jueves, 24 de febrero de 2011

Trogloditas/ Marta Lamas.

Antes que el país está mi familia” (81%). “En México cada quien jala por su cuenta” (63%). “Hago lo que me beneficie aunque no se beneficie el país” (61%). Estas frases y porcentajes corresponden a los ciudadanos que respondieron así sobre las aspiraciones y los sueños de los habitantes de nuestro país en una encuesta aplicada en mil 793 hogares para la revista Nexos (febrero de 2011).

La lectura de Nexos me recordó la historia de los trogloditas que relata Montesquieu en sus Cartas persas. En esa obra, publicada en 1721, Montesquieu se preocupa por el sustento del orden social y la libertad, y argumenta que éstos no dependen de las leyes ni de las instituciones políticas, sino de las costumbres y de la virtud del pueblo.

Cuenta que los habitantes de un pueblo pequeño llamado Troglodita eran tan “fieros y perversos” que no conocían “principio ninguno de equidad y justicia”. Los gobernaba con severidad un rey extranjero, que trataba de “enmendar su mala índole”. Un día los trogloditas matan al rey y a toda su estirpe, se juntan para formar un nuevo gobierno, nombran magistrados, pero “no pudiéndolos aguantar” acaban degollándolos a todos.

Sin gobierno, deciden de manera concertada no obedecer a nadie y “no cuidar cada uno más que de sus propios intereses”, sin preocuparse de los ajenos. “Decía cada uno: ¿por qué me he de afanar yo en atarearme por gentes que no me importan? Pensaré sólo en mí y viviré feliz”. Así, sin importarles la situación de los demás, cada quien se ocupó sólo de lo suyo.

Entre los ejemplos que Montesquieu pone está el de que, durante la siembra, sólo labraron la tierra que les daría para su propia manutención. Pero las tierras no eran parejas, unas estaban en laderas y montañas y otras en valles y parajes bajos, circundados de ríos; cuando hubo una gran sequía, las tierras altas no dieron cosecha mientras que las bajas sí.

Y la gente de las montañas se murieron de hambre ya que los otros no quisieron compartir. Al año siguiente ocurrió lo contrario. La temporada fue muy lluviosa y las tierras bajas se anegaron mientras que a las altas les fue muy bien. La mitad de los trogloditas se morían de hambre y la otra mitad les recordaba lo ocurrido el año anterior.

Montesquieu habla del egoísmo brutal de los trogloditas, no sólo de su incapacidad para pensar en los demás, sino también de la forma brutal en que ponían sus deseos e intereses por delante de cualquier otra cosa: se robaban unos a los otros, se mataban entre sí. Todos vivían en zozobra y a la defensiva. Una epidemia asoló esa región, llegó un médico de otra provincia y los curó. Cuando cesó la epidemia y fue a pedir una retribución por el trabajo realizado, los trogloditas lo repudiaron y regresó pobre y agobiado a su país.

Poco después cundió otra enfermedad, y cuando lo fueron a buscar, el médico les dijo: “Hombres injustos, en vuestra alma tenéis un veneno más activo que el de la enfermedad de que deseáis sanar: no merecéis ocupar un lugar sobre la faz de la tierra porque ni sois humanos ni conocéis las reglas de la equidad”.

Montesquieu señala que los trogloditas fueron víctimas de su propia injusticia y perversidad. Luego de que se destruyeron a sí mismos, sólo quedaron dos familias que evitaron las desgracias. Éstas provenían de dos hombres justos, con humanidad, que vivían alejados de los demás trogloditas.

Ellos se “afanaban por el interés uno de otro”, vivían aislados y ponían siempre el interés del otro por delante del suyo. Montesquieu desarrolla una historia sobre cómo esas familias prosperan, pues “el interés de los particulares es el interés común”, y relata la increíble virtud de estos personajes, en quienes la generosidad ocupaba un lugar central: “era ignorada en este afortunado país la codicia; hacíanse mutuos regalos, y quien más daba se creía el más bien librado”. Los hechos bondadosos generaban eso que hoy se denomina un “círculo virtuoso”.

Pero esa prosperidad venturosa produjo envidias de pueblos circundantes, que se organizaron para robarles sus ganados. Los buenos trogloditas mandaron embajadores para convencer a los malos de que no debían aprovecharse de ellos, pues nunca los habían robado ni molestado. Sin embargo, los pueblos “silvestres” decidieron atacar… pero, happy ending, perdieron la guerra con los buenos trogloditas.

Aunque desde Herodoto se describe al troglodita como un ser prehistórico, que habitaba en cavernas, tenía una conducta brutal y, muy metafóricamente, era incapaz de hablar, hoy el término troglodita tiene el sentido de ser voraz y con pocas luces.

Montesquieu concluye con una moraleja: la justicia con los otros es caridad con uno mismo. Desde la perspectiva de que la civilidad solidaria produce relaciones equitativas, la encuesta de Nexos exhibe la fragilidad del lazo social en México. El pavoroso panorama de desigualdad y violencia que vivimos se nutre del egoísmo y la falta de consideración por los demás.

Y no nada más los narcos, los criminales y los secuestradores tienen “aspiraciones sólo individuales y no colectivas”, sino lamentablemente el 86% de la población encuestada, lo cual corresponde a un porcentaje similar de la población total. Y todos somos vulnerables ante la generalizada ausencia de civilidad.

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