EZLN: principio y final
Luis Linares Zapata/ II y última
La reaparición de los
contingentes zapatistas de manera simultánea en varias localidades
chiapanecas tuvo, y tendrá, significados, recuerdos y consecuencias
diversas. Y, tal como se implica en el tema del presente artículo, dicha
presencia queda relacionada con dos administraciones priístas que mucho
tienen en común. A una, la de Salinas (88 a 94), la afectó de manera
crucial: inició el proceso que de-senmascaró la liviandad, la corrupción
y las ilusionadas mentiras con que disfrazó a su régimen. Y la presente
de Peña Nieto, porque lo sitúa ante un espejo que puede, también,
inducir una serie de ramificaciones incontrolables desde sus primeros
pasos. Pero lo que en verdad importa en este preciso momento es la
comprometida relación que ambas administraciones tuvieron, y tienen, con
el modelo de acelerada acumulación desigual de la riqueza. Este es el
punto neurálgico que la aparición de los zapatistas resalta en un primer
acercamiento, quizá el totalizador, porque puede marcar, de manera
indeleble, lo que suceda de aquí en adelante.
La continuidad del modelo en boga es el rasgo primordial y
definitorio del proyecto priísta actual. En ello está comprometido el
oficialismo, tal como lo hicieron sus fallidos antecesores panistas, con
férreos lazos de complicidades, lealtades y subordinaciones
manifiestas. Y de ello deberán dar pormenorizada cuenta ante sus
patrocinadores. La fidelidad que muestren en seguir conservando los
privilegios de la plutocracia dominante hará posible llevar la fiesta en
buenos términos. De las garantías y respetos favorables a la
acumulación acelerada de las grandes fortunas dependerá que les sea
extendido el más amplio reconocimiento a sus habilidades. Los acuerdos
cupulares entre el funcionariado público y los grupos de presión
seguirán condicionando los derroteros y hasta las minucias de la
política general. Es por este tipo de conjuras capitulares y sesiones de
responsabilidades que, en México, ahora como antes, los grandes
patrimonios aportan cantidades miserables a la hacienda pública. La
Cepal acaba de mostrar tan ridícula como trágica situación. Aquí las
enormes fortunas sólo pagan, en impuestos, un 0.18 por ciento del PIB.
La media latinoamericana la triplica o hasta cuadruplica y palidece si
se compara con lo que aportan los patrimonios de envergadura en los
países de la OCDE que, en promedio, superan 2 por ciento de los
respectivos PIB. Este es un asunto crucial que no será, por lo que se ha
podido entrever en las recientes decisiones en marcha, modificado en su
trayectoria. Por el contrario, todo apunta a la agudización de las
disparidades fiscales dadas las previstas consecuencias de la reforma
laboral recién aprobada. Las penalidades, para una administración
incipiente y que tiene serios baches en su legitimidad, serían
inmanejables.único caminoinaugurado por la era Reagan-Thatcher. Allá, rompiendo la anterior tendencia de proteger a los grandes capitales, se llegó a un acuerdo que evitará el llamado abismo fiscal (fiscal Cliff). Con el ánimo de asegurar el crecimiento recién iniciado, Barack Obama propuso subir los impuestos a los ricos para aumentar la recaudación y no recortar el gasto público como lo proponían los fundamentalistas del déficit cero. Aquí se sigue protegiendo a los de arriba a costa de todos los demás.
Es por esta lógica de poder ya desencadenada que la aparición inesperada, y la protesta que levantaron con su multitudinaria presencia los zapatistas, viene a cuento. No tanto por este suceso mismo, sino por lo que habla de las interrelaciones que hay entre marginación, pobreza por un lado, y la plutocracia por otro. Hay que entender que no es posible una sin la conservación de los privilegios de los otros. Para que haya megamillonarios es indispensable que millones de miserables penen por ello. En México las enormes fortunas no se han formado, como en otros países centrales, de invenciones o aventuras empresariales ajenas al poder público. Aquí, casi la totalidad (por no decir todas ellas), están directa, umbilicalmente, imbricadas con el poder público protector y cómplice. Los zapatistas, en este respecto, son una pequeña porción del enorme bolsón de pobreza y marginalidad que agobia a la nación. El mérito de este grupo de indígenas es lo que logra, con su protesta. Pone, al descubierto, las inmensas deformaciones sistémicas que plagan la convivencia.
La llamada de atención para una administración que apenas empieza es audible, clara y de peligro. El derrotero que ha empezado a recorrer no es el adecuado para atender los problemas que enfrentan sectores inmensos de la sociedad. La continuidad del modelo vigente simplemente agudizará las diferencias abismales que hoy distinguen al país. Poco cambiará una política de
combate a la pobrezacuando el cúmulo enorme del reparto de la riqueza se aleja, con ávida rapidez de la mínima y humana equidad. Tal parece que los de mero arriba forman un clan con tendencias suicidas. La confianza que han depositado en el aparato de convencimiento no los pondrá a salvo de enfrentar, aun en el corto plazo, fenómenos de agudización de las tensiones ya notables en el sistema. El EZLN lo manifiesta no sin cierta y generosa ironía.
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