jueves, 3 de febrero de 2011

Vuelve el Angel Negro.

Vladimír Holan no creía en Dios, creía en los milagros; creía en el pueblo, no en los que se erigen en sus representantes exclusivos. Fueron estos los que en 1948, el año en el que los comunistas tomaron el poder en Checoslovaquia, le prohibieron publicar sus poemas.

Acusado de "formalismo decadente", el poeta se encerró en su casa de Kampa, una de las islas del río Moldava a su paso por Praga. Echó las cortinas y cambió sus horarios: dormía de día, vivía de noche. "Muro por muro", escribió.

"Para él todos los temas son grandes", dice Clara Janés, su traductora
La gran paradoja es que el veto llegaba justo después de que Holan aparcara el hermetismo de sus primeros libros -se había estrenado con Abanico en delirio en 1926, a los 21 años- en beneficio de una poesía de tintes sociales -"murió mi soledad"- surgida en 1938 a raíz de la ocupación nazi de Checoslovaquia.

"El poeta y el artista digno de ese nombre", escribió en 1946, "cambia el mundo y lo crea de nuevo, sea con la fuerza de la humildad, sea con la fuerza de la rebelión".

Buena muestra de ese cambio de estilo es Soldados del ejército rojo (1947), publicado completo por primera vez en España. Es también el caso de títulos como Avanzando y Miedo, escritos en la larga noche de la prohibición y hasta ahora traducidos fragmentariamente. Esos tres libros, otros cinco también completos y una amplia muestra de dos más conforman el volumen La gruta de las palabras (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), casi 700 páginas traducidas por Clara Janés.

La selección de la poeta española se centra en los libros que Holan escribió en sus años de reclusión voluntaria. Algunos como Dolor, Una noche con Hamlet y Toscana -el favorito de su autor- forman parte ya de la historia de la gran poesía europea del siglo XX. Holan era "el mejor poeta" de su generación según su amigo Jaroslav Seifert, que recibió el Premio Nobel en 1984. Para entonces, Holan, al que llamaba "ángel negro", llevaba cuatro años muerto.

Igual que el hermetismo juvenil aprendido de Mallarmé había dado paso a una poesía popular y narrativa -algunos poemas son verdaderos microrrelatos-, esta dio paso a una metafísica que consigue conjugar claridad y misterio. "Para Holan todos los temas son grandes", dice Clara Janés. De ahí que imagine a Hamlet como "un Mozart dado a la bebida" o prefiera el canto de un gallo a las trompetas celestiales para el día de la resurrección.

Cuando en 1980 salió de su casa con 75 años para morir en un hospital, Holan no había dejado aquellas cuatro paredes más que un puñado de veces. Ni siquiera acudió a recoger los premios que empezaron a reconocer su obra cuando, a partir de 1963, la efímera revolución de terciopelo contribuyó a levantar el castigo a sus libros. Todas las distancias de su vida las había recorrido cuando era un niño de seis años que caminaba cuatro kilómetros diarios para estudiar latín en un convento cercano a Podolí, el pueblo al que se había trasladado su familia desde Praga, la ciudad en la que había nacido en 1905.

"¿Por qué es pesado tu vuelo, / por qué se atrasa? / -He pasado quince años / hablando al muro / y ese muro lo arrastro yo solo / desde mi infierno / para que ahora / os lo diga todo...". Eso dice el poema que abre Miedo, escrito el mismo año en que dejó de ser un autor prohibido. Hablando contra el muro, Holan escribió cinco novelas que destruyó, 10 libros de poemas y multitud de traducciones de poetas como Baudelaire, Rilke o Góngora.

En España su nombre está ligado para siempre al de Clara Janés. Contra todos los consejos, la escritora barcelonesa consiguió romper el aislamiento del poeta checo en 1975. Ayer, en Madrid, recordó una vez más el episodio al que ella misma dedicó en 2005 el libro La voz de Ofelia (Siruela): "Llevaba seis años sin escribir un verso pero obsesionada con Hamlet cuando un amigo robó un libro, solo por el título, y me lo regaló. Era Una noche por Hamlet en la traducción de Josef Forbelsky revisada por Guillermo Carnero. Lo había publicado Barral, que me dijo que desistiera de conocer a Holan. Él había estado en Praga y no había querido recibirlo, tampoco a Gallimard. Pero le mandé un poema y me respondió que podía visitarle".

Clara Janés entró en la casa de la isla de Kampa con un ramo de rosas que el huidizo anfitrión utilizó como parapeto. La siguiente visita tuvo lugar dos años después. Para entonces, Janés había aprendido checo. Pudo así hablar con Vladimír Holan y traducir su obra. También seguir sentándose en silencio junto a un hombre que decidió encerrarse para ser libre.

Resurrección
¿Que después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí

al estruendo terrible de trompetas y clarines?

Perdona, Dios, pero me consuelo

pensando que el principio de nuestra resurrección, la de todos los difuntos,

lo anunciará el simple canto de un gallo...

Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento...

La primera en levantarse

será mamá... La oiremos

encender silenciosamente el fuego,

poner silenciosamente el agua sobre el fogón

y coger con sigilo del armario el molinillo de café.

Estaremos de nuevo en casa.

(Del libro Dolor. Traducción de Clara Janés)

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