A él solamente le gustaban las mujeres con problemas de locomoción. Las cojas, pués, eran su adoración. Él no sabía de dónde le venía esa extraña afición a las mujeres defectuosos. Decía que desde niño se impresionó con la amiga de su mamá, que de niña tuvo poliomelitis y usaba muletas para caminar, ya que tenía una pierna más corta y mas delgada que la otra, por lo que se balanceaba mucho al andar. Y fue ese bamboleo cadencioso lo que a Miguel le excitaba, al parecer.
Miguel era de familia muy pobre, eran ocho hermanos y el padre ausente. La madre de Miguel consigió que lo aceptaran en un seminario para la formación de sacerdotes salecianos, así era una boca menos que alimentar, después otros tres hermanos menores de Miguel siguieron sus pasos.
Miguel, con muchas dificultades alcanzó a ordenarse como sacerdote saleciano, no era un buen estudiante de filosofía, más bien era indisciplinado, y lividinoso ante una mujer, cualquiera que ésta fuera.
Un día le llamó a su despacho el superior de su congregación para decirle que le veía poca vocación sacerdotal, y que era mejor que pidiera licencia y se retirara de la vida casta y pura del sacerdocio. Miguel aceptó la propuesta, ya que de hecho había embarazado a una monja recientemente, y la familia de ella lo obligaban a casarse.
Miguel tuvo varios hijos con Alejandra, pero su obsesión por las mujeres cojas no se la podía quitar de la mente ni un instante. El las deseaba fervientemente, se quería acostar con una mujer coja, a como diera lugar.
El conoció a Imelda, una enfermera, coja. De golpe se le declaró y le pidió que fuera su novia, ella aceptó sin saber que Miguel tenía esposa y varios hijos menores. Miguel tenía mucha labia para envolver al prójimo. Con Imelda tuvo una relación de amantes durante varios años, hasta tuvieron un hijo.
Cuando la obsesión por las cojas le hacía crísis, Miguel acudía a un centro hospitalario de rehabilitación a donde acudían cientos de pacientes con problemas graves de locomoción e iban en búsqueda de una prótesis.
Ahí, Miguel encontró a Guadalupe, una linda mujer de cuarenta años, a la que le faltaban ambas piernas, usaba prótesis y empezaba a aprender a caminar con ellas.
Guadalupe era una mujer que de joven se fue como migrante a los Estados Unidos, pero al abordar en plena marcha el tren, cayó entre las vías y el tren le mutiló las piernas.
Esa era la mujer ideal para Miguel, al grado que abandonó a Alejandra e Imelda, y se casó con ella lleno de felicidad, ahora Guadalupe tiene un embarazo de siete meses y Miguel está orgulloso de su nueva adquisición romántica. Por fin, con él, la mujer ideal.
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