Por Pedro del Prado.
Este miércoles 27 de abril de 2011, el Barcelona le ganó 2 a 0 al Real en Madrid. Como se sabe, fue el primer partido de semifinales por la Champions League y los dos goles fueron marcados por Lionel Messi, uno más lindo que el otro y el segundo directamente espectacular.
Las lecciones que a mí me dejó este partido fueron:
1) Que sobre todas las cosas, el Barcelona gana por convicción. Una tonelada de control (más del 70%) es una demostración de capacidad que sólo se cuestiona por una cuestión de cambio en el gusto del espectador. Antes entre nosotros se celebraba el control de pelota con un cantito: “La ven pasar / y no la pueden agarrar”. Hoy se dice “sí, pero… les falta verticalidad, profundidad, juegan como si los arcos no existieran”.
A mi modesto entender, acá hay que recurrir, más que al libro de Menotti o al de Bilardo, al de Mauricio Abadi, cuando explicaba palabras más, palabras menos, que el sexo es como el hambre mientras que el erotismo es la forma en que se tiende la mesa, se encienden las velas, se corteja. Naturaleza y cultura. Impulso y control. Voracidad y poesía. El gusto del espectador argentino ha sido cambiado por la TV, que necesita básket, una eyaculación cada 15 segundos para que no se aburra la tribuna. El del Barcelona es más europeo, es más galante y dura mucho más que la eyaculación precoz de estar pateando al arco cada vez que se agarra la pelota.
El Barcelona, equipo de amantes shakespereanos, enseña que cuando se controla… se controla. Cuando se está en una cosa o etapa no hay que apresurarse a pensar en el final. Y que cuando llega el momento, por fin, de entrar al área y coronar la dama, lo que menos importa es la estatura: Lionel Messi, un ratoncito eléctrico, llena de gol un estadio de la dimensión del Bernabeu, por no decir colma de bienestar el afán de sentido futbolero de toda la aldea global.
2) Las imprecaciones prostibularias del DT del Madrid, en tanto, culpando al arbitraje y explicando la cumbre futbolística del rival por una corrupción de escalas colosales, más parecen las conclusiones de un afiebrado personaje de Roberto Arlt. Si se quiere, representan la otra cara de la felicidad del Barsa, la de un Romeo sadomasoquista que cree que todo en el mundo se paga, desde la sonrisa de Shakira hasta las gambetas de Lionel.
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