domingo, 1 de mayo de 2011

Las dos tés.

Las dos tés


Por Bárbara Jacobs


Tener principios es bueno, pero no es todo. Para vivir también necesitas buena suerte. Pero tener principios, además de ser bueno, es difícil, porque tienes que estar bien alimentado y hasta cierto punto ser feliz, para que el hambre o la pena no enmarañen tus principios y te confundan, y también para que tú no tambalees y puedas acordarte de ellos en todo momento, principalmente cuando la vida te pone a prueba y te ves en la necesidad de echar mano de ellos para sobrevivir sin tambalear demasiado, ni mucho menos caerte en el pantano y ya no poder salir a flote y ver la luz nunca más.

El precipicio de la vida es un pantano. Y éste, como cualquier otro pantano, carece de juicio y de principios, y no distingue entre lo que absorbe y hace desaparecer. Igual te engulle a ti, que eres bueno y de principios buenos, que al otro, que es malo y de principios malos, o al otro, que es tonto y de principios tontos, o al otro, que ignora si es bueno o malo o tonto o qué, y que para empezar tampoco sabe si tiene principios, ni si sus principios son buenos, malos, tontos o qué. Es que no se acuerda de ellos, porque de lo único que se acuerda es de que tiene hambre o frío, frío porque no tiene techo encima de la cabeza, un rincón en el que guarecerse, o frío porque no tiene con quién hablar ni guarecerse, ni sabe cómo ni con quién hacerse entender que tiene frío y hambre. ¡Este pobre tal vez no sabe ni siquiera hablar! O habla otro idioma, no se sabe cuál. O es el mismo que hablamos tú y yo, pero los significados de los términos que él usa son diferentes de los que los demás atribuimos a esos mismos términos.

Él llama blanco lo que tú y yo entendemos por negro, o al revés, y por eso ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a él. Pero éste es un caso extremo. Y no es el peor, aunque sea el más desesperante, porque si te topas con él, tú, que sí tienes principios y son buenos y te acuerdas de ellos y sabes formularlos y estás capacitado para practicarlos, y si se te interpone un obstáculo que amenaza con impedirte practicarlos, estás todavía mejor capacitado para luchar por ellos, por lo menos hasta el primer paso de la lucha, que consiste en formularlos o hacerte entender hasta que te conste que dijiste blanco y el obstáculo entendió blanco, tu blanco; digo, si tú te topas con el caso del pobre que no sabe ni siquiera en dónde está parado, ni por qué vuelan moscas alrededor de su cabeza que lo molestan día y noche; digo, si te topas con él, no es lo más grave que te podría suceder, porque, aunque el pobre necesite tanto que aunque tú dedicaras el resto de tu vida para saciar el hambre y el frío múltiples que tiene, él seguirá desprovisto de lo esencial y, además, rodeado todavía de más moscas que lo molesten. Por eso, si no es el peor caso, éste sí es el más desesperante.


El segundo peor caso tampoco es el peor, pero es del que tiene principios y se acuerda de ellos, y aunque para ti y para mí y aun para otros, los suyos sean principios malos, para él son buenos y los buenos, simplemente porque, a falta de que le tocaran otros, él se hizo de éstos a pulso, con tal de no pasar hambre ni frío, y con tal de habilitarse para espantarse de un manotazo moscas o mariposas por igual, no sabe la diferencia, le estorban ambas. A él no le puedes pedir que respete sus propios principios y deje los tuyos en paz, Javier, porque él sí respeta sus propios principios, sólo que son los de la selva, el grito de guerra Sálvese quien pueda, muera quien muera.

A quien sí puedes pedirle (y se lo pido contigo y le pido a otro y a otro que se lo pidan contigo y conmigo) que respete sus principios y los cumpla es a Felipe, que es al que de cajón tiene la suerte de su lado cada seis años y a quien toca cumplir los principios que su suerte particular formuló para él, y que son buenos a toda prueba, justos y lógicos, él los tiene que cumplir porque es su deber, y cumplirlos antes de que se le desmorone su buena suerte y lo que gire alrededor de su cabeza en adelante sea culpa, tiene que cumplirlos, pues además de buenos son pocos y fáciles de entender y cumplir, basta entender blanco cuando decimos blanco, se reducen a dos, techo y trabajo, Felipe, otórgalos por ley humana a todo aquel bajo tu mando y desaparecerán los principios y los ejecutores de los principios que tanto miedo dices que te dan, y tú quedarás libre de culpa.

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