La violencia como elemento común que caracteriza a los movimientos que en estos días ocurren en el mundo árabe –para ser más precisos, en Egipto, Túnez, Marruecos y en Yemen– comparte algunos elementos que no es posible pasar por alto. Uno es el grito amargo que se escuchó hace poco tiempo, cuando Jaled Said perdió la vida en Alejandría el pasado verano, a consecuencia de un abuso flagrante de la policía, que lo aprehendió bárbaramente en un cibercafé desde donde lo arrastró y golpeó hasta quitarle la vida.
Los efectos no se hicieron esperar: la sociedad egipcia se lanzó a las calles en protestas multitudinarias, y se asegura que éste fue el germen que dio origen, algunos meses después, a la violencia que expresa la sociedad árabe en El Cairo, esta vez. Esto ya entonces fue considerado por muchos un amargo despertar, que los hizo sentirse obligados a manifestarse contra los abusos de la policía, los que, según parece, fueron siendo cada vez más frecuentes.
Cuando se supo que en Londres se habían encontrado algunos jóvenes que en playeras portaban la cara de Jaled, a jóvenes egipcios les hizo sentir que había ya, por fin, una respuesta positiva, en Europa, para las inquietudes en El Cairo. Las fotos del cuerpo y del rostro desfigurado de Jaled –los dientes rotos y fractura de mandíbula– empezaron a publicarse en Facebook, hasta que llegó el momento de que salió al público una página llamada We are all Jaled Said (“Todos somos Jaled Said”).
A este caso se sumaron muchos que encontraron de esta manera un efectivo medio de expresión para sus inquietudes y sus rebeldías. De ahí pasaron en poco tiempo, de la denuncia de la tortura, a la crítica profunda al régimen de Hosni Mubarak.
Por ello afirmamos que no solamente se trata de dar nuevos cauces a problemas anteriores que pudieran tener mayor o menor calado en las incompatibilidades que se han venido acentuando entre el presidente Mubarak y los representantes más claros y desde luego más numerosos de quienes han venido distanciándose progresivamente de su gobierno, y de lo que éste representa en el conjunto estructural, de un régimen que tiene más que ver con las tradiciones autoritarias político-religiosas, así como étnicas, y aun con las arraigadas tradiciones del mundo árabe, que si bien en muchos aspectos tienen un fondo razonable que proviene de la cultura árabe de tanta prosapia y arraigo en la sociedad, en el más amplio concepto no solamente histórico, sino también geográfico, de una civilización que estuvo dominando vastos territorios en Europa durante varios siglos, y que se enfrentó a los cruzados que dieron una descomunal batalla en contra de los infieles árabes y que basta seguir con la mirada un poco por encima para advertir que fueron muchas veces estrepitosamente derrotados en épicas batallas llenas de romanticismos peliculescos, que han venido siendo objeto de la atención prolongada de Hollywood, en vibrante Tecnicolor –las aportaciones del mundo árabe a la cultura occidental, no consideramos necesario siquiera, por lo menos en este artículo de muy limitados alcances en este aspecto–.
Pudiera ser posible que precisamente por esta viejísima tradición sea por lo que los elementos estructurales de la civilización árabe se manifiesten síntomas muy claros ya de artrosis y de rigideces en los elementos que la integran, y que muestran una manifiesta incapacidad de respuestas lo suficientemente oportunas y aptas para adecuarse a las nuevas demandas de un planeta en el que el mundo árabe está inmerso, que no guarda proporción con el de los tiempos de las Cruzadas, y que, para bien o para mal, no lo sé.
Su participación global es considerablemente menor actualmente, de no ser por los importantes yacimientos de petróleo y de gas que posee la OPEP, pero que aun en este terreno, las previsiones que se hacen para 2030 y 2050 se conocen con bastante exactitud.
Las realizadas por las grandes instituciones que se dedican a esta importante actividad que previene lo que podemos esperar de un nuevo mundo que se configura rápidamente y que exige una participación muy amplia y nuy decidida, con las grandes organizaciones regionales, como pueden ser la OCDE, el G-20 y muchas otras, no únicamente en el campo de la nueva tecnología, y que se integre a la revolución científica de carácter universal, que se enfrenta en la actualidad a los retos de un mundo en transformación acelerada, que no admite fanatismos retardatarios. Ni falsas estructuras cuyas rigideces son verdaderamente incompatibles con la elasticidad y la oportunidad necesarias en nuestros días.
“El cambio llega al mundo árabe”, reza el diario español El País en su primera plana del viernes 28 de enero, agregando que, después de Túnez, las protestas se extienden por todo Egipto y prenden en Yemen, para luego incurrir en lo de siempre: “EU apoya con cautela las protestas como expresiones de un islam democrático”.
No podía esperarse que pasara desapercibida la presencia importantísima de Mohamed El Baradei, que se recuerda como titular del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) de la ONU, cuando fue comisionado para hacer una inspección al territorio de Irak, antes de que George W. Bush decidiera lanzar la invasión al país árabe, con las complicidades del presidente del gobierno español y del primer ministro británico.
El Baradei se enfrentó airosamente a estos poderosos jefes de gobierno, y denunció valientemente que en Irak no había encontrado ningún rastro de armas de destrucción masiva, y regresa ahora a El Cairo para encabezar a la oposición a Mubarak, a quien lo mejor que pudo ocurrírsele fue nombrar vicepresidente a un oscuro funcionario de 30 años atrás, experto en investigaciones e “inteligencia”, como una aportación de su gobierno para detener lo inevitable. El Baradei, la tarde del sábado pasado, pidió la renuncia a Mubarak a su cargo como presidente de Egipto. No creemos que haya otra solución. No pasará mucho tiempo antes de que sepamos la respuesta. El pueblo árabe ya despertó.
Gonzálo Martínez Corbalá, el autor.
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