Justicia en Guatemala
El juicio por genocidio al general Ríos Montt obliga al país a enfrentarse con su pasado
El juicio por genocidio abierto en Guatemala al general Efraín Ríos
Montt ha vuelto a poner al país centroamericano ante los horrores de su
pasado. La guerra de 36 años (1960-1996) entre el Estado y la Unidad
Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) dejó, se calcula, 200.000
muertos, en su mayoría en las zonas rurales indígenas. El informe
publicado en 1999 por la Comisión de Esclarecimiento Histórico,
auspiciada por la ONU, dio cumplida cuenta de las atrocidades
perpetradas contra la población civil, fundamentalmente por parte de las
fuerzas militares.
En concreto, Ríos Montt deberá responder por la muerte de 1.771 indígenas de la etnia ixil entre 1982 y 1983, cuando ocupó el poder tras derrocar a otro general, Romeo Lucas García, iniciador de la sangrienta estrategia contrainsurgente. Eran los años de plomo de la guerra fría, cuando Washington y Moscú movían sus peones en el tablero latinoamericano, y cuando todo valía para derrotar a la guerrilla marxista, incluso convertir a la población civil en “enemigo interno”.
El juicio a Ríos Montt es, sin duda, histórico. Que un exjefe de Estado afronte cargos por crímenes de guerra en América Latina es algo excepcional. Y es destacable que sea en Guatemala, donde un sistema judicial inoperante, por decir lo menos, ha avalado la impunidad en el pasado y en el presente. El proceso es un indicio de que las cosas están cambiando, gracias en parte a las reformas en el aparato judicial, realizadas con el apoyo internacional.
El juicio ha reabierto viejos debates en la polarizada sociedad guatemalteca. Ríos Montt ha sido uno de los líderes políticos más populares en el país. También entre la población indígena. Su partido ganó las legislativas de 1994 y las presidenciales en 1999. Hasta el año pasado, ocupó un escaño que le garantizaba la inmunidad.
Es fundamental que los esfuerzos por juzgar los crímenes de lesa humanidad prosperen, y que cientos de miles de familias encuentren el ansiado resarcimiento. Pero la revisión no puede cerrarse con el juicio a un hombre de 86 años. Es también importante que este proceso aliente, al mismo tiempo, una reflexión crítica y honesta por parte de todos. Los que empuñaron las armas y los que miraron para otro lado. Para que Guatemala deje de ser una sociedad envenenada por el odio.
En concreto, Ríos Montt deberá responder por la muerte de 1.771 indígenas de la etnia ixil entre 1982 y 1983, cuando ocupó el poder tras derrocar a otro general, Romeo Lucas García, iniciador de la sangrienta estrategia contrainsurgente. Eran los años de plomo de la guerra fría, cuando Washington y Moscú movían sus peones en el tablero latinoamericano, y cuando todo valía para derrotar a la guerrilla marxista, incluso convertir a la población civil en “enemigo interno”.
El juicio a Ríos Montt es, sin duda, histórico. Que un exjefe de Estado afronte cargos por crímenes de guerra en América Latina es algo excepcional. Y es destacable que sea en Guatemala, donde un sistema judicial inoperante, por decir lo menos, ha avalado la impunidad en el pasado y en el presente. El proceso es un indicio de que las cosas están cambiando, gracias en parte a las reformas en el aparato judicial, realizadas con el apoyo internacional.
El juicio ha reabierto viejos debates en la polarizada sociedad guatemalteca. Ríos Montt ha sido uno de los líderes políticos más populares en el país. También entre la población indígena. Su partido ganó las legislativas de 1994 y las presidenciales en 1999. Hasta el año pasado, ocupó un escaño que le garantizaba la inmunidad.
Es fundamental que los esfuerzos por juzgar los crímenes de lesa humanidad prosperen, y que cientos de miles de familias encuentren el ansiado resarcimiento. Pero la revisión no puede cerrarse con el juicio a un hombre de 86 años. Es también importante que este proceso aliente, al mismo tiempo, una reflexión crítica y honesta por parte de todos. Los que empuñaron las armas y los que miraron para otro lado. Para que Guatemala deje de ser una sociedad envenenada por el odio.
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