martes, 20 de julio de 2010

La Brenda al desnudo

Anoche llegamos a Cancún La Brenda y yo, muy cansados del viaje y de la larga espera en el aeropuerto de la ciudad de México, el vuelo salió retrasado dos horas. Nos alojamos en un hotel de cinco estrellas, por que La Brenda tiene convenios con las cadenas hoteleras estadunidenses, que suscribe en nombre de la firma de cosméticos franceses que ella representa.

Rentamos un automóvil, en realidad un Jeep, y nos lanzamos a Playa del Carmen para alojarnos en un hotel Med, que tiene bellas playas privadas y que permite la práctica del nudismo para viajeros procedentes de Europa.

La Brenda se puso un diminuto biquini de colores exóticos, como si fuera hawaiana, y traía consigo todo un arsenal de cremas faciales, lociones, bronceadores, protectores solares, etcétera. Ya desnudos los dos en la playa de fina arena blanca, tumbados boca abajo nos dimos mutuamente una aplicación de bronceador, que nos dejó la piel con un tono elevado color zanahoria. Estabamos acostados sobre una grandes toallas que el hotel proporciona a sus huéspedes, y un servicio de bar hasta la orilla misma del mar.

El agua del caribe mexicano es azul turquesa y sin oleaje, pareciera una piscina gigantesca.

El escultural cuerpo de La Brenda llamó la atención de las parejas de franceses, ingleses y españoles, ya que ellas son sobre todo delgadas y descoloridas; en cambio La Brenda es morena clara, con curvas naturales por todos lados, y una cabellera envidiable por su extensión y cantidad pilosa. Yo, a su lado, me sentía un tanto incómodo con las miradas que le dirigían a mi mujer, cuando todos estaban como adanes y evas en el paraíso.

Un buen rato nos quedamos en silencio viendo el horizonte del mar, sumidos en nuestros pensamientos más íntimos, sólo escuchando nuestras respiraciones pausadas y oliendo al bronceador que nos saturaba el cuerpo.

El mesero asignado a nosotros, no paraba de ir a ver qué se nos ofrecía, era muy solícito el muchacho, pero a los demás turistas los ignoraba por completo. Pienso que le encantó La Brenda, también, como a los demás que tapizaban la playa.

Al poco tiempo, las bebidas espirituosas habían hecho estragos en nosotros, todo nos daba vuelta en la cabeza, y nos mirabamos y nos reímos como un par de tontos adolescentes. Nuestras miradas irradiaban una luz interior que denotaba el enorme cariño que nos tenemos, ya no había necesidad de aplicar gotas de colirio en ellos para que brillaran.

El tema tenía que saltar tarde o temprano ¿qué pasó en el psiquiátrico? Los ojos de La Brenda se humedecieron y me relató lo horrible que fue la experiencia de encierro en el manicomio. pero el diagnóstico sigue siendo muy confuso: no fue un ataque de pánico, tampoco un brote psicótico, sino que un crisis por una bipolaridad que todos desconocíamos en ella.

La Brenda es maniaco-depresiva, tiene altas de manía, euforia incontenible, y fases de dura depresión, con tendencia al suicidio.

Pero aún así la amo, y la voy a cuidar de aquí en adelante.

Volvimos al hotel a la hora del almuerzo, que ya nos esperaban con ricas viandas de
mariscos frescos, bien dispuestos en un amplio buffet. Y seguía el mesero joven muy solícito a nuestros deseos, sobre todo a los deseos de La Brenda.

Nos bañamos en el jacuzzi, con todo y masajes hidráulicos, nos encremamos todo el cuerpo y disfrutamos de las caricias largamente olvidadas de nuestra primera etapa de amantes.

Yo quise buscar la pastillita azul, por si fuera el caso necesaria, pero ella me detuvo y no me dejó levantar de la cama. Nos besamos como amantes de veinteaños, sin pausa, sin tregua.

Por la tarde salimos de compras, yo sigo sin ropa adecuada para el verano ardiente de este caribe mexicano, no encuentro lasw camisas y los pantalones de lino blanco que me prometió mi amada, a ver si los conseguimos en Cancún, eso será otro día...

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