El padre desapareció un día como por arte de magia, dijo que iba a visitar a su hermana, y que al rato volvía a casa. El niño tenía casi el año de nacido y la madre treinta, recién cumplidos. El caso es que nunca más supieron el paradero del padre, la esposa al investigar en casa de su cuñada y no encontrar una pista sobre su hombre, se fue a la Cruz Roja, a los hospitales de urgencias médicas y finalmente al SEMEFO (morgue). Y nada, absolutamente ni rastro de Luis Raúl.
Volvió a casa bañada en lágrimas, desconsolada y con el sentimiento de abandono sobre los hombros. No se exlicaba el por qué de esa conducta, sí había problemas entre ellos, como los de cualquier pareja, ella no lo negaba pero no era motivo suficiente para dejarla sola con un niño tan pequeño.
¿Y, ahora qué le digo a mi hijo acerca de su papá?
Hay maridos en México que parece que la tierra se los tragó enteritos. Es tan grande el territorio nacional, que es muy fácil perderse en sus dilatadas regiones geográficas.
Es inútil lanzarse en una búsqueda. ¿Por dónde empezar a buscar?
El hijo creció preguntando todos los días a su madre: ¿Y mi papá cuando vuelve? La madre guardaba doloroso silencio y se secaba las lágrimas con el dorso de la mano derecha.
La madre de Raulito, como era muy joven y atractiva, no le faltaron los pretendientes y los amantes, así que el niño, y luego el adolescente, siempre observó que su madre dormía acompañada por un hombre, a los cuales les fue diciendo: papá. Así que tuvo muchos papás, unos estaban en su casa meses, otros años, y muy pocos una sóla noche.
"Bueno, madre, quiero saber quién es mi padre y dónde lo puedo encontrar". La madre no pudo responder, no sabía responder a tales interrogantes de su hijo.
La madre pensaba que el joven no volvería a insistir en el tema del padre, porque con tantos hombres en su lecho, con algunos se había encariñado demasiado, y ellos con él también, pero no era suficiente para Raulito.
Una pariente lejana de su padre le indicó a Raulito, dónde posiblemente lo podría encontrar: Tijuana. Que es la frontera del norte más alejada del Distrito Federal, la capital de la República. Son tres mil kilómetros de distancia. Lejos, lejos, lejos.
Al fin dió con él, su verdadero padre biológico. Le costó un mes de búsqueda, pero el nombre de su padre es poco común y menos su apellido. Lo encontró en la Policía Judicial del Estado, era agente. Y tenía una nueva familia, Raulito de pronto supo que tenía siete hermanos menores que él.
Ese día del encuentro, Raulito se bañó y se acicaló muy bien para esa ocasión tan especial, llegó a la comandancia de la Policía y solicitó hablar con el agente Luis Raúl Orendaín, lo vocearon y unos pocos minutos después apareció frente a Raulito.
"¿Para qué soy bueno?"-pregunto el policía, gordo desaliñado.
Raulito, en ese momento ya había recién cumplido los veinticinco años, vestía elegantemente y con facilidad de palabra, le planteó al policia (su padre): "Quiero que me ayude a localizar a mi novia, una banda de tratantes de mujeres la raptó en México y la trajeron para acá."
¿"Y, porqué yo"? volvió a preguntar el policía gordinflón desaliñado.
"Porque usted es el jefe de la sección de secuestros", dijo tajantemente Raulito.
"Déme el nombre de la señorita y un retrato de ella". Continuó el policía gordo.
"Pero sigo insistiendo, ¿por qué yo?. "Aquí hay gato encerrado". "Esto me huele mal", refunfuñaba el policía gordo.
"Aunque usted me inspira confianza, y no sé por qué". Soltó el policía, ya muy desconfiado por tal solicitud.
Dijo Raulito: "Mi comandante, puede usted ayudarme, ¿si o no? El policía gordo no respondió la pregunta.
Raulito dejó sobre el escritorio del comandante (su padre), una foto de una chica joven y una carta en sobre cerrado.
La foto de la chica la consiguió prestada de un amigo de Tijuana que vive en México. La carta la redactó Raulito la noche anterior.
Esa carta solamente tenía escrita una pregunta.
¿Por que me abandonaste cuando yo era un niño recién nacido?
"Ya no te necesito como padre, te perdono".
"Tu hijo" ( sin nombre).
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