lunes, 9 de mayo de 2011

La economista clásica/ cuento corto.

A Alejandra la conocí en Barcelona estudiando el doctorado en Economía financiera, era una alumna brillante, muy dedicada a leer y a hacer excelentes ensayos; y esta era su meta en la vida: volver a México con un doctorado prestigioso.

Todo iba perfecto en su desempeño académico y en su vida personal también. Tenía una pareja proveniente de una familia adinerada de México, de esas familias con apellidos dobles y con fortunas mal habidas. Esto era una pieza clave, debido a que las becas que otorgaba el Conacyt, cubrían lo esencial nada más. Se tenía que solicitar mensualmente recursos económicos a las familias. Eso no era su caso, su marido recibía un estipendio abundante durante todo el tiempo que duraran los estudios de posgrado.

Para Alejandra la complicación mayor, y su dolor de cabeza frecuente, era su hijo adolescente. Producto de una relación anterior con un músico uruguayo que conoció en una peña folclórica del distrito federal, allá en los años setentas. Este músico invitó a cantar en el grupo a Alejandra, aun cuando ella no tenía nada de voz, simplemente era bonita, y muy chaparrita, por eso le decían de apodo "la petisa".

Este hombre le exigió tener un hijo, él lo necesitaba, nunca había tenido uno. Y Alejandra decidió complacerlo sin tener ningún deseo de ser madre. su embarazo, me refirió, a sido su peor tormento en la vida, y se prometió jamás volver a incurrir en ese grave error femenino.

Pese a que Alejandra tenía un hijo, el hombre, su pareja actual en aquel momento, no tuvo reparo en aceptarla así como madre soltera.

Su hijo acababa de cumplir 14 años en Barcelona, y decidió abandonar los estudios y dedicarse a la vagancia, todo ello con el consentimiento de ella y de su "padre" adoptivo.
Claudio, que así se llamaba el adolescente rebelde, se pasaba buena parte de sus semanas en la cárcel, por andar de grafitero ensuciando las paredes de los edificios públicos. Alejandra pagaba las multas y lo sacaba de prisión.

Como Alejandra y su pareja eran estudiantes del doctorado no tenían tiempo de cuidar y vigilar al chamaco, entonces era una misión imposible el tratar de controlarlo.

Cuando volvieron a México ya graduados como doctores en economía, Alejandra me pidió apoyo terapeutico, el hijo seguía siendo un grave problema, ya que ahora se dedicaba al robo de autos.

La tomé como paciente y me dijo lo siguiente: "Estoy harta de ser madre de ese rufían, es una lacra detestable, lo quisiera matar con mis propias manos.

"Doctor, he invertido en él una auténtica fortuna: lo he alimentado, lo he vestido, le he pagado médicos, en el dentista se me ha ido una millonada de euros, le pagué los mejores colegios de México y de Barcelona, y no logró ni siquiera sacar la primaria. Ha viajado en avión varias veces de México a Europa, y no lo aprovechó en absoluto, es un ignorante que apenas si puede leer, y menos escribir.

"He guardado todos los recibos de pagos que hice por él, a lo largo de toda su vida. Es la peor inversión económica que he podido realizar, soy un fracaso como economista. Ese hijo vale una fortuna por la inversión pero no vale nada como persona.

"Es un fondo perdido mi inversión en él, es un barril sin fondo, es una pésima política de subsidio a un hijo. Doctor ¿cuándo cree usted que voy a recuperar todo lo que he gastado en él? Nunca, ¿verdad?

El día que Alejandra descansó por fin, fue la mañana en que la policía mexicana atrapó a su hijo con toda la banda, y los encarceló por crímen organizado y le dieron 20 años de prisión.

!Vaya¡ dijo ella: hasta que alguien se ocupará de mantener a ese rufían de quinta categoría. qu el gobierno lo mantenga, yo no lo quiero ni volver a ver, lo desconozco ese no es mi hijo; es más nunca lo desee.

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