Camila fue un ser especial para él. El la adoró desde el momento en que la conoció, no podía ser de otro modo, ella era bella y querible. Había suficientes motivos para que esa relación fuera duradera, un amor eterno, pues.
Vivieron juntos tres años, los más importantes para ella y también para él. En ese lapso se desarrolló un lazo afectivo profundo y bello, nada se interponía entre ellos, todo fluía como miel sobre hojuelas.
Pero un día Camila se fue a Europa, a Barcelona para ser precisos, aunque hubo llamadas esporádicas por el teléfono de la computadora, nada fue igual que antes, pero el amor continuaba intermitentemente.
Camila ha hecho su vida en Barcelona, tiene una familia feliz, unida y amorosa. Sus estudios los continuó allá, por eso conserva un acento catalán al hablar, acento que le agrada a él escuchar en ella.
Un día, de modo inesperado, Camila dijo: "Voy a México, quiero verte". El no cabía de gusto en su cuerpo y en su mente, habían pasado demasiados años de ausencia de ese ser tan querido y amado por él.
Ese día llegó por fin, y se citaron en un restaurante del barrio bohemio de Coyoacán, se llama Centenario 107, ahí comerán algo rio y charlarán de tantas cosas que han vivido cada quien por su lado, hay emoción por el encuentro en ambos, las horas pasan lentamente, mientras llega ese ansiado instante del encuentro.
Camila tiene nueve años y su abuelo sesenta y cinco, ella viajó sola como una señorita mayor, se sabe desenvolver bien en la vida.
Su abuelo la admira, la aprecia y la ama intensamente.
Ya habrán de abrazarse y mirarse fijamente a los ojos, y sin palabras dirán que se aman.
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