sábado, 30 de marzo de 2013

El escritor, es un mentiroso.

"El escritor es por definición un mentiroso"

Por: | 30 de marzo de 2013
Jlcorrea "Mi nombre es Ricardo Blanco. Soy detective privado. Como ve, nada más lejos de los detectives del cine: no llevo gabardina ni sombrero; no voy armado ni escupo tabaco ni soy un tipo duro. Investigo la muerte de su madre”. A la altura de la página 203 de Blue Chrismas (Alba), el personaje creado por el escritor Jose Luis Correa (Las Palmas, 1962) se presenta exactamente con esas palabras ante una presunta sospechosa del asesinato de su anciana madre, con una sobredosis de café y cocaína el dia de los Santos inocentes.¿Y desde cuándo le daban las viejas a la coca? Para conocer la respuesta tendrán que adentrarse en la nueva entrega sobre Ricardo Blanco, la sexta de la serie protagonizada por el peculiar detective, al que muchos llaman cariñosamente el Marlowe canario.
"En mis novelas se mezcla la ficción con la realidad. La muerte y la investigación me sirven como excusa para ver un poco del alma humana y las cosas que me preocupan. Los asesinatos salen a diario en los periódicos, como las mujeres maltratadas, los hijos que apuñalan a su padres...hay materia suficiente como para elegir. Sin embargo, resulta curioso la percepción que tiene la gente de lo que se esccribe. A veces te inventas una historia y la realidad te la copia. Por definición los escritores somos mentirosos, creamos ficción alrededor de un crimen. Recurres a recuerdos de infancia o historias cercanas pero la gente no se las cree. Sin embargo, articulas una gran mentira y a todos les parece que tiene visos de realidad. Esa es en parte la magia de la literatura. El lector se cree lo que quiere y lo mismo pasa con la crítica", asegura Correa al teléfono desde Las Palmas. Como ejemplo de lo que personalmente denomina un contrato silente entre el autor y sus lectores, cuenta cómo surgió Bringas, un personaje bastante canalla que habita en una de sus novelas. "Nació en una partida de poker con unos amigos. Les dije que andaba buscando nombre para uno de los malos y un colega asturiano me prestó su apellido", relata. Fue precisamente en ese personaje en el que algún crítico creyó ver un homenaje a Galdós.
Blue Chrismas es una novela "muy de crisis". Crisis económica, cultural y moral. Correa no puede o no quiere escribir de otra manera. Sus novelas aparecen plagadas de perdedores y perdidos. "Me gustan los personajes grises, fracasados incapaces de vencer sus propia deriva. En su caso no se puede hablar de mala suerte, se mueven por inercia, atados al pasado". Como en otras obras de la saga, Correa ha sentido, a medida que avanzaba con la novela, cómo los personajes acababan por imponerse. "Es así exactamente, un personaje va haciéndose su propio hueco y te traiciona, uno que creías que estaba de paso llega hasta el final y el que creías fundamental se acaba diluyendo en el relato". En esta nueva entrega, se siente una gran pérdida. Tras doce años contando las batallas de Ricardo Blanco, un detective que tiene mucho que ver con el propio Correa, se vio obligado a matar a su abuelo. "Lo pasé faltal, pero es que Ricardo va ya por los cincuenta años y el abuelo se me pasaba de edad".
En el origen, cuando nació su detective lo pensó como un homenaje a Philip Marlowe y Sam Spade, que encumbraron a Raymond Chandler y Dashiell Hammet respectivamente. Correa no tenía claro que fuera a continuar con la historia pero sí sabía que tenía que acercarlo a su propia personalidad. Ahora su  protagonista ronde los cincuenta años, como él, pero cuando empezó tenía 13 menos. Le gusta el jazz, la literatura y come las mismas cosas que su creador. A eso le sumó las aventuras que Correa no vivirá nunca ("la otra vida que quieres vivir") y así fue dando forma a Ricardo Blanco. "Le he contagiado muchas cosas, no soy capaz de separarme tanto", añade.  Al principio de la saga, era un tipo más alegre y frívolo que ahora que se encuentra en plena madurez. Tiene canas, le sobran algunos kilos y algo de  amargura. Es un tipo solitario y sin familia.
 Es la primera vez en muchos años que, Correa, profesor de Didactica de la lengua y la literatura en la Universidad de Las Palmas, se lleva a los alumnos a la presentación del libro. Siempre ha mantenido separados el mundo académico y el de la literatura pero en esta ocasión decidió hacer una expeción. Al fin y al cabo, su trabajo tiene que ver con la creatividad de la lengua escrita y con enseñar a enseñar. He escrito ralatos, novela histórica y policiaca, el género que mayor éxito le ha proporcionado. Como buen maestro, castellaniza los terminos -"odio los ing"- pero, en esta ocasión, ha recurrido a una palabra en inglés para al título: "no había nada mejor que blue para definir un estado de ánimo, una sensación de tristeza", remarca.
Su obra, dice, es herencia de la novela social y de denuncia de los años 70 y constituye un retrato de la corrupción política. "Todo tiene un componente social. Todo sale negro y no porque muera la gente sino por el estado anímico, la corrupción, la mafia, el maltrato, la venganza, el amor o los celos son sentimientos universales". En las novelas de Correa, las Palmas ocupa el papel de un personaje más. Al fin y al cabo, conoce la ciudad como la palma de su mano. El paisaje es tan importante como la historia. "Todos los escritores aparecen asociados a un paisaje y el mio es Las Palmas de Gran Canaria; uno no se imagina a Joyce fuera de Dublín o a Woody Allen lejos de Manhatan por mucho que se empeñe en rodar fuera. No quiero sacar a Ricardo Blanco de esta isla, aquí no necesito ni investigar cómo se habla. En Las Palmas, con 22 grados la gente saca el abrigo y, sin embargo, los suecos van en chanclas. A Mankell no lo sacas de Suecia ni a Márkaris de Atenas". Las novelas de Correa han sido traducidas al inglés, finés, italiano y alemán.
Nunca ha tenido problemas para compaginar literatura y enseñanza. Es más hace unos años descubrió cómo rentabilizar la rutina para sacarle mayor partido a la literatura. Separado y con un hijo de 10 años, vive solo y no le gusta la cocina. Antes comía bocadillos y perdía un tiempo enorme en la siesta, por eso decidió cambiar de hábitos, empezando por recuperar esa hora muerta. Tras tomar un menú ("como leyendo El País") en alguna terraza, se toma su copa y su puro y en folios reciclados escribe. Por la noche, en casa lo pasa a limpio o lo reescribe en el ordenador. 
A lo largo de la novela, Correa vierte serias críticas a la tecnología que nos “ha vuelto unos tarados de mierda”. Cuando acude a la facultad coge a diario una guagua y en ellas se encuentra el mismo paisaje que describe en Blue Chrismas:  “Me rodeaba una panda de zombies con auriculares, cada uno atento a su teléfono móvil o a su portátil. Ojos cerrados. Cuerpos lánguidos. Silencio”. 

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