Se va, se va!" y "¡No nos vamos hasta que él se vaya!". Es el grito unánime que a estas horas se oye en la plaza de la Liberación de El Cairo. Ha comenzado en el momento justo en el que el rezo del viernes concluía, un rezo en el que se han unido musulmanes y cristianos. La lucha para echar del poder al presidente Hosni Mubarak alcanza hoy un día clave, una jornada en la que los opositores esperan el abandono. Por eso fue bautizado como el Día de la despedida. Durante el sermón, los predicadores han insistido en que la revolución "no es religiosa" y "pertenece por igual a musulmanes y cristianos, hombres y mujeres".
En la concentración, que vuelve a ser pacífica tras los disturbios de los dos últimos días, hay sentimiento de esperanza y también de determinación en que el régimen moverá pieza, entre otras cosas por las noticias que llegan de que Washington está negociando la marcha inmediata del presidente egipcio tras 29 años en el poder. La Unión Europea ha realizado un nuevo llamamiento a una "transición que debe comenzar ya", según una declaración firmada por los jefes de Estado o Gobierno de los Veintisiete.
Horas antes del rezo, el Ejército ha intensificado los accesos a la plaza. Si bien estos días atrás los soldados que controlaban los accesos permitían la entrada a los grupos de personas que se acercaban, hoy el control es mayor y solo se ha permitido el acceso de uno en uno, lo que ha provocado numerosas colas para entrar. El mayor papel de los militares, posterior a la visita del ministro de Defensa, Mohamed Husein Tantawi, hace unas horas, puso en alerta a los manifestantes, que comenzaron a rodear los carros de combate para evitar que sus movimientos les destrozaran sus barricadas caseras.
El ministro, permanentemente rodeado de fuertes medidas de seguridad, ha dicho algunas frases a periodistas de EL PAÍS y la Cadena SER: "Egipto es un país fuerte. La situación está bajo control". Además, ha tratado de rebajar importancia a las protestas: "No todo el país es la plaza de la Liberación".
Por otro lado, el canal de televisión Al Yazira ha narrado cómo los manifestantes comprobaban esta mañana los documentos de identidad de las personas que accedían al lugar para que no se colara ningún policía o agente al servicio del Gobierno que pueda ocasionar disturbios como los vividos ayer y anteayer.
El ambiente que se respira es de alegría y confianza en que la salida de Mubarak es un hecho. Las personas concentradas en la plaza están informados de lo que está ocurriendo fuera y de las negociaciones de los políticos como respuesta a sus protestas.
La presión a los periodistas internacionales presentes en la plaza ha continuado hoy, después de que ayer muchos sufrieran diferentes agresiones. Los militares les han quitado los pasaportes a primera hora, mientras esperaban la llegada del ministro de Defensa, pero este ha ordenado que los devolvieran tras su visita.
Choques violentos el jueves
La plaza de la Liberación se convirtió de nuevo ayer en el escenario de una batalla campal a pesar de que por la tarde los militares optaron por disparar al aire con el objetivo de disolver a la multitud enzarzada. A medida que crece la tensión, los círculos de poder más próximos a Mubarak temen que la dimisión del presidente no sea suficiente.
Por eso no ha sorprendido que anoche el diario The New York Times filtrara que la Casa Blanca negocia con oficiales egipcios un plan para que Hosni Mubarak abandone el poder inmediatamente. El vicepresidente Omar Suleimán, exjefe de los servicios secretos y mano derecha dl presidente, lideraría el Gobierno de transición con apoyo del Ejército.
En una entrevista concedida a la corresponsal Christiane Amanpour, de ABC News, Hosni Mubarak , aseguró que la única manera de que no se instale el caos en la ciudad es su permanencia en el poder. "Me dio mucha pena ver a egipcios peleando entre ellos. Me hubiera ido, pero todo sería un caos", recalcó el presidente. "No me importa lo que la gente diga sobre mí. Me importa mi país, me importa Egipto", insistió.
Poco después el vicepresidente Omar Suleimán, hombre clave en la crisis, apareció en televisión para calmar los ánimos. No lo consiguió. Primero, porque es difícil calmar desde la pantalla a dos multitudes que se pegan con todo lo que tienen a mano, y porque la mayor violencia provenía justamente del bando gubernamental, que fomentaba el furor de sus fieles, armados en algunos casos con armas de fuego.
Los muertos, según el Ministerio de Sanidad, llegan a 13 (una cifra destinada a crecer mucho cuando se conozcan datos reales), con miles de heridos. Segundo, porque no se pueden emitir mensajes contradictorios con la esperanza de que alguno funcione.
Desde el viernes, cuando manifestantes y antidisturbios se enfrentaron con tremenda dureza, se había abierto un periodo de relativa calma y ánimo festivo, combinado con graves saqueos nocturnos, hasta que el miércoles el Gobierno lanzó a sus fieles y a sus matones (armados, organizados, muy peligrosos) contra la gente del 25 de Enero y contra los periodistas extranjeros. A partir de ese momento, el centro de El Cairo se convirtió en el infierno.
Esa localización reducida del conflicto constituye un elemento muy importante de la crisis. Unos y otros han elegido la plaza de la Liberación y sus alrededores como campo de batalla. El resto de la ciudad y el país es otra cosa: grupos de matones, controles improvisados por ciudadanos-vigilantes organizados contra los saqueos, paralización, ansiedad, calles desiertas y comercios cerrados.
La gran mayoría de los egipcios, afligidos por el desabastecimiento (el toque de queda y los controles hacen casi imposible el suministro de mercancías), el alza de precios, el cierre de los centros de trabajo y la desaparición del turismo, una de las grandes fuentes de ingresos del país, desean sobre todo un desenlace rápido.
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