Alivio para el euro
La idea de convertir la vía chipriota en modelo de futuros rescates complica un acuerdo equilibrado
El acuerdo sobre Chipre alcanzado por el Eurogrupo empezaba a aliviar
la inquietud sobre el presente y el futuro del euro hasta que ayer
intervino Jeroen Dijsselbloem, actual presidente del Eurogrupo y
ministro de Finanzas holandés. Las incertidumbres volvieron entonces a
los mercados de los países más vulnerables cuando formuló su propuesta
de convertir el rescate chipriota en el modelo a utilizar en otros
países con serios problemas. O, lo que es lo mismo, para evitar que los
contribuyentes tengan que pagar las ayudas a la banca, sugerir que todo
rescate pase por la posibilidad de liquidar alguna entidad financiera en
crisis y por imponer quitas a los grandes inversores y depositantes.
Si ya fueron extraordinariamente graves los errores cometidos por los Gobiernos e instituciones de la Unión Europea en todo el proceso de discusión del rescate chipriota, la ligereza que mostró ayer Dijsselbloem al convertirlo en el paradigma de iniciativas semejantes en el futuro confirma la torpeza de algunos dirigentes europeos, capaces de mezclar en el mismo saco realidades financieras radicalmente diferentes.
A la espera de una pormenorización detallada del plan de estabilización que deberá afrontar la isla, hay que señalar que las líneas maestras de ese rescate resultan equilibradas. El principal requerimiento del paquete era cumplir la propia legalidad. Y se ha hecho, al respetar finalmente la regla sagrada de la protección de los depósitos bancarios más modestos, hasta 100.000 euros. No es ocioso insistir en el cumplimiento de las normas. La Unión está creando, aunque no desde cero, un cuantioso pliego de nuevos mecanismos para la unión monetaria, con sus correspondientes reglas de funcionamiento. Pero nadie debe confundir la construcción de nuevos instrumentos con el olvido o desguace de los ya existentes, y menos sin recambio previo. Igualmente, en el aspecto económico, el incumplimiento y la inseguridad jurídicos habrían provocado la automática fuga de depósitos, el pánico financiero y un enorme perjuicio a la estabilidad de la moneda única.
El paquete de rescate es también equilibrado en sus líneas maestras —a la espera, insistimos, de los últimos detalles— en la medida en que reparte su factura entre los socios europeos y la población chipriota. El abandono del país afectado por la crisis hubiera sido una grave automutilación de la solidaridad debida entre socios; la pretensión de que la totalidad de los problemas propios los financien los vecinos es igualmente rechazable. Por eso, quienes exageran los sacrificios exigidos a Chipre como contrapartida del rescate, olvidando lo que este cuesta a los restantes ciudadanos europeos —incluidos los españoles—, minimizando que la primera causa de la crisis chipriota es de origen chipriota y confundiendo la mutualización de responsabilidades con la anulación de la responsabilidad del país afectado, podrán recoger muchos aplausos de signo populista, pero muy pocos de la razón, y menos de la razón federal que anima la construcción europea.
El sistema financiero chipriota no solo estaba sobredimensionado, sino que durante lustros favoreció a los oligarcas especuladores rusos que se beneficiaron de una fiscalidad escandalosamente generosa con los capitales, también con los de origen más oscuro. Muchos depósitos superiores al mínimo asegurado se retribuían a tipos de interés exacerbados. Por eso es también equilibrado que junto a los contribuyentes chipriotas y europeos, los accionistas, los bonistas y otros inversores, los grandes depositantes, aporten también su cuota: sabían que adquirían un riesgo, de facto equivalente al partícipe de un fondo de inversión, del que de ninguna manera podían estar protegidos.
Si ya fueron extraordinariamente graves los errores cometidos por los Gobiernos e instituciones de la Unión Europea en todo el proceso de discusión del rescate chipriota, la ligereza que mostró ayer Dijsselbloem al convertirlo en el paradigma de iniciativas semejantes en el futuro confirma la torpeza de algunos dirigentes europeos, capaces de mezclar en el mismo saco realidades financieras radicalmente diferentes.
A la espera de una pormenorización detallada del plan de estabilización que deberá afrontar la isla, hay que señalar que las líneas maestras de ese rescate resultan equilibradas. El principal requerimiento del paquete era cumplir la propia legalidad. Y se ha hecho, al respetar finalmente la regla sagrada de la protección de los depósitos bancarios más modestos, hasta 100.000 euros. No es ocioso insistir en el cumplimiento de las normas. La Unión está creando, aunque no desde cero, un cuantioso pliego de nuevos mecanismos para la unión monetaria, con sus correspondientes reglas de funcionamiento. Pero nadie debe confundir la construcción de nuevos instrumentos con el olvido o desguace de los ya existentes, y menos sin recambio previo. Igualmente, en el aspecto económico, el incumplimiento y la inseguridad jurídicos habrían provocado la automática fuga de depósitos, el pánico financiero y un enorme perjuicio a la estabilidad de la moneda única.
El paquete de rescate es también equilibrado en sus líneas maestras —a la espera, insistimos, de los últimos detalles— en la medida en que reparte su factura entre los socios europeos y la población chipriota. El abandono del país afectado por la crisis hubiera sido una grave automutilación de la solidaridad debida entre socios; la pretensión de que la totalidad de los problemas propios los financien los vecinos es igualmente rechazable. Por eso, quienes exageran los sacrificios exigidos a Chipre como contrapartida del rescate, olvidando lo que este cuesta a los restantes ciudadanos europeos —incluidos los españoles—, minimizando que la primera causa de la crisis chipriota es de origen chipriota y confundiendo la mutualización de responsabilidades con la anulación de la responsabilidad del país afectado, podrán recoger muchos aplausos de signo populista, pero muy pocos de la razón, y menos de la razón federal que anima la construcción europea.
El sistema financiero chipriota no solo estaba sobredimensionado, sino que durante lustros favoreció a los oligarcas especuladores rusos que se beneficiaron de una fiscalidad escandalosamente generosa con los capitales, también con los de origen más oscuro. Muchos depósitos superiores al mínimo asegurado se retribuían a tipos de interés exacerbados. Por eso es también equilibrado que junto a los contribuyentes chipriotas y europeos, los accionistas, los bonistas y otros inversores, los grandes depositantes, aporten también su cuota: sabían que adquirían un riesgo, de facto equivalente al partícipe de un fondo de inversión, del que de ninguna manera podían estar protegidos.
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