Rivalidad por el trono de París
La rivalidad entre Dior y Saint Laurent marca la semana de la moda francesa
Phoebe Philo devuelve Céline a la pasarela tras un año de ausencia
La semana de la moda de París está marcada por la expectación que genera el duelo entre Raf Simons, que presentó el viernes su primera colección prêt-à-porter para Dior, y Hedi Slimane, que debutará el lunes al frente de Saint Laurent tras cinco años retirado del diseño de ropa.
Ante la certeza de que en la temporada primavera/verano 2013 el protagonismo recae en otros, las reacciones son dispares. Hay quien lo acepta y quien lo combate, quien aprovecha para tomarse un descanso y quien redobla sus esfuerzos. Nicolas Ghesquière, en Balenciaga, reclamó el jueves que esto no es solo cosa de dos y entregó su colección más comercial en años, pero sin perder un ápice de emoción. En cambio, Alber Elbaz —acaso empachado tras los excesos de su décimo aniversario en Lanvin— ofreció un menú tan ligero de trajes en construcción que apenas calmaba el apetito. Y Haider Ackermann —-cuyo nombre ha sonado con insistencia para Dior y Saint Laurent— mostró el sábado la imparable fortaleza de su vocabulario con una colección magnífica, que incorporó gráficos estampados a unos pliegues y torsiones que malean la silueta como si fuera mantequilla.
Entre las principales incógnitas estaba cómo afrontaría esta situación Phoebe Philo. Desde su llegada a Céline en 2009 –y como ya hizo antes en Chloé- la británica se ha convertido en una de las grandes referencias de París. De hecho, ha sido capaz de imponer un nuevo rumbo al vestir, más pragmático y ordenado, del que se han hecho eco muchos de sus colegas. Philo llevaba un año sin organizar un desfile ya que la temporada pasada, debido a su embarazo, optó por una presentación reducida. Con un aforo restringido, se escenificó el domingo un retorno que la industria ansiaba interpretar también como una candidatura para recuperar su papel preeminente. Pero si algo mostraba la colección de Philo era lo poco que le importan tales elucubraciones.
Esta es una temporada propicia para el minimalismo. Simons defiende “sus restricciones” como un reto estético e intelectual. Philo apura sus límites e incorpora un cierto surrealismo por los márgenes: ¿puede el minimalismo estirarse hasta albergar en su seno a unos zapatos de pelo rojo? Puede. Pero lo más novedoso de la propuesta de Céline, dominada por el blanco y el negro, es que ofrece un grado de comodidad infrecuente y absolutamente refrescante. No es obligatorio que la moda sea impracticable ni histérica dicen sus chanclas - anchas como barcas y que acogen el pie en un lecho de piel-, sus formas holgadas y sus acogedores fruncidos. Lo que se antoja una respuesta bastante serena a estas rivalidades que fomenta el sistema. “Es la naturaleza de la moda crear enfrentamientos”, decía Raf Simons en una entrevista a este periódico tras su primer desfile de alta costura en julio.
Es posible que los que mejor lidien con el juego de tronos que se vive en la cima sean los que, por uno u otro motivo, han renunciado a entrar en la pelea. El propio Jean Paul Gaultier admite que su momento de mayor relevancia ya pasó. Esta semana, el diseñador estará en Madrid para inaugurar la retrospectiva que analiza sus asombrosas contribuciones al vestir de los últimos 35 años. Con poco que demostrar, Gaultier aspira sobre todo a divertirse y el sábado se lo pasó en grande disfrazando a las modelos como si de sus músicos favoritos de la década de los ochenta se tratara. Para os demás, el juego tenía un interés equivalente al de Lluvia de estrellas, al convertir el desfile en una sucesión de caracterizaciones de Abba, Boy George, Madonna, Michael Jackson, Grace Jones o David Bowie.
El británico Stuart Vevers ha convertido Loewe en uno de los casos que Bernard Arnault exhibe como ejemplo de los buenos resultados en las “marcas intermedias” del grupo LVMH. Vevers presentó el sábado por la noche una estupenda colección para la casa a la que llegó hace cinco años. “Es una mezcla de elementos folclóricos españoles, como el mantón de Manila o el encaje de bolillos, con otros del punk y la cultura underground británica de los años ochenta que reflejaban revistas como i-D”, explica. Esta temporada, Vevers ha cambiado de estilista y ha colaborado con Carine Roitfeld en lugar de con su cómplice habitual, Katie Grand. Además, ha conseguido que la piel sea tan dúctil y ligera como para que resulte un material plausible en verano. “Creo que esta colección marca un cambio, es un punto de inflexión”, afirma ante laboriosas filigranas de cuero cosidas sobre tul o acariciando una cazadora bomber con flores. La mezcla de lo deportivo y lo folclórico, extrañamente, funciona. La inspiración, según Vevers, fue Gala Dalí a quien descubrió este verano en Cadaqués. “Tengo la sensación de que era una mujer muy punk, conducía un coche enorme por callejuelas angostas… Me encanta descubrir estas cosas, soy todavía un extranjero en España”.
Vevers es el primer director creativo de Loewe que se ha instalado de forma permanente en Madrid y apuesta por el país en el que se fundó la marca. “He trasladado toda la producción a España y hemos doblado el tamaño de nuestra planta en Madrid. Estoy muy orgulloso de eso. Es lo que esta casa debe hacer por el país. También estamos empezando a colaborar con artesanos externos, de abanicos por ejemplo, para asegurarnos de que sus conocimientos no desaparecen”. En París, finalmente, no solo hay espacio para épicas rivalidades.
Ante la certeza de que en la temporada primavera/verano 2013 el protagonismo recae en otros, las reacciones son dispares. Hay quien lo acepta y quien lo combate, quien aprovecha para tomarse un descanso y quien redobla sus esfuerzos. Nicolas Ghesquière, en Balenciaga, reclamó el jueves que esto no es solo cosa de dos y entregó su colección más comercial en años, pero sin perder un ápice de emoción. En cambio, Alber Elbaz —acaso empachado tras los excesos de su décimo aniversario en Lanvin— ofreció un menú tan ligero de trajes en construcción que apenas calmaba el apetito. Y Haider Ackermann —-cuyo nombre ha sonado con insistencia para Dior y Saint Laurent— mostró el sábado la imparable fortaleza de su vocabulario con una colección magnífica, que incorporó gráficos estampados a unos pliegues y torsiones que malean la silueta como si fuera mantequilla.
Entre las principales incógnitas estaba cómo afrontaría esta situación Phoebe Philo. Desde su llegada a Céline en 2009 –y como ya hizo antes en Chloé- la británica se ha convertido en una de las grandes referencias de París. De hecho, ha sido capaz de imponer un nuevo rumbo al vestir, más pragmático y ordenado, del que se han hecho eco muchos de sus colegas. Philo llevaba un año sin organizar un desfile ya que la temporada pasada, debido a su embarazo, optó por una presentación reducida. Con un aforo restringido, se escenificó el domingo un retorno que la industria ansiaba interpretar también como una candidatura para recuperar su papel preeminente. Pero si algo mostraba la colección de Philo era lo poco que le importan tales elucubraciones.
Esta es una temporada propicia para el minimalismo. Simons defiende “sus restricciones” como un reto estético e intelectual. Philo apura sus límites e incorpora un cierto surrealismo por los márgenes: ¿puede el minimalismo estirarse hasta albergar en su seno a unos zapatos de pelo rojo? Puede. Pero lo más novedoso de la propuesta de Céline, dominada por el blanco y el negro, es que ofrece un grado de comodidad infrecuente y absolutamente refrescante. No es obligatorio que la moda sea impracticable ni histérica dicen sus chanclas - anchas como barcas y que acogen el pie en un lecho de piel-, sus formas holgadas y sus acogedores fruncidos. Lo que se antoja una respuesta bastante serena a estas rivalidades que fomenta el sistema. “Es la naturaleza de la moda crear enfrentamientos”, decía Raf Simons en una entrevista a este periódico tras su primer desfile de alta costura en julio.
Es posible que los que mejor lidien con el juego de tronos que se vive en la cima sean los que, por uno u otro motivo, han renunciado a entrar en la pelea. El propio Jean Paul Gaultier admite que su momento de mayor relevancia ya pasó. Esta semana, el diseñador estará en Madrid para inaugurar la retrospectiva que analiza sus asombrosas contribuciones al vestir de los últimos 35 años. Con poco que demostrar, Gaultier aspira sobre todo a divertirse y el sábado se lo pasó en grande disfrazando a las modelos como si de sus músicos favoritos de la década de los ochenta se tratara. Para os demás, el juego tenía un interés equivalente al de Lluvia de estrellas, al convertir el desfile en una sucesión de caracterizaciones de Abba, Boy George, Madonna, Michael Jackson, Grace Jones o David Bowie.
El británico Stuart Vevers ha convertido Loewe en uno de los casos que Bernard Arnault exhibe como ejemplo de los buenos resultados en las “marcas intermedias” del grupo LVMH. Vevers presentó el sábado por la noche una estupenda colección para la casa a la que llegó hace cinco años. “Es una mezcla de elementos folclóricos españoles, como el mantón de Manila o el encaje de bolillos, con otros del punk y la cultura underground británica de los años ochenta que reflejaban revistas como i-D”, explica. Esta temporada, Vevers ha cambiado de estilista y ha colaborado con Carine Roitfeld en lugar de con su cómplice habitual, Katie Grand. Además, ha conseguido que la piel sea tan dúctil y ligera como para que resulte un material plausible en verano. “Creo que esta colección marca un cambio, es un punto de inflexión”, afirma ante laboriosas filigranas de cuero cosidas sobre tul o acariciando una cazadora bomber con flores. La mezcla de lo deportivo y lo folclórico, extrañamente, funciona. La inspiración, según Vevers, fue Gala Dalí a quien descubrió este verano en Cadaqués. “Tengo la sensación de que era una mujer muy punk, conducía un coche enorme por callejuelas angostas… Me encanta descubrir estas cosas, soy todavía un extranjero en España”.
Vevers es el primer director creativo de Loewe que se ha instalado de forma permanente en Madrid y apuesta por el país en el que se fundó la marca. “He trasladado toda la producción a España y hemos doblado el tamaño de nuestra planta en Madrid. Estoy muy orgulloso de eso. Es lo que esta casa debe hacer por el país. También estamos empezando a colaborar con artesanos externos, de abanicos por ejemplo, para asegurarnos de que sus conocimientos no desaparecen”. En París, finalmente, no solo hay espacio para épicas rivalidades.
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