en la que se escribía: “En opinión del Rey, Arias es un desastre sin paliativos, que se ha convertido en el soporte de los leales a Franco, conocidos como el búnker”. Eso sí que era un titular.

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