¿Qué fue de aquel discurso?
Brown era la mejor cabeza económica de Europa, pero sus propuestas de crecimiento se ignoraron
Gordon Brown, primer ministro británico, anunció el 3 de abril de
2009, al finalizar la reunión del G-20: “Este es el día en el que el
mundo entero se unió para luchar contra la recesión, no con palabras,
sino con un plan y con un calendario claro”. Han pasado cuatro años de
aquel anuncio de un nuevo consenso mundial para hacer “lo que sea
necesario” para restaurar el crecimiento y el empleo. “Se terminó el
viejo consenso de Washington”, ese que mantuvo, durante décadas, que el
mercado solucionaría todos los problemas por sí mismo y que no hacía
falta que los Gobiernos introdujeran corrección alguna.
¿Qué fue de aquel discurso, de las promesas de promover solidariamente el crecimiento, de luchar contra los paraísos fiscales por donde se escapan los ingresos que deberían cobrar legítimamente los Estados?
Gordon Brown no era un fanático izquierdista, ni mucho menos un ignorante en temas económicos. En aquellos momentos era el político socialdemócrata con más experiencia, el hombre que propuso el primer plan para hacer frente al “peor colapso económico” y el que más fue escuchado en los foros internacionales. Ahora, su discurso es calificado en esos foros de “grandilocuente”, pero cuando lo pronunció, Brown era el político europeo con mejor cabeza económica y un hombre pragmático: creía que ese era el camino para salir de la crisis de manera solvente y justa.
Quizá, si hubiera tenido más fuerza, el mundo sería hoy de otra manera. Pero la cuestión es que Brown no pudo llevar a cabo sus planes, seguramente no solo por su falta de habilidad política, sino también porque su proyecto se cruzaba con intereses muy difíciles de vencer. Brown es ahora, a sus 62 años, un simple diputado por Escocia y el embajador de la ONU para la educación. Su esfuerzo se dedica a mejorar la escolarización de las niñas en Asia y en África.
Han pasado cuatro años y la atención está en Chipre, que, como paraíso fiscal, no llega a la suela de los zapatos de Luxemburgo o de Liechtenstein, por no hablar de las Islas Caimán, territorio británico de ultramar. Ahora que tanto se habla de la desproporción entre el sector financiero de Chipre y su tamaño real sería quizá el momento de mirar también alrededor de Alemania. Es cierto que Luxemburgo no figura ya en la lista negra elaborada por la OCDE, porque ha firmado algunos acuerdos de cooperación, pero sí continúa señalada en la Tax Justice Network, y las Islas Caimán están presentes en los trabajos que realiza el Parlamento Europeo.
Asombra el desparpajo con que el presidente del Eurogrupo, el socialdemócrata holandés Jeroen Dijsselbloem, dispone de la vida de los pequeños ahorradores. Claro que el vicepresidente de la Comisión, el socialdemócrata Joaquín Almunia, nos ilustró también a todos esta semana con la conveniencia de que “los ciudadanos contribuyan, bien como depositantes, accionistas o contribuyentes”, al pago de los rescates. ¿No están pagando ya? ¿No se ha subido el IVA, se han bajado los sueldos y las pensiones, se ha aumentado el copago sanitario y se han suprimido becas y ayudas escolares? ¿Qué más quieren? ¿La mitad de los ahorros de los pequeños depositantes? No hay que preocuparse, dice Almunia, porque Chipre es “un caso extraordinario”.
Ciertamente, en la Unión hay otros casos “extraordinarios”. En España, por ejemplo, hay ya tres millones de personas en situación de pobreza extrema, según los informes de Foessa. No es culpa de la Comisión. Abandonar a ese sector de la población es una decisión del Gobierno español, que ignora todas las advertencias sobre el coste y el largo tiempo que supondrá después recuperar a quienes ahora queden excluidos del sistema. Pero lo cierto es que, abrasados por una recesión sin fin, estamos viendo lo que no se veía desde los años cincuenta.
¿Dónde quedaron las ideas sobre el crecimiento del socialdemócrata Brown? ¿Quién las defiende? Desde luego, no la Comisión, ni el Eurogrupo. ¿Quedaron sepultadas por la abrumadora fuerza del resucitado pensamiento único? ¿Por la derecha alemana? Conste, al menos, que sus propuestas eran perfectamente viables. Simplemente, no se quiso seguir por ese camino.
¿Qué fue de aquel discurso, de las promesas de promover solidariamente el crecimiento, de luchar contra los paraísos fiscales por donde se escapan los ingresos que deberían cobrar legítimamente los Estados?
Gordon Brown no era un fanático izquierdista, ni mucho menos un ignorante en temas económicos. En aquellos momentos era el político socialdemócrata con más experiencia, el hombre que propuso el primer plan para hacer frente al “peor colapso económico” y el que más fue escuchado en los foros internacionales. Ahora, su discurso es calificado en esos foros de “grandilocuente”, pero cuando lo pronunció, Brown era el político europeo con mejor cabeza económica y un hombre pragmático: creía que ese era el camino para salir de la crisis de manera solvente y justa.
Quizá, si hubiera tenido más fuerza, el mundo sería hoy de otra manera. Pero la cuestión es que Brown no pudo llevar a cabo sus planes, seguramente no solo por su falta de habilidad política, sino también porque su proyecto se cruzaba con intereses muy difíciles de vencer. Brown es ahora, a sus 62 años, un simple diputado por Escocia y el embajador de la ONU para la educación. Su esfuerzo se dedica a mejorar la escolarización de las niñas en Asia y en África.
Han pasado cuatro años y la atención está en Chipre, que, como paraíso fiscal, no llega a la suela de los zapatos de Luxemburgo o de Liechtenstein, por no hablar de las Islas Caimán, territorio británico de ultramar. Ahora que tanto se habla de la desproporción entre el sector financiero de Chipre y su tamaño real sería quizá el momento de mirar también alrededor de Alemania. Es cierto que Luxemburgo no figura ya en la lista negra elaborada por la OCDE, porque ha firmado algunos acuerdos de cooperación, pero sí continúa señalada en la Tax Justice Network, y las Islas Caimán están presentes en los trabajos que realiza el Parlamento Europeo.
Asombra el desparpajo con que el presidente del Eurogrupo, el socialdemócrata holandés Jeroen Dijsselbloem, dispone de la vida de los pequeños ahorradores. Claro que el vicepresidente de la Comisión, el socialdemócrata Joaquín Almunia, nos ilustró también a todos esta semana con la conveniencia de que “los ciudadanos contribuyan, bien como depositantes, accionistas o contribuyentes”, al pago de los rescates. ¿No están pagando ya? ¿No se ha subido el IVA, se han bajado los sueldos y las pensiones, se ha aumentado el copago sanitario y se han suprimido becas y ayudas escolares? ¿Qué más quieren? ¿La mitad de los ahorros de los pequeños depositantes? No hay que preocuparse, dice Almunia, porque Chipre es “un caso extraordinario”.
Ciertamente, en la Unión hay otros casos “extraordinarios”. En España, por ejemplo, hay ya tres millones de personas en situación de pobreza extrema, según los informes de Foessa. No es culpa de la Comisión. Abandonar a ese sector de la población es una decisión del Gobierno español, que ignora todas las advertencias sobre el coste y el largo tiempo que supondrá después recuperar a quienes ahora queden excluidos del sistema. Pero lo cierto es que, abrasados por una recesión sin fin, estamos viendo lo que no se veía desde los años cincuenta.
¿Dónde quedaron las ideas sobre el crecimiento del socialdemócrata Brown? ¿Quién las defiende? Desde luego, no la Comisión, ni el Eurogrupo. ¿Quedaron sepultadas por la abrumadora fuerza del resucitado pensamiento único? ¿Por la derecha alemana? Conste, al menos, que sus propuestas eran perfectamente viables. Simplemente, no se quiso seguir por ese camino.
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