Rajoy y Hollande se oponen a que los ahorradores salven a los bancos
Ambos líderes piden la Unión Bancaria y más crecimiento
Reunidos en el Elíseo antes de acudir al estadio de Saint Denis para
ver en directo el partido Francia-España, el presidente español, Mariano
Rajoy, y el jefe del estado francés, François Hollande, mostraron este
martes su rechazo a que los ahorradores se vean obligados a salvar a los
bancos y criticaron, sin llegar a citarlo, al presidente del Eurogrupo,
el holandés Jeroen Dijsselbloem,
afirmando que el caso de Chipre es “único y excepcional”, que la
garantía de los depósitos es sagrada y que no se puede extrapolar al
resto de los países europeos.
Amigos por conveniencia pese a pertenecer a distintas familias políticas, y cada día más alejados del centro de poder real de Europa, París y Madrid levantaron la voz al unísono para decir que no están dispuestos a que la solución adoptada por la Unión Europea para salvar el sistema financiero chipriota se aplique en otros casos.
La única solución posible, dijeron ambos mandatarios, es caminar rápidamente hacia la Unión Bancaria y respetar, según señaló Hollande, sus dos principios esenciales: la garantía de los depósitos, que como dijo Rajoy es básica para dar confianza a los ahorradores, y la recapitalización de los bancos a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE).
Aunque solo un periodista nombró al impronunciable líder del Eurogrupo, Dijsselbloem, el ministro socialdemócrata holandés fue la gran referencia de la conferencia de prensa conjunta. Rajoy y Hollande dejaron claro que están seriamente contrariados por las meteduras de pata del novato líder de los ministros del euro, quien se precipitó a afirmar que el rescate a Chipre podría ser un buen modelo para el futuro. Rajoy dijo que el acuerdo alcanzado para la isla mediterránea le parece “bien”, pero aclaró que se trata de “un problema bancario diferente a todos los demás, de una decisión extraordinaria”.
“Debe quedar meridianamente claro que la solución solo se aplicará a Chipre”, añadió. Y luego hizo una pausa y pidió “prudencia y mesura en las declaraciones” y “respeto a las decisiones de las instituciones de la Unión Europea”, en evidente referencia a Dijsselbloem.
Los presidentes de la segunda y la cuarta economía del euro rechazaron una segunda andanada de Bruselas, la preparación por parte de la Comisión Europea prepara una directiva que podría extender a los dueños de depósitos bancarios mayores de 100.000 euros la carga de futuros rescates a la banca. Los dos recordaron que es preciso ceñirse a los acuerdos que se adoptan, que no es esa la forma de recapitalizar los bancos, y que los acuerdos de junio para poner en marcha la Unión Bancaria fueron “muy importantes”.
Rajoy trató de enviar un mensaje a Alemania para que garantice los plazos comprometidos (junio y diciembre), pidió “coraje, convicción y determinación”, y llamó a avanzar en la integración económica y política. Hollande volvió a su discurso de siempre: pidió que Europa estimule el crecimiento, recordó que si los mercados de los países se contraen es imposible que Francia se expanda, reconoció que sin crecimiento será una quimera volver a crear empleo.
La sensación en la glamorosa sala del Elíseo era la de dos políticos que prefieren irse al fútbol juntos que clamar en el desierto; vencidos por la crisis, cada día más dependientes del poder de Berlín, con unos datos que de forma tozuda alejan la salida de la crisis, sin cintura ni imaginación para cambiar las cosas, y abrumados por unas cifras de paro intolerables que no son capaces de revertir.
Rajoy y Hollande parecían desbordados por la situación generada en un islote del Mediterráneo que pesa el 0,2% del PIB europeo, obligados a usar la diplomacia para no sacar los pies del tiesto y utilizar otra vez los argumentos que usaban hace casi un año al apoyar en Bruselas el Pacto por la Estabilidad y el Crecimiento.
El presidente español habló de las previsiones económicas del Banco de España sin mostrarse demasiado preocupado por que su banco emisor pronostique que el paro alcanzará el 27% este año y la economía cederá un 1,5%. Dijo que el Gobierno ajustará sus propias previsiones en abril, aunque no necesariamente en el sentido que afirma el Banco de España.
Tras evitar responder una vez más a las cuestiones sobre la galopante corrupción que afecta a su partido —reiteró que ya dijo todo lo que tenía que decir “en público y en abierto”—, el presidente español presumió de que el suyo es el único Gobierno que ha tomado decisiones sobre el asunto de los desahucios, e invocó la necesidad de conciliar las necesidades de los ciudadanos con la seguridad jurídica.
Amigos por conveniencia pese a pertenecer a distintas familias políticas, y cada día más alejados del centro de poder real de Europa, París y Madrid levantaron la voz al unísono para decir que no están dispuestos a que la solución adoptada por la Unión Europea para salvar el sistema financiero chipriota se aplique en otros casos.
La única solución posible, dijeron ambos mandatarios, es caminar rápidamente hacia la Unión Bancaria y respetar, según señaló Hollande, sus dos principios esenciales: la garantía de los depósitos, que como dijo Rajoy es básica para dar confianza a los ahorradores, y la recapitalización de los bancos a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE).
Aunque solo un periodista nombró al impronunciable líder del Eurogrupo, Dijsselbloem, el ministro socialdemócrata holandés fue la gran referencia de la conferencia de prensa conjunta. Rajoy y Hollande dejaron claro que están seriamente contrariados por las meteduras de pata del novato líder de los ministros del euro, quien se precipitó a afirmar que el rescate a Chipre podría ser un buen modelo para el futuro. Rajoy dijo que el acuerdo alcanzado para la isla mediterránea le parece “bien”, pero aclaró que se trata de “un problema bancario diferente a todos los demás, de una decisión extraordinaria”.
“Debe quedar meridianamente claro que la solución solo se aplicará a Chipre”, añadió. Y luego hizo una pausa y pidió “prudencia y mesura en las declaraciones” y “respeto a las decisiones de las instituciones de la Unión Europea”, en evidente referencia a Dijsselbloem.
Los presidentes de la segunda y la cuarta economía del euro rechazaron una segunda andanada de Bruselas, la preparación por parte de la Comisión Europea prepara una directiva que podría extender a los dueños de depósitos bancarios mayores de 100.000 euros la carga de futuros rescates a la banca. Los dos recordaron que es preciso ceñirse a los acuerdos que se adoptan, que no es esa la forma de recapitalizar los bancos, y que los acuerdos de junio para poner en marcha la Unión Bancaria fueron “muy importantes”.
Rajoy trató de enviar un mensaje a Alemania para que garantice los plazos comprometidos (junio y diciembre), pidió “coraje, convicción y determinación”, y llamó a avanzar en la integración económica y política. Hollande volvió a su discurso de siempre: pidió que Europa estimule el crecimiento, recordó que si los mercados de los países se contraen es imposible que Francia se expanda, reconoció que sin crecimiento será una quimera volver a crear empleo.
La sensación en la glamorosa sala del Elíseo era la de dos políticos que prefieren irse al fútbol juntos que clamar en el desierto; vencidos por la crisis, cada día más dependientes del poder de Berlín, con unos datos que de forma tozuda alejan la salida de la crisis, sin cintura ni imaginación para cambiar las cosas, y abrumados por unas cifras de paro intolerables que no son capaces de revertir.
Rajoy y Hollande parecían desbordados por la situación generada en un islote del Mediterráneo que pesa el 0,2% del PIB europeo, obligados a usar la diplomacia para no sacar los pies del tiesto y utilizar otra vez los argumentos que usaban hace casi un año al apoyar en Bruselas el Pacto por la Estabilidad y el Crecimiento.
El presidente español habló de las previsiones económicas del Banco de España sin mostrarse demasiado preocupado por que su banco emisor pronostique que el paro alcanzará el 27% este año y la economía cederá un 1,5%. Dijo que el Gobierno ajustará sus propias previsiones en abril, aunque no necesariamente en el sentido que afirma el Banco de España.
Tras evitar responder una vez más a las cuestiones sobre la galopante corrupción que afecta a su partido —reiteró que ya dijo todo lo que tenía que decir “en público y en abierto”—, el presidente español presumió de que el suyo es el único Gobierno que ha tomado decisiones sobre el asunto de los desahucios, e invocó la necesidad de conciliar las necesidades de los ciudadanos con la seguridad jurídica.
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