Cuando Leonardo se encontraba completamente desnudo, tumbado en una cama fría, no se imaginaba lo que iba a ocurrir con él minutos más tarde. El esperaba ansioso que apareciera ella y que tomaran cartas en el asunto. La desesperación eran tremenda, y ella no aparecía por ningún lado. Leonardo escuchaba risas y algunos lamentos en las habitaciones contiguas, y pensaba que necesitaba el auxilio de esa mujer cuyas manos salvadoras le ofrecerían un alivio inmediato.
Leonardo sudaba copiosamente, el estar desnudo boca arriba le incomodaba bastante, no podía taparse con nada, no había una sábana a la mano, el frío de la habitación era intenso y sus testículos se encongieron hasta parecer dos ciruelas pasas. El pene se encontraba flaccido, imposible de alcanzar una erección.
Después de estar casi dos horas tendido en esa fría habitación pintada de verde pistache, en una cama en la cual se han acostado seguramente cientos de personas desesperadas como él, Leonardo gritó desesperadamente: "Que venga alguien rápido, por favor, ya no aguanto más."
Los gritos desaforados de Leonardo se escucharon por todos los pasillos, y atrajeron la atención de varias personas de los alrededores.
Por fin, entraron dos mujeres a la habitación de Leonardo y se dirigieron al pene de él, una de ellas lo tomó entre sus manos y lo estrujo con violencia, y le dijo a su compañera que era conveniente lavarlo antes con cuidado, se referían al pene de Leonardo, y las dos mujeres veían con estupor el pene de él, seguido de varios comentarios sobre el miembro de ese pobre hombre.
Una vez que una de ellas lavó el pene con cuidado pero con energía, lo tomó con fuerza y le abrió la boca del pene con sus dos manos e introdujo en él una pieza de plástico duro conectada a una manguera de plástico también, transparente.
El aullido de Leonardo se escuchó a varios metros de distancia, gritó como un animal herido, le habían introducido en el pene un cuerpo extraño voluminoso que tocó directamente la vejiga de la orina, e inmediatamente salió expulsado por su pene una cantidad considerable de orina acumulada por más de veinticuatro horas, que fue a parar directamente a una bolsa de plástico transparente.
Según ellas la cantidad aproximada de orina que salió del cuerpo de Leonardo alcanzaban los dos litros.
Leonardo descansó y sintió mucho alivio, después de maldecir al par de doctoras practicantes del Seguro Social, se vistió y salió apresuradamente del servicio de urgencias de esa clínica, eso si con su bolsa para recoger la orina pegada a su vientre y con ese metro de manguerita transparente conectada firmemente a su pene.
Hoy, Leonardo ocho meses después tiene que ir cada mes a que le cambien la bolsa de plástico y la cánula que le metieron en el pene, porque hay peligro real de infecciones en los riñones.
El sadismo de estas practicantes de la medicina no lo podrá olvidar jamas el pobre de Leonardo.
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