jueves, 12 de agosto de 2010

Los clásicos, siempre.

Después de una prolongada estancia en la Ciudad de México, viviendo en casas ajenas, sin bibliotecas, no pude dedicarme a la lectura como suelo hacerlo cuando estoy en mi propia casa. En compensación por esa falta de libros a mi alcance, me entregué a la tertulia, en cuerpo y alma, que yo formé en el Café Toscano, frente al Parque México, en el barrio bohemio de La Condesa. Rescaté nuevamente el arte de la conversación en grupo, e introduje la presencia femenina para romper viejos moldes de tertulias europeas, donde solamente los varones tenían cabida.

Hoy de nuevo en casa, en Guatemala, literalmente habito la enorme sala de la biblioteca de mi padre, que aun contiene varios miles de ejemplares de obras de literatura, sociología, antropología, psicología, entre otras, que fueron la afición de mi padre.

He vuelto a la lectura de los clásicos, León Tolstoi con su "Muerte de Iván Ilich", los cuentos favoritos de Julio Cortázar, y sobre todo Honorato de Balzac con su monumental obra: "La comedia humana", que ha sido mi deleite por años, cuando era más joven y ahora vuelvo a ella.

No hay, para mi, más placer que leer y escribir todos los días, es mi pila para poder crear lo que deseo.

He retomado a Jorge Luis Borges con el respeto que me merece su intrincada literatura, me gusta.

Voy a devorarme, de nueva cuenta, los clásicos que mi padre atesoró en su magnífica biblioteca personal. Cuando yo era niño y luego adolescente, incursioné en los libros de mi padre, en sus enciclopedias, ya que mi padre era un verdadero enciclopedista al puro estilo francés. Aprendí mucho de los libros y ahora me decepciona saber que mis estudiantes universitarios no quieren leer, no les interesa aprender por este medio. Uno de ellos, me confió lo siguiente:"Maestro, yo me voy a graduar muy pronto de licenciado en ciencias de la comunicación y prácticamente no leí nada durante la carrera, es más ni a la biblioteca de la universidad entré." Muy ufano, se dio la media vuelta y se retiró, me dejó pasmado con su confesión.

Soy un ser anacrónico porque leo con singular entusiasmo, en un mundo que dejó la lectura en el olvido, para incursionar en otros medios de aprendizaje y de adquisición de información. Yo sigo fiel al método de aprendizaje tan de moda en los siglos XIX y XX, leer y escribir correctamente.

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