miércoles, 27 de marzo de 2013

Hollywood

Las reformas a los medios deben incluir a los creadores
Claudio Lomnitz
Vengo llegando de un viaje maravilloso a California. Mi hija y mi yerno trabajan en Hollywood –él de escritor, ella de productora– y me hicieron el favor de regalarme una visita a los viejos estudios de Sunset Gower y una caminata a lo largo del Sunset Strip, que es una avenida bastante destartalada, comercial, algo turística, pero, sobre todo, histórica y fascinante.
Hasta una persona con tantas lagunas en cuestiones de cine, televisión y música popular como yo queda emocionada con la concentración de logro creativo alcanzado a lo largo de los años en Los Ángeles. Además de ser una visita arquitectónica y etnográfica, la caminata por Sunset Strip es también una peregrinación a la memoria de los miles de creadores que han trabajado en Hollywood, activada por los nombres de artistas, grabados en letras de bronce en las losetas de forma de estrella que adoquinan el famoso Walk of Fame de Sunset.
Así, entre docenas de nombres de famosos que eran para mí desconocidos o medio conocidos, noté a Little Richard, Alfred Hitchcock, Ray Charles, Jascha Heifetz, Arturo Toscanini, Mae West, Diana Ross, Charlie Chaplin, John Lennon, Hannah y Barbera, Walt Disney, Ray Bradbury, Cantinflas, las Olsen Twins, y tantos, tantos más, que me quedó claro que mi supuesta ignorancia es en realidad muy relativa: como tanta, tanta gente, fui criado en una cultura popular cuyas grandes corrientes pasaron por Hollywood.
Ahora bien, en el plano creativo Hollywood ha funcionado, casi desde sus inicios, gracias a una tensión productiva entre los intereses económicos de los grandes estudios y de las cadenas de televisión y de distribución de películas y disqueras, por un lado, y el poder de los creadores por otro.
Así, ya desde 1919 Charlie Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y D. W. Griffith crearon la United Artists, para con ella hacer frente al llamado Studio System, que dominaba Hollywood, y que se consolidó en cinco grandes estudios, y dos o tres más pequeños. La revuelta de Chaplin, Fairbanks, Pickford y Griffith iba dirigida contra los bajos salarios, el uso abusivo de contratos de exclusividad y el control creativo que habían asumido los estudios, por encima de directores, escritores, y actores.
Además de formar esta clase de empresa independiente, los escritores y actores se fueron organizando en gremios, y aunque esas organizaciones tuvieron sus momentos de ignominia (pienso especialmente en el papel que jugaron durante el macartismo), por lo general han servido muy bien para defender los intereses de sus agremiados, consiguiendo prestaciones de salud, respeto a la jerarquía de la experiencia en los contratos, etcétera. Además de esto, los creadores usualmente son representados por agentes, que trabajan en las llamadas talent agencies, que cobran una porción (usualmente 10 por ciento) de las ganancias de los creadores, pero que a cambio les negocian contratos provechosos. Sin los agentes, los creadores tendrían que vérselas directamente con los estudios (por ejemplo, con los equivalentes de Televisa o Tv Azteca), sin información alguna acerca de lo que ganan los demás artistas, con pocos conocimientos jurídicos de sus derechos, ni datos acerca de lo que ganan o se puede pedir a los estudios.
El conjunto de estos factores ha llevado a que en Hollywood el talento creativo sea más reconocido, más poderoso y mejor remunerado que en muchas otras partes, incluido desde luego México. Por eso vemos que de Hollywood salen películas producidas por actores famosos, Clint Eastwood o Robert Redford, por ejemplo. Y por eso vemos que los grandes escritores de la televisión (llamados, significativamente, show runners) controlan las decisiones creativas de sus programas, incluyendo decisiones de reparto, dirección, etcétera.
La situación de los creadores y artistas en los medios en México todavía no ha sido el objeto de una discusión pública, cosa que es, me parece, en sí misma reflejo de la baja situación que ocupan los creadores en la jerarquía de los medios. ¿Cuáles son sus condiciones laborales? ¿Qué control creativo tienen sobre los programas que inventan? ¿Reciben regalías cuando sus programas vuelven a pasar al aire? ¿Qué protección gremial tienen? ¿Quiénes los representan en el terreno legal y en sus negociaciones con los grandes conglomerados mediáticos?
México es un país de televidentes y de radioeschuchas, y no (eso lo sabemos) de lectores. Importa, y mucho, la calidad de la televisión y de la radio.
La competencia entre estudios es una condición necesaria, fundamental, para que mejore la calidad de la programación, pero no es una condición suficiente. Cuando Chaplin, Fairbanks, Pickford y Griffith crearon United Artists ya había cuatro o cinco estudios en Hollywood, pero todos explotaban a los artistas con contratos exclusivos y se adueñaban por completo del control creativo de las producciones. Por eso, además de aumentar la competencia entre los conglomerados mediáticos, habrá que mejorar las condiciones laborales de los creadores si se quiere mejorar la calidad en México.
Ante Hollywood, Televisa y Tv Azteca se suelen jactar de sus bajos precios de producción. Habrá que ver qué parte de esos bajos precios mana de una genuina comeptetitividad, y cuál de la simple sobrexplotación del talento creativo. La falta de organizaciones gremiales honorables y responsables, la falta de agentes profesionales y de abogados que vigilen los contratos y derechos de los creadores, y la falta de acceso directo a los medios de producción para los creadores redundan, a final de cuentas, no en mayor competitividad, sino en baja calidad.

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