martes, 3 de mayo de 2011

Ver (el cadáver) para creer.

Ver (el cadáver) para creer
Daños Colaterales
Irene Selser


Hasta el anuncio hecho por el Pentágono de que su cuerpo había sido arrojado al mar, la versión de que Bin Laden y cinco miembros de su familia y de su entorno habían sido muertos por un comando especial (Seal) pudo resultar creíble, en parte por la abundancia —ciertamente inusual— de datos con que el director saliente de la CIA, Leon Panetta, saturó a la audiencia mundial. Esto pese a que la residencia-búnker del terrorista más buscado del planeta resultó estar a sólo 50 km de la hipervigilada capital de Pakistán —y de sus servicios de inteligencia.

Pero la celeridad con que distintos funcionarios en Washington anunciaron el resultado de un análisis de ADN, que permitió “confirmar prácticamente ciento por ciento” su identidad —sin precisar, como interroga Le Monde, cuándo y cómo se realizaron las pruebas—, como la inmediatez con que su cadáver fue desaparecido, le quitaron toda credibilidad a la noticia. Más aún si se repasa la ceremonia (AFP, EFE, Reuters) con que, supuestamente, a bordo de un portaviones, los mismos feroces comandos que horas antes lo habían aniquilado de un tiro en la frente, se deshicieron de su cuerpo: “Primero lo lavaron y lo envolvieron en un sudario blanco”, después “lo depositaron en una bolsa” y “un oficial de la Marina leyó un texto religioso traducido al árabe por un intérprete”. Luego de lo cual lo arrojaron sin más a los tiburones.

De inmediato, organizaciones como la Gran Mezquita de París o el Instituto sunita Al Azhar, en El Cairo, denunciaron el irrespeto a los ritos musulmanes que sólo permiten la inmersión de un cuerpo en caso de haber fallecido en altamar.

Otros analistas ponen en duda si Al Qaeda y sus filiales, muchas de ellos grupúsculos, van a radicalizar realmente su accionar tras el anuncio del presidente Obama, quien por cierto llamó ayer en Washington a los políticos a recrear “el mismo sentido de unidad que prevaleció por el 11 de septiembre. (…) “Se nos recordó una vez más que hay un orgullo en lo que esta nación defiende y en lo que puede lograr que corre más profundamente que el partido, más profundamente que la política”, arengó Obama como en los tiempos de campaña.

Con toda la atención mediática centrada en la muerte de Bin Laden, a escasos 130 días del décimo aniversario del 11-S, quién va a atreverse en Estados Unidos a poner en descrédito al presidente. Como en el filme de Barry Levinson, Escándalo en la Casa Blanca, donde un asesor anónimo, Conrad Brean (Robert De Niro), maneja la producción de un conflicto bélico para distraer la atención del público, recurriendo a un productor de Hollywood (Dustin Hoffman) para que vuelva creíble la “amenaza renovada del terrorismo” como justificación de otra guerra.

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