lunes, 2 de mayo de 2011

Rebeca, sí estuvo en la Boda Real/ cuento corto

Rebeca fue ese día al salón de belleza, era el día de la Boda Real de Guillermo y Kate. La arreglaron especialmente para una boda de un príncipe y una plebeya. Todo el día previo se entregó a los cuidados de su cuerpo, quería lucir hermosa. Se hizo manicure, pedicure, se depiló todo lo depilable, se peinó de tal modo que luciera el sombrero, cuya longitud no debía superar los 21 centímetros, para no estorbar la visión de los otros invitados, ella se ajustó a lo que marcaba el protocolo para estos casos especiales.

Rebeca es una mujer elegante y distinguida, acostumbrada a codearse con la alta burguesía mexicana, se sabe comportar, es muy propia en modales y lenguaje.

El día del matrimonio Real, los nervios de Rebeca eran alrededor de ir al baño todas las veces necesarias, y así lo hizo fue 14 veces a orinar. No se quería perder ni un instante de la ceremonia con una inoportuna carrera al baño.

Se puso un vestido color salmón, precioso, de un diseñador parisino. Todos los accesorios eran combinados con el vestido: bolsa, medias, aretes, collares, zapatos.

Le tomó varias horas arreglarse, pero quedó satisfecha con el resultado.

El lugar estaba reservado exclusivamente para ella, tenía impreso su nombre en una cartulina blanca sobre la silla especial.

Cinco minutos antes del inicio de la ceremonia nupcial, ella se acomodó elegantemente en la silla, subió una pierna y la puso encima de la otra.

Respiró profundamente, y exclamó: !Venga, que ya entre la novia¡

Como sabía que la ceremonia iba a prolongarse por tres horas, se preparó concienzudamente para resistir todo ese tiempo sin moverse. El sombrero, también en color salmón, le sentaba primorosamente sobre su espesa cabellera negra y rizadas.

Rebeca aguantó estoicamente, bien sentada, casi inmóvil, sin conversar con nadie, en silencio. Tenía en su mano derecha un pañuelo de seda, con sus iniciales bordadas con hilos dorados.

Vio detenidamente el ingreso de la novia y analizó el vestido; le gustó mucho.

Se emocionó hasta las lágrimas cuando se dieron el "sí acepto"; y se angustió cuando Guillermo no podía ponerle con suavidad el anillo en el dedo de la novia, se fijó como él batallaba para introducirlo.

Después de las tres horas de rigor que fue lo que duró la ceremonia, Rebeca tenía los pies hinchados, pero no quiso quitarse las zapatillas, eso era de mal gusto a todas luces. Se aguantó hasta el final con los zapatos puestos y los pies como tamales de gordos.

Cuando todo concluyó felizmente, como marcaba el programa riguroso de la Boda Real, y los novios se fueron en las carrozas tiradas por caballos blancos al Palacio donde vive la Reina Isabel II, para recibir su baño de pueblo por las calles londinenses; Rebeca descansó por fin.

Apagó el televisor, porque ya le ardían los ojos de mirarlo fijamente por tantas horas.

Se metió a su habitación, se desvistió lentamente y se pudo quitar las zapatillas apretadas, que le torturaban sus pies.

Se dio una ducha de agua caliente y se metió a la cama, satisfecha de haberse comportado como toda una dama ante la realeza internacional.

Ya no quiso cenar, con tantas emociones el hambre se le espantó del todo.

Rebeca se dijo así misma: "me tengo que ir preparando para la coronación de -Guillermo I".

El problema es, piensa ella, qué vestido habrá de llevar ese gran día.

Faltan varios años, pero ella piensa en todo, ya que Rebeca es una mujer muy organizada.

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