El jueves 20 de enero, el editorial de un matutino abogaba por la seriedad del matrimonio como institución social, a raíz del comentario del presidente Colom acerca de lo irónico de que por un divorcio, por un papel, su actual esposa podría recuperar su derecho ciudadano a postularse para la primera magistratura de la nación en las próximas elecciones.
Indica el editorial que, “según la Constitución, el matrimonio es la base de familia, que a su vez es la piedra angular de la sociedad”; y cita a un intelectual guatemalteco que califica el divorcio como un mal necesario, pues lo ideal es que el matrimonio permanezca.
Refuerzan este planteamiento indicando que la frase del Presidente no estimula la paternidad y maternidad responsable, alentando el desinterés por mantener una armonía conyugal y familiar. Ante estas aseveraciones, yo me pregunto si están hablando en serio.
El divorcio, para mí, vino a resolver los males que una institución mal avenida trajo a la humanidad. Hay que recordar que para santo Tomás de Aquino el matrimonio era un mal necesario para los hombres.… Y no debemos olvidar que el matrimonio tuvo su origen en el rapto y después compra de mujeres para darle legitimidad.
El matrimonio todavía es un contrato entre hombres. Miles de activistas y funcionarias han pretendido reformar este contrato y hacerlo más equitativo entre los sexos. Sin embargo, este sigue siendo una institución asimétrica y difícil de mantener.
No importarían los sacrificios, porque todo en la vida implica sacrificar algo, pero el matrimonio en sí implica muchas veces la anulación de los cónyuges: la mujer se subsume en las necesidades hogareñas —aunque trabaje afuera— y el hombre en ganar dinero para proveer a las/os hijas/os del mejor colegio posible, ropa de marca y comida abundante.
La sonrisa que la joven pareja luce en el día de la boda, con el pasar de los años desaparece y da paso a un rictus de hastío e infelicidad. Si el divorcio permite que los cónyuges recuperen su sonrisa y desaparezcan las ojeras, creo que es un bien para la humanidad.
La catedrática de la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Usac, Ana María Pedroni (q.e.p.d.), planteaba en una ocasión, que el matrimonio debía ser un contrato a plazos renovable cada cinco años.
Me sorprendieron los argumentos de esta mujer que en ese momento rondaba los 70 años. Nada es permanente en esta vida.
Por ello no veo la necesidad de prometer amor y cuidado para siempre, cuando se puede renovar constantemente y, si acaso, a pesar de nuestra disposición, nos damos cuenta de que el amor se acabó, despedirse como dos buenos amigos, se hayan procreado hijos o no.
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