domingo, 6 de febrero de 2011

Las vueltas al Sol/ F. Campbell.

Cada año la nave espacial Tierra le da vuelta al Sol. Luego entonces yo, uno de sus pasajeros, le he dado sesenta y nueve veces la vuelta al sol.
La ideas de que el planeta de los siete mil millones de terrícolas es una nave espacial se la debemos a Buckminster Fuller, el inventor de la estructura geodésica.

Queremos con ello explorar la idea de que lo único real son esas vueltas al sol y el envejecimiento, porque resulta una falacia hablar de tiempo real, como suelen decir los cineastas respecto a ciertas tomas cinematográficas.
El cine también, y la novela por otro lado, juega con una idea manipulada —o convencional— del inexistente tiempo.

Así lo hizo Andy Warhol en su película Empire, por ejemplo: un par de horas con la cámara fija en Empire State en Nueva York. A lo largo de dos horas lo único que se ve es el eréctil edificio que quiere clavarse en el cielo, como una fotografía fija. Y aquí está la irreverencia de Warhol en relación al principio de que el cine es imagen en movimiento.

Por eso cuando Bill Maher titula su programa televisivo Real Time (tiempo real) está valiéndose de un acuerdo muy establecido entre los hombres: una convención como tantas otras, porque si no hay tiempo tampoco puede haber tiempo real.

Muchos filósofos han escrito que el tiempo no existe, que es una simple ilusión, semejante al número, semejante al cero. Días y noches, movimientos de rotación, de traslación, las estaciones y los años, son una invención de la mente humana.
Para Juan Marsé el envejecimiento —la única prueba, tal vez, de la existencia del tiempo— es una masacre.

Para Felipe Ehrenberg la vejez es bellísima, una transición hermosa, de la nada a la nada, de la cuna a la tumba, pues se ha liberado uno del deseo y de la competencia, y de los otros que nunca más serán un infierno.

Pero más que nada el envejecimiento es una ruleta rusa. Van cayendo a uno u otro lado los amigos, los camaradas, los parientes, los desconocidos también, como si todos estuviéramos en una trinchera en uno de los momentos más álgidos de la primera guerra mundial.

“Voy a mi pueblo y no encuentro a nadie en las calles. No doy con mis amigos. La mayoría está en el cementerio y por allí me paseo”, decía Gesualdo Bufalino, el novelista siciliano autor de Perorata del apestado.

Hay que haber rebasado la frontera de los sesenta años para empezar a darse cuenta de los cambios en el uso de las palabras que de generación en generación van cambiando de matiz en su significado.

Porque sabe el que tiene ya más de sesenta años que en toda sociedad se hablan tres lenguas: la de los jóvenes, la de los de mediana edad, y la de los viejos. Pero esto sólo se puede apreciar si uno ya le ha dado la vuelta al sol más de sesenta veces.

De otra manera no hay modo de comparar.
Los jóvenes (y también algunos de la mediana edad) dicen y escriben iniciar en lugar de empezar, como antaño. Dicen buen día y no buenos días. Dicen café espresso y no, como sus padres, café expréss. Dicen que tenga un buen día (have a good day) y no que le vaya bien.

Dicen mi nombre es Fulano de Tal y no, como los viejos, me llamo Fulano de Tal. La tendencia es imitar el inglés.
Dicen este día y no, como sus antecesores, hoy.

En el nuevo español estadounidense que se disemina en México la frase Hoy empiezan las clases ha evolucionado, gracias a los mass media, hasta construirse como Este día inician las clases. Ya no se dirá me enamoré.

Habrá que decir caí en amor.
Dicen los hablantes de la nueva generación: No estamos haciendo las preguntas correctas, y no como sus padres o abuelos: No nos estamos dando a entender.
Fernando Savater recomienda el libro de Jean Améry, Revuelta y resignación, como lo mejor que se ha escrito sobre la experiencia de envejecer. Y lo cita: “El ser humano que envejece, cuyas realizaciones ya han sido contabilizadas y sopesadas, está condenado.

Ha perdido, aunque haya ganado, quiero decir: aunque su ser social, que agota su conciencia, se contabilice como un gran valor de mercado.” Jean-Paul Sartre, por ejemplo, a los noventa años y en una sala de conferencias. “¿Quién es ese viejito? Es muy interesante, pero es eso: un viejo”


Y antes está el clásico ensayo de Cicerón, De senectute, una apología de la vejez. Utiliza a Catón el Viejo como portavoz. Después, en el siglo XX, uno de los textos más lúcidos sobre el tema de la edad provecta es otro libro titulado como el de Cicerón: De senectute, de Norberto Bobbio.
Por lo demás, lo único malo de la nave espacial Tierra es que no tiene un manual de instrucciones de vuelo. Y no hay que olvidar que lleva siete mil millones de pasajeros, uno de los cuales es usted, lector.

* * *
Addenda:
El año sidéreo o año sideral es el tiempo que transcurre entre dos pasos consecutivos de la Tierra por un mismo punto de su órbita, según se lee en Wikipedia, tomando a las estrellas como referencia. Su duración equivale a 366 días siderales o a 365 días solares. No sé si es lo mismo el “año trópico”, pero ésa es otra historia.

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