miércoles, 11 de agosto de 2010

Cuando cumpla 66 años.

El próximo martes 17 de agosto cumplo mis primeros 66 años de vida. No es una celebración cualquiera, no. Se trata de festejar la vida misma, la inmensa alegría de estar vivo y activo de la mente. Yo me programé desde joven vivir hasta los 90 años, porque siento que tengo muchos proyectos que realizar, y apenas 90 años serán suficientes para lograr verlos cumplidos.

En el largo trecho de mi vida, hasta hoy, he podido vencer el cáncer que me estaba matando, cuando el diagnóstico no era nada halagüeño, ya que me prometieron una muerte segura en un corto plazo.

Yo decidí luchar por la vida con mi vida. Fui un guerrero indómito a lo largo de dos años de intensas batallas contra el mal, padecí a los médicos inhumanos, a los hospitales públicos deprimentes, a los medicamentos tóxicos; y padecí también las ausencias de mis amigos, parientes e hijos que estaban muy lejos de mí, geográficamente hablando. Pero la fuerza que ellos me dieron con sus palabras de aliento y algunas visitas esporádicas a mi casa de Querétaro, me fortalecieron al grado de haber podido superar todos los obstáculos que el cáncer me puso delante.

Tuve muchas pérdidas en mi cuerpo, uñas, apetito, cabello, dientes, sentido del tacto, olfato y gusto. También soportó mi cuerpo muchas radiaciones y quimioterapias, que me quemaban las entrañas, el fuego me consumía por dentro. Algunas veces tuve alucinaciones y delirios por las fiebres altas, pero siempre mantuve la cordura y la lucidez de mi mente,

El único asunto que me preocupaba siempre era el de no caer en depresión, porque ese hubiera sido para mí, algo fatal. Sin embargo, en ese largo período, tuve posibilidades de experimentar una fuerte depresión, ya que mi esposa en ese momento me abandonó por miedo a verme morir en sus brazos. Me dolió su partida pero no me hizo caer en las garras de la depre.

En los peores momentos de las crisis que provocan los medicamentos, cuando el dolor agudo taladraba el alma, y el cuerpo se cimbraba, ahí mismo tuve la voluntad de levantarme del lecho y ponerme a escribir con dolor, pero con sumo detalle, todo lo que estaba ocurriendo dentro de mí; no quería hacer literatura de la enfermedad sino desahogarme con mis amigos y lectores, pero muchos de ellos no soportaban leer mis relatos por el dramatismo que impregnaban esas páginas. Mi afán no era conmover a nadie, lo hice porque era una necesidad superior, tenía que escribir lo que sucedía en mi organismo maltratado por tanta basura que tuve que ingerir en forma de sueros, inyecciones, pastillas, transfusiones, etcétera..

A veces sentía que la muerte se acercaba demasiado a mi lecho, por ello tuve que hacer balances veloces sobre mi vida: lo que hice y lo que me faltaba por hacer. Y comprendí que era más lo que tenía pendiente por hacer y que por eso no me "iría" por lo pronto. Luché y luché y seguí luchando por vivir bien, comía sin hambre, tomaba agua sin sed, dormía sin tener sueño, amé sin tener a quién, solamente empeñado en salir avante de todo eso. Fue mucho tiempo y esfuerzo invertido en ello, pero valió la pena, pude salir a flote.

Las recompensas son muchas por esta larga batalla ganada a pulso. Tuve la oportunidad de conocer, abrazar y besar amorosamente a mi último nieto, un chico italo-japonés, llamado Bruno Moro.. Volvía a acariciar tiernamente y decirle lo mucho que la amo, a mi querida nieta Camila, quien radica en Barcelona y vino a México unas horas antes de que yo partiera a Guatemala.
Se hizo patente el enorme amor de mis hijos Gabriela, Tania, Valeria y Bolívar Y, también, tuve la dicha de recibir el apoyo de mis hermanos del alma: Julio, Marilú, Sandra y Sonia, que como los cinco dedos de una mano solidaria se abrieron siempre para mí.

También me prodigaron grandes afectos en su momento, mi cuñada La Veros, mis primos y sobrinos que son muchos, en fin más amor no se puede tener en la vida.

Un capítulo aparte lo constituyen mis amigos en México, no los puedo nombrar a todos, son cientos, sin exagerar: exalumnos, expacientes y amigos de toda la vida. Siempre he dicho que mi mayor tesoro, es ese cúmulo de amigos maravillosos que fui recolectando a lo largo de mi vida, con muchos de ellos dimos batallas importantes en La Jornada, en Notimex, en Radio Universidad, en La Ibero, en la UNAM, hasta en el PRD, un viejo partido de izquierda, que ya no lo es más.

Finalmente, en mi mesa siete del café El Toscano, situado frente al mítico Parque México, del barrio bohemio de La condesa, charlé, reí, aprendí y gocé a muchos de ustedes recientemente y siempre. Me enorgullezco de haber creado una tertulia amigable, inteligente, plural y diversa, donde quepamos todos, de hecho ahí nos apretujábamos hasta 14 personas en torno a una simple mesa, por las ganas de compartir una buena y amena conversación. Y así fue durante estos últimos tres meses, que estuve en mi querido México lindo y qué herido..

La tertulia al estilo europeo era mi sueño dorado, recuperar el arte de la conversación, en una época que se caracteriza por que nadie escucha a nadie, son monólogos fatigosos nada más. He dejado un legado a mis amigos, la tertulia cotidiana en el Café Toscano.

Ahora estoy de nuevo en casa, en mi amada Guatemala, viendo como el diluvio universal se presenta cada día, y no hay un Noé juntando parejas de animales, quién sabe dónde anda el Noé chapín. Y este es un magnifico pretexto para que yo no me distraiga de mis tareas esenciales y vitales que son las de leer y las de escribir disciplinadamente cada madrugada, viendo llover copiosamente desde mi ventana..

Vivo entregado a mi literatura, a mi me encanta escribir y quiero que mis amigos también gocen con las babosadas que se me ocurren y se rían como yo al escribirlas.

Me hubiera apetecido mucho estar el día de mi cumpleaños en México y abrazarlos a todos, con cariño, para que sientan la calidez de un chapín, que no se olvida de ustedes. Y, que gracias a ustedes, vivo feliz.

Con el afecto de siempre.

Bolivar.

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