jueves, 24 de febrero de 2011

De la merde en boite/ Margo Glantz.

En la India las vacas son sagradas, una sacralización dudosa, sin embargo; han dejado de ser rumiantes campiranas para convertirse en rumiantes citadinas; deambulan por todas partes, son de verdad city people: como cualquier indio de la clase baja, viven a la intemperie y en la ignominia. Escuálidas, su piel es cenicienta y desgarrada y, como los parias, se alimentan de los desechos que las otras clases van dejando.

En Calcuta tuve la dudosa suerte de comprobar con mis propios ojos cómo cambiaban en un santiamén de estatus: los campos invadidos por las ciudades se transforman en suburbios y los animales domésticos, como los albañiles que construyen los fraccionamientos en los alrededores, sobreviven hacinados al lado de las carreteras o en las calles.

A quienes llegamos de fuera, nos parece que las vacas son inútiles en ese país: muy flacas –costillar de fuera– mueven sin cesar la cola para espantar a los insectos sacrílegos que se las comen vivas, como vampiros; casi no tienen leche y su carne está prohibida a quienes profesan la religión hinduista.

Sí, van coronadas de moscas, como Io, la joven semidiosa griega, a quien Hera, celosa por el deseo que su belleza y juventud despertaban en Zeus, transformó en ternera, acosada por tábanos: “voraces aladas, sedientas bestezuelas, infamantes ángeles zumbadores la perseguían”, escribe Blanca Varela.

En el campo es distinto, su vida es amable y se las venera en templetes con estatuas que las representan; se las adorna con guirnaldas de flores rojas o anaranjadas y borlas de colores. Cuando enferman, los campesinos rezan como si alguna de sus hijas fuera a morir y cada vez que nace un becerro se hace una celebración presidida por un sacerdote. En la ciudad lacustre de Udaipur, en cambio, las vacas se estacionan como los coches junto al lago y allí pasan la noche: tienen dueño, pero no establo. ¿Cómo lo tendrían en un país donde los árboles suelen cortarse para que la gente tenga dónde vivir, aunque sea de pie?

Aunque no sean comestibles para los hindúes, son y han sido siempre una fuente de energía; con estiércol de vaca se abonan los campos, se hacen ladrillos para los muros y se alimentan sus hornos y braseros. Costumbre milenaria que empieza a difundirse apenas ahora en Occidente: recientemente la BBC difundió una noticia importante en este momento en que la crisis alimenticia se hace cada vez más grave, debido al uso de gramíneas para producir combustible.

Mohammed Saddiq, ingeniero de una firma inglesa, desarrolló en Bristol un automóvil que funciona con gas metano. ¿Cómo?, pues, simplemente, como funciona la bosta de las vacas en la India: “¡De la boca al estómago. Del estómago al inodoro. Del inodoro a la cloaca y de la cloaca... al automóvil!, explica Saddiq. En pocas palabras este es el procedimiento para producir combustible limpio del que se abastece este vehículo. Si hacemos a un lado las diferencias internas que le permiten rodar con metano, es igual a cualquier auto común y corriente”.

Explica que este tipo de coche puede alcanzar la misma velocidad que uno normal. Al andar tampoco se sienten diferencias, repite, y, para saciar la curiosidad de muchos, se confirma que, pese a que las heces y otros desechos son la materia prima de su combustible, el tubo de escape no despide ningún olor desagradable.

Sirvió como antecedente una planta de tratamiento de aguas residuales que produce biogás. Las aguas que llegan allí a través de las cañerías de la ciudad son sometidas a procesos de filtración y se depositan luego en unos gigantescos digestores anaeróbicos. Este lodo recibe calor y, sin oxígeno, las bacterias de la materia orgánica se descomponen y producen energía.

Como la planta proporcionaba más gas del necesario, la empresa encargada de las instalaciones decidió aprovechar el sobrante y nació la idea de crear un automóvil que funcionara de esa forma.

Quizá nuestros políticos podrían tener alguna utilidad si los transformásemos en metano.

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