Me he puesto a leer de nuevo y en una nueva traducción de Juan Manuel Salmerón El caso Moro, de Leonardo Sciascia, que acaba de imprimir en México la editorial Tusquets de Beatriz de Moura. Es conmovedor cómo el paso del tiempo hace de un libro otro libro, una comprobación más de lo que decía Borges: que un libro es como el río de Heráclito. Nunca se baña uno dos veces en el caudal de la misma prosa.
A Sciascia este libro se lo encargó una editorial francesa todavía en 1978, año en el que Aldo Moro, presidente del Consejo Nacional de la Democracia Cristiana , fue secuestrado y asesinado en Roma —entre el 16 de marzo y el 13 de mayo— por un grupo de extrema izquierda, las Brigadas Rojas.
Los personajes del poder que sobresalen en esta historia y a quienes por omisión se debe la muerte de Moro, según la hipótesis de Sciascia, son el Giulio Andreotti (primer ministro de Italia), Francesco Cossiga (ministro del Interior), el papa Paulo VI y Enrico Belinguer (secretario del Partido Comunista italiano).
No lo dice explícitamente Sciascia, pero lo argumenta de manera implícita: los gobernantes del mismo partido de Moro, el de la Democracia Cristiana , el Papa y el jefe de los comunistas italiano, de manera pasiva dejan morir a Moro, dejan que lo ejecuten las Brigadas Rojas alegando que el Estado italiano no podía negociar con la delincuencia sin crear un precedente tan peligroso como inaceptable.
Eso no era cierto, dice Sciascia: en más de una ocasión el Estado italiano había negociado con terroristas árabes y, de manera permanente, con la mafia siciliana. De pronto a los políticos —a esos políticos— les da por invocar la pureza del Estado.
Hace treinta y tres años que el cadáver de Moro fue colocado simbólicamente en una callejón que se recorre entre el edificio de la Democracia Cristiana y el del Partido Comunista Italiano. Pero ése no es el único signo literario del drama. Están además las más de cincuenta cartas que Moro escribió y envió desde la “cárcel del pueblo”.
El hombre de letras, el escritor, el especialista en encontrar conexiones entre las palabras y las cosas, el novelista Leonardo Sciascia no construye un alegato judicial ni un examen criminológico. Redacta un ensayo literario y hace un análisis de contenido y de forma y explica cómo fue descifrando cada una de las frases de Moro.
Nunca le había simpatizado Moro a Sciascia. Más bien desconfiaba del político sureño y católico. Pero reducido ya a la ansiedad del cautiverio le despertó una gran compasión, en el mejor sentido de la palabra, y se interesó en el caso sobre todo cuando Andreotti estableció que “Moro ya no es el mismo”. Allí es cuando entra Pirandello, pensó Sciascia: la identidad se le cambia el personaje que “ya es otro”.
La edición de Tusquets trae de pilón el informe de la comisión de minoría del Parlamento italiano sobre el caso Moro que redactó el diputado Leonardo Sciascia.
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