María y Jesús habían jurado vivir juntos toda la vida, y por supuesto envejecer uno junto al otro, y cumplieron fielmente su promesa.
Esta pareja siempre fue objeto de burlas y chascarrillos, por parte de sus amigos y colegas de profesión, por llamarse así: María y Jesús, fue una coincidencia del destino que se hayan podido juntar y vivir de un modo inseparable.
Ellos se conocieron en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), allá en los lejanos años cincuenta del siglo pasado, cuando ambos estudiaban la carrera de contaduría, desde el principio se atrajeron de una manera brutal y muy pronto optaron por salirse de sus respectivas casas paternas para iniciar una vida en común.
María era una chica de familia acomodada, proveniente del Sur del país, cuya fortuna les vino a raíz de la ganadería de engorda para satisfacer el mercado de la carne de la ciudad de México, poseía esa familia dos mil hectáreas de pastizales y cuarenta mil cabezas de ganado cebú.
Jesús venía de una cuna humilde, había nacido en el seno de una familia pobre, con un padre alcohólico y una madre abnegada que sostenía a la familia vendiendo tamales y atolé en la vía pública, desde las cinco de la mañana, en el vetusto barrio llamado La Lagunilla.
Pero en esa época, estudiar en la universidad significaba poder escalar en la sociedad a sitios mejores, poseyendo un título de contador, lo que garantizaba emnpleo seguro y buenos salarios. Ambos ganaban bien y vivían en un barrio elegante de la ciudad de México: la Colonia Roma, representativa de la arquitectura francesa del Porfiriato.
María y Jesús tuvieron cinco hijos, que se criaron con buenos recursos económicos, asistieron a colegios de paga y pudieron viajar a corta edad, sólos. También los hijos de María y Jesús fueron a la universidad y estudiaron, sorprendentemente, contaduría también. Ellos, los hijos, posteriormente heredaron el despacho contable de sus padres, un bufete de prestigio que le llevaba la contabilidad a varias empresas comerciales de primera línea.
Cuando María y Jesús pudieron contar con suficientes recursos, compraron un amplio terreno en las faldas del Ajusco, con la idea de construír seis casas en el mismo solar, una para cada uno de los hijos y otra para María Y Jesús. Ese proyecto lo puedieron realizar a lo largo de varios años, hoy todos tiene casa propia y son vecinos cercanos.
Jesús padre le comentó a su hijo mayor, Jesús, que necesitaba que le dejara su casa porque quería vivir solo, ya no soportaba a María, ya que "se había vuelto una bruja, una gruñona insoportable". "Quiero vivir junto a tu madre, pero en casas separadas". El hijo comprendió la necesidad urgente de su padre y accedió a dejarle su casita.
María, por su parte, también le pidió a su hija menor, María de los Desamparados, que le dejara su casita para irse a vivir ahí, ya que no soportaba a Jesús ni un minuto más. Habían vivido juntos cuarenta años, pero Jesús dejó de hablarle a María diez años, lo que la incomodó un poco y la hizo reflexionar: ¿"qué chingados estoy haciendo junto a este hombre que es como una tumba"? "Estoy harta de él y de su asqueroso silencio".
Pero como entre ellos había de por medio una promesa de amor, vivir juntos hasta morir, decidieron no separarse más que unos cuantos metros de distancia, pero cada quien viviendo su propia soledad, ya no se puedieron soportar uno al otro, pero como eran tan católicos y practicantes, cada domingo iban juntos a misa y comulgaban como si fueran una pareja normal, los que los observaban en el templo los admiraban por su cercanía y devoción. Para todos sus vecinos, ellos eran la encarnación de un matrimonio perfecto.
María y Jesús han decidido pasar juntos esta próxima navidad, porque Jesús siente que su diabetes lo está afectando demasiado, ya casi no ve nada y todo le duele, y piensa que se puede morir muy pronto y desea que María lo acompañe como siempre, en las buenas y en las malas, le quiere levantar el castigo de no hablarle, ya ha pasado tanto tiempo que dejó de dirigirle la palabra a María, que Jesús no recuerda cuál fue el motivo.
María y Jesús se extinguen lentamente como dos velitas, eso si cada quien en su casita, una muy próxima a la otra, eso se llama fidelidad a la promesa que se hicieron siendo jóvenes: envejecer juntos...
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