domingo, 31 de marzo de 2013

Al Pacino

“¿Jubilarme? No sé qué significa esa palabra”

Al Pacino es uno de los grandes. A los 72 años, el actor no se plantea la retirada

El tiempo, el teatro y los amigos han sido su antídoto frente al peso de una fama que vivió como una carga

El actor Al Pacino. / VICTORIA WILL (AP)

¿Bohemio o indigente? ¿Estrella por encima del bien y del mal o simplemente descuidado? Tiene las uñas negruzcas, la chaqueta de cuero raída y el aspecto algo desaseado. Pero ese que está colgado de su móvil en el hotel Four Seasons de Los Ángeles, en pleno corazón de Beverly Hills, es Al Pacino. Así que de indigente, nada. Estrella indiscutible, una de las mejores de su generación, uno de los pocos actores con mayúsculas que van quedando junto a Robert De Niro, Dustin Hoffman y, quizá, Robert Redford. Bohemio siempre, y más ahora, con esos pelos que parecen no haber visto un peine en años y que con toda seguridad intentan encubrir la calvicie que conlleva el paso de toda una vida, un último intento de conservar el aire de juventud desenfadada que sus 72 años dejaron atrás. Los dos libros que alberga en sus bolsillos, convertidos en alforjas de una cultura de la que no se separa, también contribuyen a su aire desmadejado. Los dos volúmenes, el Otelo de Shakespeare en el bolsillo derecho y la biografía de Edward G. Robinson en el izquierdo, están bien leídos. Su charla resulta salpicada con citas de otros. Porque Pacino, este hijo del Bronx neoyorquino y de la posguerra mundial, sobre todo es actor escondiendo su timidez en las palabras de otros. Allí encuentra su refugio de una fama que le ha perseguido a su pesar toda la vida. Porque uno no puede interpretar El padrino, Tarde de perros, Serpico o Esencia de mujer y pasar desapercibido. Por eso, si existía algún aire de frialdad y descuido, desaparece con el abrazo y el par de besos con que saluda.
A Pacino no le gustan las entrevistas y suele evitarlas todo lo posible, pero hoy está juguetón. Le divierte tanto su último trabajo, una película pequeña y casi independiente titulada Tipos legales (estreno en España el 12 de abril), que trae en su pecho el tatuaje grabado de su personaje, una cabeza de león que aflora bajo las cadenas con crucifijos. El actor tiene ganas de hablar, de confesar que ha vivido, y su último trabajo es su mejor excusa para echar la vista atrás a toda una vida.
PREGUNTA: ¿Por qué rompe ahora su habitual silencio?
RESPUESTA: No me prodigo mucho en entrevistas, pero eso lo hace ahora más entretenido. Me lo tomo como una novedad. Y por una vez no me importa. Me pareció que sería divertido, y en los tiempos que corren sé que Tipos legales es una película pequeña que se perdería sin mi ayuda. Así que aquí estoy. Además, me gusta hablar. Pero, como mi tatuaje, nada es permanente.
P: ¿Qué tiene Tipos legales para devol­verle al cine?
R: Dicen que algunos papeles son tu centro de gravedad, tu timón. A mí me resulta difícil de decir, porque se me ha olvidado todo lo que hice antes, pero estoy acostumbrado a leer guiones y la cadencia de esta historia de tipos que han vivido, su autenticidad, hace fácil para un actor como yo enamorarse del trabajo.
Los años setenta fueron un renacimiento. Tuve la suerte de estar allí”
P: ¿Qué le mueve a aceptar un papel a estas alturas de su carrera?
R: La historia, el rodaje en Los Ángeles, que me permitía estar cerca de mis hijos pequeños; mi amistad con Fisher [Stevens, su director], una persona muy especial que conocí como actor y sabe cómo dirigir aunque esta sea su primera película. Todo eso. Antes, mi única motivación era el guion. Ahora hay un montón de factores.
P: ¿Qué tuvo la década de los setenta que no exista ahora? ¿Fue mejor o es pura nostalgia?
R: Yo también lo pienso. ¿Fueron obras maestras o somos unos sentimentales? Es fácil pensar que lo pasado fue mejor, pero también es cierto que se dan momentos en los que confluyen factores que propician el nacimiento de algo nuevo. Pero sí, el pasado siempre fue mejor, ¿no? Los setenta fueron un renacimiento, ocurrieron cosas que han hecho correr ríos de tinta. Yo tuve la suerte de estar allí, de participar en un par de películas de esas que lo cambiaron todo. Lo que hacíamos en cine, dar una visión sociopolítica de nuestro mundo o como lo quieras llamar, hoy se hace en la televisión. O en la prensa. Pero nosotros estuvimos en el centro de lo que pasaba.
P: ¿Fue consciente del momento que vivía?
R: Probablemente. Recuerdo el rodaje de Tarde de perros. Todos sentimos que era el comienzo de algo. ¿Recuerda la escena del repartidor de pizza, el circo mediático que le rodea y cómo sale diciendo eso de “soy una estrella”? Recuerdo que en ese momento Sidney Lumet se me acercó y me dijo al oído: “Se nos va de las manos. Esto se nos escapa”. Sí, lo veíamos mejor que nadie, la sed de fama, aunque fuera por un minuto, la invasión de los medios de comunicación. Lo vimos con claridad porque lo estábamos viviendo.

El triunfo de un chico de barrio

'El padrino’ y su ‘ahijado’. El papel de Michael Corleone en la cinta dirigida por Francis Ford Coppola en 1972 marcó la carrera de un actor considerado como uno de los grandes.
Alfredo James Pacino, Al Pacino, nació en Nueva York el 25 de abril de 1940. Se crio en el barrio del Bronx, en un hogar roto. Fue mal estudiante y tuvo dificultades económicas. En 1966 puso los pies en el prestigioso Actors Studio de Lee Strasberg. El Método le marcó, igual que a otros muchos actores de la década de los setenta del pasado siglo.
Teatro y cine, ida y vuelta. Al Pacino debutó en el teatro. Rodó su primer largometraje en 1969, Yo, Natalie. Ha alternado escenarios y platós. Entre sus películas figuran Serpico (1973), Tarde de perros (1975) o Esencia de mujer (1992), que le valió el Oscar. Sobre las tablas ha representado piezas de Shakespeare como El mercader de Venecia.
Amigos, partidas de póquer. Pacino asegura que su vacuna contra el ego han sido el teatro, el tiempo y los amigos, con los que disfruta y juega a las cartas. Durante mucho tiempo se sintió superado por la fama, de la que huyó hasta que logró aceptarla.
P: Lumet le consiguió su primera candidatura al Oscar con Serpico, pero antes llegó El padrino. Le puso en el mapa pese a que los estudios no confiaban en su trabajo, al revés que Francis Ford ­Coppola.
R: Como suelo decir, me gusta el riesgo, pero no el suicidio. Por eso arriesgo con directores primerizos como Fisher. Le adoro, y me gusta jugármela con alguien nuevo. Pero lo ­haría todo por alguien como Francis [Coppola], el más independiente de todos los directores. Siempre lo fue y su corazón estuvo siempre ahí, a contracorriente. Lo malo es que a la vez que es independiente le gusta pintar grandes lienzos. Ese es su punto fuerte y su punto débil. Siempre piensa a lo grande, y eso asusta. Es alguien por quien siento toda la admiración y con quien me gustaría trabajar más. Porque para mí, quien hace cine es el director. Es la figura más importante. Podrás contar con buenos actores, con un buen guion, pero al final las que cuentan son las manos del director. Y a mí me gusta caer en las mejores.
P: Vuelve al teatro una y otra vez. ¿Qué le da un escenario que no acaba de encontrar en el cine?
R: Supongo que allí empecé. Me siento más libre, más cercano a ese ambiente, y al final me da un mayor placer a la hora de expresarme. Es un poco más cansado. Bueno, un poco bastante, porque no es solo la sesión que interpretas. Estás en la cuerda floja y te tiene la mente ocupada, la obra está contigo todo el día. El mercader de Venecia fue agotador. Había rodado la película, lo interpreté en el programa teatral de Shakespeare en el Parque, en Nueva York, luego en Broadway. Fue una experiencia muy larga que tuve que combinar con todas esas otras vidas que tengo como padre, director, actor [risas].
P: Recientemente estuvo en Broadway con otra obra siempre presente en su carrera, Glengarry Glen Ross.
R: Lo bueno de las grandes obras es que cada vez son diferentes, aunque yo también me asombré cuando dije que sí. Hice la película. Ahora la obra… personajes diferentes. Pero tampoco es tan raro, porque en los viejos tiempos los actores solían interpretar dos o tres personajes y los repetían una y otra vez a lo largo de sus carreras. Se hacían famosos por su interpretación de ese papel. Siempre me gustó la idea y es una de las grandes ventajas del teatro: cuanto más interpretas un papel, más interesante lo haces. En Hollywood, el reloj siempre está en marcha. Nunca hay tiempo.
P: Hablamos de dramas, pero Tipos legales tiene un cierto tono de comedia más cercano a ese filme que por fin le dio el Oscar llamado Esencia de mujer.
R: Es gracioso que cite esa cinta, porque la idea es similar, personajes que tienen poco que perder y se dejan llevar por el momento, que quieren vivir la vida como es. Yo creo que soy una persona divertida. Eso espero. Empecé como un cómico. Pero luego me atraparon los dramas. El trabajo en El padrino se impuso sobre cualquier otro papel de mi carrera, sobre la forma en que me vio el público o la industria desde entonces. Yo sigo pensando que soy alguien divertido. Mira a De Niro. En esta segunda etapa de su carrera se ha reinven­tado como un actor cómico. Es algo increíble y que pasa con poca frecuencia, pero es muy interesante.
P: ¿Y la jubilación? ¿Alguna vez se le pasa por la cabeza? Hace años, después de Revolución, se distanció una temporada de Hollywood.
R: Esa película marcó un momento interesante en mi vida. Había roto con alguien que amaba y me atrajo un filme que hablaba de supervivencia y con un director en el que creí, Hugh Hudson. ¡Y fue tal fracaso! No es que me retirara, pero sí es cierto que me dejó sin hacer cine durante cuatro años. Me sentí desilusionado con la industria. Pero era demasiado joven para la jubilación.
Vengo de la calle, del bronx. Mi infancia fue siempre una aventura”
P: ¿Y ahora? ¿Qué mantiene viva la llama de la interpretación a los 72 años?
R: ¡Yo también me lo pregunto! Parafraseando a Oscar Wilde, cada vez que la idea se me pasa por la cabeza, me echo un rato hasta que se me pasa. Supongo que me encanta verme en el ambiente que hace posible una buena interpretación. ¿Jubilarme? No sé ni lo que significa esa palabra. ¿Retirarme? ¿A qué? Si un trabajo me interesa, ¿por qué no hacerlo? Aunque cada vez sean más difíciles de encontrar.
Pacino es uno de los más claros exponentes de los actores del Método. Lo suyo no es ni una cara bonita ni un juego de niños. Sin embargo, su iniciación fue esa, una gracia de niño para escapar de un hogar roto del que su padre se había marchado; para huir de una casa con demasiada gente, compartida con sus abuelos, su madre y algún otro familiar, y como salida a un carácter tímido y solitario. Fue la pelícu­la Días sin huella, de Billy Wilder, que vio un día en el cine con su madre, la que ganó su atención, y su imitación de un Ray Milland borracho, la que le consiguió un público y, años después, una carrera. Con el tiempo, la interpretación también le consiguió una nueva familia donde maestros como Lee Strasberg, productores como Joe Papp o Marty Bregman, directores como Lumet o ­Coppola y genios como Marlon Brando se convirtieron en sus nuevos padres, especialmente Charles Laughton, actor y mentor a quien dice debérselo todo.
P: ¿Qué recuerda de su infancia, de Alfredo James antes de convertirse en Al Pacino?
R: Vengo de la calle, del Bronx, y mi infancia siempre fue una aventura. Una mezcla de Tom Sawyer, Huckleberry Finn y un estilo de vida salido de una novela de Dickens. Nos pasábamos el tiempo persiguiéndonos por los tejados. En aquel entonces, el Bronx era el paraíso de los tejados, territorio virgen y una mezcolanza de idiomas y cultura. Debía de sentirme muy seguro de mí mismo porque saltábamos unas distancias considerables. Pero prefiero no hablar de mis recuerdos, porque esto parecerá el diván de mi psicoanalista.
P: ¿El ego se pasa con los años?
R: Hay una gran diferencia entre tener éxito y ser famoso. Hasta lo dice la Biblia. En ella no se afirma que el dinero sea la raíz de todos los males. Lo que dice la Biblia es que el amor al dinero es la raíz de todos los males. Hay una diferencia. Yo nunca creí en la fama. Al revés, hui de ella. Luego aprendí a aceptarla, un proceso que te lleva años. O que me llevó años, porque ahora es diferente de cuando empecé. Ahora la fama es algo aceptable. La gente quiere ser famosa aunque sea por nada, algo que para mí es poner la carreta delante del caballo. Pero en mi caso la fama era una carga, una presión que no me dejaba sacar lo mejor de mí, liberar mi interpretación, porque tenía que responder a esa imagen creada de mí que llevaba el nombre de Pacino.
P: Marlon Brando llegó a hablar en los mismos términos de su carrera, pero él nunca pareció superar la sombra de su nombre. ¿Cuál fue su remedio?
R: El tiempo, el teatro, los amigos. Brando nunca volvió al teatro. Yo siempre he contado con gente a mi alrededor en la que puedo confiar. Siento esa cercanía. El teatro también, porque cuando trabajas en un escenario se desarrolla un vínculo que es más difícil de lograr en un rodaje. Y gracias a mi infancia, algo que me gustaría que tuvieran mis hijos, ese círculo de amistades de la calle que crecen contigo. Sin ellos hoy no estaría sentado en esta mesa. Sería ese puro cliché de drogas y alcohol que es tristemente real.
P: ¿Habla de alguien en particular?
R: De mi gran amigo Charlie Laughton, quien desgraciadamente se vio afectado de esclerosis múltiple y vivió los últimos años de su vida paralizado. Le escribí todos los días y sigue en mi corazón. Francis [Coppola], a quien llamo siempre que estoy por su zona para vernos. Sidney [Lumet]. Le amo. Teníamos una relación especial. Le vi poco antes de morir. Me senté con él y hablamos. Incluso mis compañeros de partida. O gente con la que podía haberme casado y con la que ahora tengo buena amistad. “No es amor el amor que cambia cuando un cambio encuentra o que se adapta a la distancia al distanciarse” [cita a Shakespeare]. Disfruto de la compañía de mis amigos. Uno tiende a sentirse atraído por aquellos a los que ama, a disfrutar de la compañía por su forma de ver las cosas. Son gente que te intriga, que te fascina por una u otra razón y que forman así parte de tu vida.
El éxito es genial. lo malo es que se junta con la fama y se confunden”
P: ¿Ha leído la biografía de Diane Keaton, su expareja, Ahora y siempre?
R: Conozco el libro, pero no lo leí, claro… Me da reparo. Pero he oído buenas cosas y que me deja en buen lugar. Siempre pensé que era una chica estupenda y esto lo confirma, ¿no? [se ríe]. Me gustan las biografías. Aquí llevo la de Edward G. Robinson, y también me estoy leyendo la de Richard Burton. Tuve el placer de conocerle. Para mí fue alguien a quien admiré tanto como a Marlon Brando. Le vi en Camelot, ya mayor, y me dijo eso de que le gustaría quedar conmigo un día, que le diera mi teléfono. Y me puse tan nervioso que en lugar de mi número le garabateé un autógrafo: “Con cariño, Al Pacino”.
P: No ha dicho nada sobre el éxito.
R: El éxito es relativo, como todo. Bukowski decía que el dinero es mágico, porque nunca lo ves, pero puedes pagar con él. Un milagro. El éxito es genial. Lo malo es que se junta con la fama y se confunden. Pero, como decía Lawrence Olivier, ¿qué es lo mejor de la interpretación? La copa que me tomo cuando acaba la función.
P: ¿Se arrepiente de algo?
R: Me siento afortunado de cómo me ha ido. Soy un tipo con suerte que tiene que dar mucho las gracias, así que si volviera a nacer, lo volvería a hacer todo de nuevo.
P: ¿Los años pesan?
R: Hombre, claro que pesan. Pero después del shock inicial, hace unos 20 años, te empiezas a acostumbrar, y ahora ya no significan nada. No le doy importancia. No me veo diferente por la manera en que hablo. ¿Tengo la energía? La tengo, y mientras la tenga todo está bien. Quizá me engañe. Es un tema complicado, y más en este negocio. Hace siete años cargaba con mis hijos en los hombros. Ahora no podría hacerlo aunque tuvieran dos o tres años. Con mi hija mayor solía jugar a la pelota y lo que más me gustaba era correr a por ella. Ahora, cuando vamos al parque y juego con mis hijos, no dejo de preguntarme por qué los árboles van más lentos. ¿Qué les pasa a los árboles?
P: ¿Qué relación mantiene con Julie ahora que ella también se dedica al cine?
R: Mi hija hace sus películas y está muy bien. A veces me manda un guion para que le eche un vistazo o quiere oír mi opinión, pero por lo general vive su propia vida, y yo lo prefiero así. La apoyo en lo que quiera, y lo sabe, pero ella también lo prefiere así y tiene su propio círculo de amigos.
P: ¿Y esa otra hija que descubrió, hablando en sentido figurado, en la figura de Jessica Chastain?
R: Hubiera estado ciego de no haberla contratado. Lo hice en el mismo instante en que la vi para Wilde Salome. No hice más que lo obvio, y cualquiera en mi posición habría pensado lo mismo, que es un prodigio. Se lo dije a todo el que me quiso escuchar. Le di el papel en la obra y lo siguiente fue empezar a pasar imágenes suyas a un par de personas, dejar ver el filme a Terence Malick, y ahí está. Este es mi mundo y lo último que quiero evitar es ser un diletante. A veces quizá no estoy tan al día como me gustaría, pero para bien o para mal yo miro el mundo con ojos de actor. Así es como encuentro la forma de expresarme.
P: ¿Ha pensado en escribir su biografía?
R: Mientras me pueda seguir expresando con mi trabajo, ¿para qué? Prefiero seguir contando así mis historias. Soy un tipo afortunado y no quiero estropear mi baile.

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