Mary Carmen Sánchez Ambriz
Si el París que vio Hemingway era una fiesta, a los ojos de Elias Canetti (Bulgaria 1905-Zurich 1994) Londres no tenía ese rostro. El narrador de origen judío huyó de la persecución nazi y, por azares del destino, arribó a la Gran Bretaña. De 1939 a 1988 permaneció en la capital inglesa, casi cincuenta años, la mayor parte de su vida.
En uno de sus ensayos Canetti reconoce “El que en Inglaterra siguiera escribiendo en alemán era algo tan natural como respirar o caminar. No hubiera podido hacer otra cosa; más aún: nunca llegué a considerar otra posibilidad”. Su resistencia a escribir en inglés no fue doblegada, aunque sabía de “varios casos de escritores que se habían declarado vencidos y, por razones prácticas, habían adoptado el idioma del nuevo país”.
Solía decir que conversaba en alemán con su esposa y se asumía como “el dócil prisionero de miles de libros” que tuvo la suerte de llevar consigo.
La descripción de la manera en que adoptó el alemán como su idioma —e hizo a un lado el búlgaro, el ladino y el inglés— queda detallada en el primero de sus tres volúmenes de corte autobiográfico Die gerettete Zunge (La lengua absuelta, 1977).
Un par de razones más se suman a su apego al alemán: era el idioma que sus padres usaban en la intimidad y fue en Berlín donde entró en contacto con las vanguardias literarias y con la obra de autores que se convirtieron en figuras tutelares: Franz Kafka, Hermann Broch, Karl Kraus y Georg Büchner.
La máscara acústica
¿Acaso puede decirse que como la de Kafka, la escritura de Canetti es una vasta metáfora acerca de la condición humana? Tanto en Die Blemdung (Auto de fe, 1935) como en el ensayo antropológico Masse und macht (Masa y poder, 1960) es posible hallar una parábola sobre la oposición entre la cultura de masas y la dignidad individual, entre el abuso del poder y sus consecuencias en el ser humano. Para el profesor Peter Kien, protagonista de su ejercicio novelístico, una especie de misántropo, sólo existen los libros; vive únicamente entregado al estudio de la literatura y la cultura chinas, en antagonismo con los intereses occidentales. A pesar de que sus personajes hablan no hay comunicación entre ellos, circunstancia que deriva en lo que Canetti denomina “la máscara acústica” de cada individuo. Al igual que las ideas, los libros y Kien arden. El incendio de su preciada biblioteca concluye con el retrato de un “erudito” que labra sus desdichas por sí mismo.
Elias Canetti nació el 25 de julio de 1905 en Rustschuk, una pequeña ciudad de Bulgaria que colinda con Rumania.
Cuando apenas contaba con seis años, quedó huérfano de padre; era el mayor de tres hermanos. Su madre, según reconoce en sus memorias, fue la persona que insistió en que alternara el estudio de la química con la escritura, y la que promovió en su primogénito el gusto por los libros.
El recorrido literario de Canetti comprende ensayos
—breves y de largo aliento—, aforismos, diarios, cartas, novelas —una publicada y dos inéditas como continuación de un proyecto que era su Comedia humana. Siempre tuvo claro que el oficio de escritor era una misión que no le permitía evadirse de la realidad. Constantemente lanzaba reproches a los autores que desde un pináculo miran —como si fueran aparadores de una boutique— lo que acontece a su alrededor, ya sea pasajes de guerra, hambre, dolor y muerte.
Uno de sus maestros más queridos por ejercer el arte de la brevedad fue Lichtenberg. Canetti tuvo la destreza de apostar al pensamiento efímero, a través del cual terminó por descubrirse a sí mismo y centrarse en medio de la realidad —e irrealidad—de su entorno.
En su afán minucioso por buscar y encontrar libros, notas, la información precisa para dar un ejemplo o la cita puntual vertida en alguna de sus cavilaciones, Canetti recupera el fragmento de un diario que perteneció a un autor anónimo, escrito una semana antes que se iniciara la Segunda Guerra Mundial, el 23 de agosto de 1939: “Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la guerra”.
Al comienzo de la década de los sesenta, con la publicación de Masa y poder, no pocos lectores se sumaron a su obra. Sus observaciones acerca de la psicología de masas, en contra de las teorías freudianas, despertaron interés. En 1960 se dio una revaloración de su obra que tiempo después se agudizó, en 1981, cuando le fue concedido el Premio Nobel de Literatura.
Una fiesta incómoda
Hace un lustro la editorial Carl Hanser, con motivo del centenario de Elias Canetti, dio a conocer un libro que recopila notas personales de su etapa londinense. Party in the Blitz se publicó, a diferencia de otros manuscritos del escritor, por primera vez en inglés.
La traducción al español corrió a cargo de Genoveva Dieterich, y ya se puede conseguir bajo el sello editorial de Galaxia Gutemberg. (Como es de esperarse, Fiesta bajo las bombas llegó a México a cuenta gotas; sobra decir que los criterios de los libreros para importar ediciones suelen ser estrechos.) Muchos críticos literarios coinciden que se trata del libro más indiscreto firmado por Canetti. Dos años antes de su muerte, el escritor se dedicó a dictarle el libro a su hija.
Durante sus primeros meses en Londres, Canetti imaginó que había escapado de la guerra, pero su realidad era otra. Los alemanes atacaron la capital inglesa en 1940 y en 1941. Canetti pasó sus primeros años en Londres aterrado —e indignado— por tres circunstancias: los bombardeos, las poses de los intelectuales de la época y la necesidad de guardar las apariencias.
Dice que nunca había visto mujeres más bonitas que las de la alta sociedad inglesa, y describe con un humor socarrón algunas costumbres; odiaba las parties porque ahí se mostraba una falsa cordialidad, era evidente que no lo aceptaban por ser extranjero, pero lo trataban “con la mayor cortesía, tanto más exquisita cuanto menos se supone que representa el personaje”.
En reiteradas ocasiones Elias Canetti expuso su rechazo a la guerra, la manipulación y a la actitud del escritor que hasta esos momentos se asume como uno más de los ciudadanos. En Fiesta bajo las bombas el blanco de sus críticas es la sociedad londinense y, en particular, escritores como T.S. Eliot al que califica de “libertino de la nada”; o Iris Murdoch, que fue su amante durante dos años, y de la que refiere: “Cualquier vida inglesa está representada por ella. Detrás de su romanticismo, no hay más que una ‘naturaleza depredadora’ que sólo pretende robar el espíritu de sus amantes”.
Experimenta un sentimiento contradictorio hacia Londres: por un lado aprecia la tolerancia, el respeto por el individualismo, el culto a la libertad que se practica; y, por otra parte, reconoce la incapacidad de los ingleses a expresar sus emociones: “Sólo durante la guerra se produce tal desconcierto que posibilita la manifestación de sentimientos”. ¿La misma sociedad que conoció Canetti intimidada por los bombardeos nazis, es la que actualmente se encuentra atemorizada con los ataques terroristas? ¿Habrá cambiado el estilo de vida británico? ¿La frialdad de los ingleses ya no es la misma, ahora ven las cosas de otra manera?
¿Qué hubiera externado Canetti sobre los recientes atentados perpetrados en Londres?
Al adentrarse en esta Fiesta habría que tomar en cuenta que quizá se trata de un ajuste de cuentas, una suerte de anecdotario, true story o el desolladero contra de los ingleses según Canetti, en donde escritores y filósofos reconocidos no salen bien librados. Tal vez por ese motivo decidió aguardar hasta el último momento, dedicarse a otros asuntos más notables y dejar las trivialidades para el final. Algunos lo leerán con morbo y probablemente otros con desconfianza, sin embargo éste es el recurso que Canetti eligió para exorcizar el fantasma que lo persiguió durante casi cinco décadas que vivió en Londres: el perpetuo exilio.
Caprichos de escritor
Cuando se piensa en los libros de Canetti, quizá lo más acertado sea concebir una obra inconclusa. Falleció el 14 de agosto de 1994, a la edad de 89 años. Dejó estipulado que cuando se cumplieran treinta años de su muerte, en el 2024, se diera a conocer el resto de sus memorias y otros libros. La biblioteca de Zurich, institución que recibió como donativo 134 cajas, aguarda a que llegue esa fecha. El narrador recopiló cuadernos escolares, textos, cartas, diarios, escritos en taquigrafía personal, fotografías, manuscritos de dos novelas y ensayos inconclusos. Johanna Canetti, su única heredera, es la encargada de vigilar que se consume la última voluntad del narrador.
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