sábado, 30 de marzo de 2013

Mónaco.

Pobre Charlene

No digo que Alberto no la tenga en palmitas. Pero pasión, desenfreno, lo que se dice lujuria, no observo yo en esa pareja. Veo mucho más compenetrados a Carolina y Karl Lagerfeld

La princesa Charlene de Mónaco, en el Baile de la Rosa, el sábado pasado. / GETTY
Yo no sé si será por Dijsselbloem —sí, hombre, el esbirro de Merkel en el Eurogrupo—, y su órdago de generalizar la solución chipriota. Pero de momento me han aplicado una quita del 30% en esta columna, y si te he mutilado, te jorobas. He osado llamar al jefe, que está en la playa con la prole —mucha globalización, pero a don Cosmopolita no lo sacas de La Manga—, y me jura ante su señora que es una medida excepcional, única, histórica. Y luego, en un aparte, que qué más quiero, que otros matarían por este púlpito y que me relaje un poco, histérica, que hoy es Sábado de Gloria. Pues por eso estoy que trino: para un minuto de ídem que tiene una, va el señorito y me lo deja en nada. Igualito que los Grimaldi con Charlene de Mónaco en el Baile de la Rosa.
Pobre Charlene. Y a mí que esa chica, más que envidia, que también, con esos modelazos de Armani con que la disfrazan, me da lástima. Ya puede ser rubia de ojos azules, medir dos metros de envergadura, y metro y tres cuartos de tobillo a sobaco. Para mí que más que la Princesa Serenísima de ese cuento, es la Cenicienta Ansiolítica. Ida perdida se la veía en el evento más cursi del globo. Desapercibidita del todo pasó la sudafricana eclipsada por su cuñada Carolina, su sobrina Carlota y su sobrino-nieto Grimaldi-Santo Domingo que acababa de nacer en Londres. Del cónyuge, ni hablamos, ya me dirás tú qué se puede esperar de un marido que concibe con todas menos contigo.
Yo no digo que Alberto no la tenga en palmitas para que no se vaya de la boca. Pero pasión, desenfreno, lo que se dice lujuria, no observo yo en esa pareja. Como que veo mucho más compenetrados a Carolina y Karl Lagerfeld, que presidieron el acto como lo que son: dos reinonas del siglo XX. Los que sí deben de montárselo de vicio son Carlota y Gad, su novio el cómico, solo hay que ver cómo se comen con los ojos. Hay más sexo en esa mirada que en el tálamo principesco. Porque esa es otra, Charlencita, mona. Por mucho que te hagan la reverencia, te vistan como a una diosa y te esculpan el rostro para parecerte a tu difunta suegra, que te tengan a dos velas tiene que picar lo suyo. Yo que tú, tomaba medidas. Tengo fichados del ¡Hola! a un par de gorilas palaciegos que quitan el hipo. Pregúntale a Estefanía. De nada.

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