lunes, 25 de marzo de 2013

Héroe Caído/ cuento corto



Felipe Feldmár

Héroe Caído

Aquel sábado de febrero, el cielo era perfecto. El viento de la noche anterior había borrado toda nube dejando una pizarra limpia de azul telúrico. Sumergido en la piscina, miraba ese cielo de verano y recordaba lo último que vi a mis hijos hacer. Sonia, una niña hermosa de doce años que tocaba la puerta de la pubertad, tomaba una gaseosa de dieta; Marco, de nueve años y el atleta de la familia, llamaba a sus amigos para ir a jugar fútbol; y Juan Pablo, de seis años, inteligente y juguetón, se carcajeaba al intentar rebotar su pelota de playa.

Todos los fines de semana íbamos al Club de Antigua Guatemala. Jugábamos al tenis y luego ellos se cambiaban y corrían a nadar. Vestían trajes de baño de colores tropicales, que hacían que parecieran peces moviéndose alrededor de corales del Mar Caribe, el sol refulgiendo en sus brazos y piernas, cuerpos ligeros en danza acuática.

¡Como envidiaba el placer que veía en sus rostros! Siempre me suplicaban que me uniera a ellos. Yo les decía que tenía que trabajar en temas de leyes y permanecía sentado bajo una sombrilla pretendiendo escribir notas, leyendo un libro o trabajando en mi laptop, fingiendo siempre estar muy ocupado mientras los observaba. Lo que ellos desconocían era que desde niño le tuve miedo al agua. ¡No sabía nadar!

Criaba a mis hijos sólo y quería creer que era su héroe. Sin embargo, aquel día, mi criptonita fue esa piscina desgraciada. Me había acercado para ver algo que brillaba en el fondo, resbalé y caí al agua. Al incorporarme me di cuenta que estaba a unos metros de la orilla. Lo sencillo hubiese sido dar un par de patadas, media docena de brazadas y nadar. Pero no sabía cómo hacerlo y el pánico se apoderó de mí. Después de momentos de lucha para mantenerme a flote, sentí que una calma me envolvía mientras me hundía y pensaba en mis hijos.

De repente vi una mano que me buscaba. Utilicé lo último de mis fuerzas y extendí el brazo. Sentí como me tiraban como un muñeco sin peso y en ese momento, todo se oscureció.

Abrí los ojos. Me encontraba totalmente seco, de pie a la orilla de la piscina, junto a mis tres criaturas. Les hablaba pero ellos no me ponían atención. Juan Pablo veía la profundidad paralizado, Marco llamaba con gestos desesperados a un grupo de hombres y Sonia lloraba desconsolada.

- Rolando.

Di la vuelta. Raquel, mi esposa, me veía de manera conmovedora. Mis ojos se llenaron de lágrimas y la abracé.

- ¡Volviste! - le dije al oído, y besé su rostro.

- Vamos - me dijo. Tomó mi mano y me dirigió hacia una luz brillante como el sol.

- ¿Y los niños? - pregunté.

- Nuestros papás los cuidarán. Estarán bien. Todavía no es momento. Tienen sus vidas por delante.

- Pero, ¿qué sucedió?

Mi esposa, fallecida tres años atrás en un accidente de automóvil, señaló con los ojos. Volví la vista y observé a tres hombres que sacaban un cuerpo inerte, mi cuerpo, del agua.

Con el puñal de la melancolía clavado en mi corazón, vi a mis hijos por última vez. Antes de pasar el umbral del más allá recordé sus sonrisas durante aquellos días soleados de verano cuando jugaban en el agua, y me pregunté, ¿será que los ángeles sólo vuelan o también nadan?

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