martes, 10 de mayo de 2011

Ver crecer a los hijos de los demás.

Ver crecer a los hijos de los demás
Por: Cecilia Jan

Elena ha visto crecer a David (tres años y medio) y Natalia (dos años) desde que eran bebés. De hecho, los sigue viendo crecer, casi a diario. También a otra docena de niños de la urbanización, a los que ha cuidado, o a cuyas casas va a limpiar y/o cocinar. A quien no ve crecer es a Constantin, Constelo, su hijo, que se quedó en Rumanía con su abuela con solo dos añitos.

Elena tiene 32 años, trabaja bien y rápido, trata de no desperdiciar un minuto entre casa y casa para ganar más y ahorrar para construirse una propia y que no le falte nada a Constelo, que ya tiene siete años. Cuando termina la última, se va al locutorio para lo que, imagino, son sus momentos de mayor felicidad del día, y también de tristeza, cuando habla un rato con su pequeño que ya no lo es tanto.

Elena hace una tortilla de patatas tan buena como la de mi suegra. Ha sufrido con Eduardo la tarea de dar papilla con cuchara a un bebé de seis meses (Natalia) que se negaba a tomar biberón cuando me incorporé al trabajo. Deja que David le ayude a pasar la aspiradora y sabe cuál es su peluche favorito.

Elena trabaja también los sábados por la mañana y a veces los domingos. Después cocina para su marido, que trabaja en la construcción. Odia los festivos, los puentes, porque tiene demasiado tiempo para pensar. No disfruta las navidades, porque no las puede pasar con Constelo. Cuando se acerca diciembre, a veces nos encontramos que ha buscado en el ordenador billetes baratos para Rumanía. Pero normalmente se queda en un sueño.

Elena duda cuando se acerca el verano, y con él, el único mes al año en el que finalmente vuelve y está con Constelo. Duda si quedarse de una vez en Rumanía y ver cómo Constelo termina de crecer. Si traérselo a España y ver cómo termina de crecer. Ya se ha perdido cinco años, y sabe que solo le quedan unos pocos más, unos años que no vuelven. Pero quiere darle todas las oportunidades de estudiar que ella no tuvo, terminar la casa a la que van añadiendo ladrillo a ladrillo en cada visita. Si se queda, tendrá pocas oportunidades de trabajo, con sueldos muy bajos, y ya no podrá ahorrar; si se lo trae, tampoco, porque no podrá trabajar tantas horas, y tendrá que buscar un lugar mejor -y más caro- donde vivir que una habitación en un piso compartido. Pero lo verá crecer.

Elena no para de darle vueltas. Como miles de mujeres que han dejado atrás a sus hijos para ver crecer a los nuestros.

P.D. Os dejo un enlace muy interesante, publicado en nuestro blog vecino 3.500 millones: Mamá, ¿estamos explotando a la tata?

No hay comentarios:

Publicar un comentario