Hay una vieja canción ranchera, muy mexicana, que dice: Guadalajar en un llano, México en una laguna, aludiendo el estado lacustre de la antigua capital de los Aztecas: México Tenochtitlán.
Cuando los conquistadores hispanos atravesaron entre los dos volcanes majestuosos, siempre nevados, que dividen los valles de Puebla y de México, en el siglo XVI, se asomaron a un paisaje lacustre maravilloso. La antigua capital azteca estaba formada por canales extensos que dividían las tierras de labor de las tierras de los asentamientos humanos.
México, capital, tiene vocación hidráulica, y el agua tiene memoria, aunque hayan desecado los lagos, cuando llueve el agua tiende a embalsarse en cualquier sitio, provocando encharcamientos importantes en toda la ciudad, el viejo vaso del lago de Tenochtitlán.
Ahora ha azotado todo el país un huracán llamado Álex, el primero de la temporada que aparece en el golfo de México, destruyendo a su paso la infraestructura de comunicación y de vivienda de extensas regiones. En pleno desierto del norte mexicano, las aguas torrenciales corren desparramándose por todos los sitios posibles, los viejos cauces secos de los ríos se han vuelto verdaderos ríos amazonas.
Hace miles de años, esos estados de la república hoy inundados severamente, fueron el lecho de un mar, así lo atestiguan los miles de fósiles marinos ahí encontrados desde hace muchos años.
El agua es el azote de los mexicanos, en una suerte de jinete del apocalípsis avasallador. Hay cientos de miles de damnificados y de poblaciones destruidas, que en esta ocasión no son los tradicionales estados pobres los afectados, sino los estados ricos y modernos. Sin embargo, la tragedia alcanza niveles dantescos.
la fuerza de la naturaleza es innegable,pero también la corrupción e ineficiencia del estado mexicano para prevenir desastres.
La inundación deja en entredicho la falta de planeación urbana, que por siglos se ha practicado en México. todo crece sin orden, en forma desmesurada y después aparecen las consecuencias fatales de la improvisación y la falta de visión gubernamental para otorgar garantías a sus ciudadanos más desfavorecidos.
Hoy la tragedia iguala a los condenados de la tierra y a los hijos predilectos del régimen.
Falta solidaridad de los mexicanos ante la tregedia de sus hermanos del norte, pero también asistencia financiera de parte del Estado mexicano, si no no saldrán de la crisis y de la emergencia de hoy, esos millones de compatriotas inermes.
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