miércoles, 25 de agosto de 2010

De amores ridículos.

En una fiesta privada en la cual homenajeaban al escritor laureado por sus triunfos literarios recientes, llegó inesperadamente un joven poeta deseoso de ser mirado por todos, que obviamente no estaba invitado a dicha reunión.

El poeta vestía modestamente un traje de azul marino, ya desgastado por el uso, y una boina española, negra. Sus anteojos eran de una época pasada, grandes y pesados, con los lentes de fondo de botella por su avanzada miopía. Sus zapatos negros hacía mucho que nadie limpiaba con cera o grasa de calzado.

El poeta, 35 años recién cumplidos, no dejaba su libro favorito por nada del mundo, siempre lo traía bajo el brazo, por si había ocasión de ponerse a leer en cualquier sitio, la obra era de Pablo Neruda, su poética inmensa.

El poeta se arrinconó en la sala de la casa y se sentó plácidamente en un silloncito estilo Luis XV, forrado de terciopelo rojo, y la madera con filos dorados.

Los meseros corrían presurosos llevando viandas y bebidas para todos los concurrentes, todos estaban contentos charlando de literatura y de los triunfos del gran escritor, dueño de la casa.

De pronto sale a escena la esposa del gran escritor, una señora de 45 años, guapa ricamente ataviada con un vestido de Chanel, vaporoso, color esmeralda fuerte. Ella entra en la gran sala, sonriendo a todo el mundo, y saludando de beso en las mejillas a hombres y mujeres que se encontraban a su paso. Su marido, satisfecho con el triunfo de hoy, sacaba el pecho como gallito de pelea, estaba orgulloso de ser quien era, y, naturalmente de su bella esposa.

En esa sala estaba reunido lo más selecto de la literatura, la creme de la creme, dirían los franceses, solo triunfadores y arrogantes escritores afiliados al sistema político dominante y usufructuarios de las jugosas becas oficiales que son vitalicias.

Al filo de la media noche, la esposa del escritor consagrado se fijó en la figura del joven poeta, e hizo una mueca que quiso decir, "y a esté, ¿quién lo invitó?" Se acercó al poeta y el poeta se quedó mudo al ver esa escultural mujer frente a su cara, no atinó más que a decir: "buenas noches, señora".

Ella le sonrió con coquetería, y le pidió que le dijera qué hacia en su casa, si no era nadie conocido en ese mundillo. Él solo balbuceó, que era admirador de su marido, el gran escritor, pero que ahora descubría que a quien en verdad admiraba era a ella. Ella se sonrojó. El siguió con su galantería de caballero de la edad media, y sin venir al caso, empezó a recitar de memoria el Poema Veinte, de Pablo Neruda, ella lo escucha con atención y con los ojos cerrados.

Horas más tarde, la fiesta no decaía en su animado estruendo que provocan las risotadas y charlas en voz alta. Suele pasar que entre escritores, nadie escucha a nadie, son en realidad largos monólogos que no tienen a ningún interlocutor. No importa ser escuchado, lo que importa es el decir lo que se les venga en gana.

El único diálogo ocurría entre el poeta y la bella esposa del escritor consagrado. La poesía fluía entre ellos de un modo natural. Se generó una especie de corriente eléctrica entre ambos, que iba más alla del embeleso del poeta, que observaba como la señora se deleitaba consu charla y la recitación de poemas de amor, de diversos autores clásicos.

Al filo de las cuatro de la madrugada, la señora esposa del escritor consagrado decide, en un arrebato de locura amorosa, largarse con el poeta a otro sitio, no sin antes redactar una nota atenta dirigida a su esposo. La nota decía: "No me esperes más, no vuelvo". El sentido era enigmático, pero lo único verdadero que ocurría en ese instante es que la señora de la casa abandonaba para siempre el hogar conyugal, arrebatada por quién sabe qué pasión interior.

El escritor consagrado no sabe qué pasó con su linda esposa y por qué esa fuga tan aparatosa, delante de todos los invitados. !!Qué bochorno¡¡

Hasta la fecha la señora de la casa jamás volvió, ni por su guardarropa y joyas.

El escritor consagrado soló alcanza a decir: "esto es rídiculo, cómo mi mujer se enamora así de golpe de un poeta menesteroso."

"Ese amor, si así se le puede llamar a esa huída, es simplemente algo ridículo".

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