El sueño de cualquier periodista. Estar en la plaza Tahrir la noche en que los egipcios de a pie y Mubarak hicieron historia. Pero para esta mujer fue una pesadilla. Lara Logan, 39 años, reportera veterana de la cadena CBS, sufrió "una agresión sexual brutal y sostenida" y una paliza. Había sido apartada de su equipo y de sus guardaespaldas, y engullida por la masa. La rescató un grupo de mujeres y soldados.
Como la víctima, esta vez, era una de las nuestras: occidental y periodista (sí, en ese orden, de haber sido una reportera local la repercusión habría sido otra), al ataque le han seguido varios artículos sobre los obstáculos añadidos que tenemos las mujeres reporteras (otros inconvenientes los compartimos con nuestros colegas varones. Pero en Egipto, el 83% de las locales y el 98% de las extranjeras han sido hostigadas alguna vez como contaba en este mismo blog Nuria Tesón, que vive en la capital egipcia. Algo tan cotidiano que, según las a veces perversas leyes del periodismo, ni siquiera sería noticia.
Las mujeres somos más vulnerables que los hombres cuando cubrimos una historia en una situación descontrolada y cuando volvemos de una cena en Madrid, Worcester o Jerusalén. Durante 18 días, la plaza de Tahrir fue un territorio distinto al resto de Egipto también para las mujeres. En palabras de Enric González, "una mujer puede pasear tranquilamente sin temores a roces lúbricos o tocamientos rijosos".
No conocemos los detalles de lo que le hicieron a Logan pero fue lo suficientemente grave para que cogiera el primer vuelo a EEUU. La multitud puede convertirse fácilmente en una trampa: un periodista de la cadena ABC recibió una paliza en Bahrein. Un grupo grande de adolescentes poco acostumbrados a ver extranjeras puede resultar muy amenazante.
Cuenta Sabrina Tavernise, periodista del The New York Times que ha sido acosada en muchos lugares, incluidos Líbano, Pakistán, Turquía o Rusia. "Es un riesgo del trabajo que la mayoría hemos sufrido y del que pocas hablamos". Basta hacer memoria o preguntar a las colegas para que una recuerde aquel taxista que en Georgia intentó violarla, otra rememore aquel mitin en memoria de Arafat en el que le sobaron en Ramala, otra mencione aquella vez que dos hombres locales se ofrecieron a quitarle de encima, sin montar una escena, a aquel moscón que intentaba por todos los medios ponerle la mano encima en El Cairo. Hay quien sostiene que se ha roto un pacto de silencio.
De 29 mujeres periodistas encuestadas en 2007, la mitad respondieron que habían sufrido acoso mientras cubrían alguna información. Lo cuenta la jefa de Internacional de Channel 4, que también recuerda que, cuando ella empezó, la profesión era menos peligrosa. El año pasado murieron 79 periodistas en el mundo (la mayoría, por cierto, reporteros locales, no corresponsales de grandes medios).
Sin pretender quitarle importancia y por muy intolerable que sea el acoso sexual a las mujeres periodistas, quien acepta cubrir ciertas historias sabe que se arriesga a que le detengan (Logan fue arrestada días antes), le toquen el culo, le peguen un tiro o le maten. Hasta hace no tanto a los periodistas nos enseñaban como un mantra que nosotros no éramos noticia. Que si pasamos hambre, nos apunta un tanque, dormimos poco o nos cuesta semanas conseguir una entrevista o un visado no es noticioso. Pero eso ha cambiado. Ahora se informa de los primeros pasos de un fotógrafo que perdió las piernas en la guerra.
En Egipto hay un caso de acoso sexual o violación cada 30 minutos.
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