Cuando los niños entraron a la sala de su casa, gritaron al únisono: "tía,¿qué hiciste?" y enseguida brotaron palabras sueltas de sus bocas: no, no y no, ¿por qué? ¿Ahora qué hacemos? !!No puede ser¡¡. El llanto entrecortado de Fabiola y de Luis, les impedía reaccionar ante el hecho consumado de ver a su tía en ese estado.
Leticia era originaria de Chilpancingo, Guerrero, México. Ahí vivió la mayor parte de su vida, hasta que se casó y se fue a radicar al Distrito Federal. La ciudad de México le daba pavor, le temía a sus habitantes más pobres, pensaba que todos eran unos delincuentes, en realidad siempre se caracterizó por ser paranoica.
Leticia recién había cumplido el medio siglo y estaba orgullosa de su única hija, Teresa, quien ahora se encontraba estudiando una Maestría en Arte en la prestigiada Universidad de Oxford, Inglaterra.
Teresa siempre quiso estar lejos de su madre, no soportaba sus cuidados excesivos y sus temores frente a la vida.
Afortunadamente, Teresa no aceptó nunca como herencia ese miedo neurótico de su madre, que de todo se asustaba y enfermaba de los nervios. Desde muy niña Teresa apaciguaba los miedos de su madre, a la oscuridad y a los ruidos fuertes.
El esposo de Leticia era también un hombre extraño, abogado sin un gran prestigio profesional, dedicado a asuntos turbios casi siempre. Y, eso si, muy ausente del hogar conyugal, siempre tenía una excusa para largarse varios días o semanas, al fin que Leticia "lo comprendía todo".
En Chilpancingo corría la especie que el esposo de Leticia había asesinado a dos compañeros de la universidad, y por eso tuvo que huír de la ciudad, nunca pisó la cárcel.
Cuando Leticia salía de su casa de Coyoacán, elegante barrio clasemediero de moda en los años setentas, siempre saludaba a todo el mundo que se encontraba en la calle, porque ella pensaba que así evitaba ser asaltada o robada por esos sujetos anónimos que pululaban por ese barrio turístico.
Cuando se encontraba con alguna persona conocida, de inmediato les preguntaba si no había alguien cercano persiguiéndola, que si no notaban algo anormal a su alrededor, hombres mal vestidos o mujeres disfrazadas de indigentes, porque temía ser asaltada.
En realidad Leticia póco salía a la calle, le gustaba estar encerrada en su cómodo departamento, siempre sola. Su hija vio rápidamente el modo de abandonar el hogar al irse a estudiar la secundaria a Miami.
Ante la desgracia de matrimonio que llevaba, ella decidió divorciarse de aquel abogado mafioso. Asunto que se resolvió de inmediato, gracias a la intervención de su padre que era el único notario de la ciudad de Chilpancingo.
Un día, muchos años después de consumado el divorcio, el ex-marido se apareció en casa de Leticia, para proponerle que deseaba hacerse cargo de los gastos de manutención de la hija, que ya era mayor de edad, por cierto.
Y por esa razón, él le había abierto una cuenta bancaria a nombre de Leticia y como beneficiaria Teresa.
Esa cuenta bancaria Leticia no la tocaba, ni sabía exactamente cuánto tenía ahí depositado. Recibía los estados mensuales de esa cuenta y ella religiosamente los archivaba en su escritorio.
En cierta ocasión, le llamaron del banco mexicano, por que querían hacerle algunas preguntas acerca de los depósitos que se hallaban en su cuenta. Fue al banco, la entrevistó el gerente general, y ella salió de ahí conmocionada, no lo podía creer.
De inmediato regresó a su ciudad natal para hablar y pedir consejo a su padre, el notario, sobre qué hacer. No encontró a su padre, había salido de vacaciones a Acapulco; entonces fue a casa de su hermana y tampoco se encontraba ahí, solo sus dos sobrinos menores.
Se sentó en la sala y meditó sobre lo que era mejor para todos. Fue a la habitación de su hermana casada, y encontró lo que quería, una pistola calibre cuarenta y ocho. Se sentó en el sofá principal y colocó cuidadosamente el arma en su sien derecha y disparó.
Se destrozó el craneo con ese balazo, y bañada en sangre se resbaló hasta quedar tirada en la alfombra blanca que su hermana tanto cuidaba de no manchar.
Al parecer, la decisión del suicidio de Leticia, fue que en el banco le dijeron que tenía una cuenta con depósitos millonarios en dólares, y qué explicación tenía para ello.
Leticia vivió con mucha austeridad, con su sueldo de economista en una modesta oficina del gobierno mexicano, y en el banco su cuenta de cheques rebosaba de dólares, varios millones.
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