Franco Berardi (Bifo) es filósofo, escritor y teórico de los medios de comunicación. Implicado en los movimientos autónomos en los años setenta, preconizó en los ochenta la futura explosión de la Red como vasto fenómeno social y cultural, y fundó en 2005 la primera “televisión de calle” en Italia.
En castellano ha publicado La fábrica de la infelicidad o El sabio, el mercader y el guerrero. Ha lanzado recientemente el sitio de comunicación th-rough.eu, una plataforma comunicativa transeuropea donde se dan cita la política, la filosofía y la crítica literaria y de arte.
La primera entrevista de esta sección, hace ya dos años, se la hicimos a él. En ella hablamos sobre la crisis que recién comenzaba y Bifo apuntó tres claves de orientación teórica y práctica: en primer lugar, no estamos ante una crisis puramente financiera, sino de un modelo entero de civilización; en segundo lugar, el desenlace del cataclismo económico es incierto: puede derivar hacia un “sálvese quien pueda” generalizado, o bien hacia la creación de una nueva cultura de la solidaridad y el compartir; por último, la disolución de la izquierda europea es un dato positivo, porque nos empuja a pensar y experimentar fuera de un marco conceptual y práctico que pertenece al siglo XX. Dos años después retomamos la conversación con Bifo sobre el mismo asunto.
¿Qué ha pasado en estos últimos dos años?
Sobre todo dos cosas: la esperanza Obama se ha disuelto y la crisis europea ha estallado. Una nueva lógica se ha instalado en el corazón de la vida europea a partir de la crisis financiera griega: Merkel, Sarkozy y Trichet han decidido que la sociedad europea debe sacrificar su nivel de vida actual, el sistema de la educación pública, las pensiones, su civilización entera, para poder pagar las deudas acumuladas por la elite financiera.
¿Y qué es lo que no ha pasado? Me refiero a la ausencia de las grandes luchas sociales que todos esperábamos. ¿Cómo lo explicas?
Durante los últimos diez años, la precarización general de la vida no sólo ha fragmentado el tiempo de vida y reducido el salario, sino que sobre todo ha instalado en la vida social el dominio del espíritu competitivo, con sus consecuencias de agresividad, aislamiento y soledad en las personas, sobre todo entre los jóvenes.
Los efectos sobre la sensibilidad han sido devastadores y están a la vista de todos: depresión de masas, crisis de pánico, enfermedades del vacío, etc. Esa des-empatía generalizada explica el actual “sálvese quien pueda” ante la crisis.
¿Ves ahora alguna salida?
Me temo que la catástrofe presente no tiene ninguna solución, la barbarie es el nuevo orden social europeo. Eso no se puede cambiar, ya sólo podemos desertar. Tenemos que olvidar la palabra democracia, porque no hay ninguna posibilidad de restaurarla, y en su lugar escribir la palabra autonomía.
Autonomía de las fuerzas de la producción técnica, cultural, creativa: lo que yo llamo ‘cognitariado’. Autonomía significa abandono y vaciamento del imaginario y los lugares del trabajo, el consumo, la competencia, la acumulacion y el crecimiento. Y la creación de un nuevo espacio mental y social separado definitivamente del económico. Ese es para mí el sentido profundo al que apuntan las primeras movilizaciones contra la crisis en Europa (Londres, Roma, etc.).
Pero los estudiantes han salido a la calle para protestar sobre todo contra el desmantelamiento del sistema educativo.
Desde luego, los estudiantes no pueden tolerar el fomento organizado de la ignorancia en los países europeos. Pero yo veo además otro elemento a tener en cuenta en la movilización furiosa y creativa del mes de diciembre: una tentativa de re-activación de la dimensión corpórea, física, deseante y sensible de las personas que componen la clase cognitaria europea.
Es decir, los millones de estudiantes, investigadores, ingenieros, informáticos, periodistas, poetas y artistas que constituyen ese cerebro colectivo que es la fuerza de producción crucial y decisiva en el tiempo presente.
Pones mucho énfasis en la cuestión de la sensibilidad.
Sensibilidad es la capacidad de entender señales que no son verbales, ni verbalizables. Es la facultad de discernir lo indiscernible, aquello que es demasiado sutil para ser digitalizado. Ha sido siempre el factor primario de la empatía: la comprensión entre los seres humanos siempre se da en primer lugar a nivel epidérmico.
Y ahí está hoy el campo de batalla político. La intensificación del ritmo de explotación de los cerebros ha colapsado nuestra sensibilidad, por eso la insurrección que viene será ante todo una revuelta de los cuerpos. Pienso en un nuevo tipo de acción política capaz de tocar la esfera profunda de la sensibilidad mezclando arte, activismo y terapia.
¿Por qué el arte?
Hay una expresión artística importante en la última década que se dedica a la comprehension de la fenomenología del sufrimiento psíquico. Pienso en escritores como Jonathan Franzen y Miranda July, en vídeoartistas como Lijsa Ahtila o en cineastas como Gus Van Sant y Kim Ki-Duk. Pero el arte por sí solo no consigue modificar la realidad, sólo conceptualizarla y denunciarla. El arte debe mezclarse con la política y la política con la terapia.
Terapia y política, una extraña pareja, ¿no?
Cuando el primer efecto de la explotación capitalista del trabajo cognitivo es el agotamiento nervioso y el sufrimiento psíquico, la acción social tiene que proponerse antes que nada como terapia mental y relacional. Pero cuando hablo de terapia no me refiero a una técnica que reintegre al individuo roto a la normalidad del consumo compulsivo y la competición económica, sino a la práctica que reactiva la sensibilidad y la empatía.
La terapia que propongo no es otra cosa que revuelta y solidaridad, el placer de los cuerpos mezclándose con otros cuerpos. Las movilizaciones de diciembre en Londres y Roma han sido las mejores acciones auto-terapéuticas que pueden imaginarse. Mejor que un millón de psicoanalistas.
Para acabar, te pido unas palabras sobre la situación italiana.
Dos procesos de barbarización se suman en Italia. Por un lado, un grupo de criminales notorios, de fascistas mafiosos y racistas están desmontando la estructura institucional y moral del país. Y por otro, hay una aplicación sistemática de las directrices neoliberales y monetaristas de la Unión Europea. No hay solución italiana a la situación italiana.
Pero yo ya no soy italiano. Los estudiantes italianos ya no son italianos, muchos han dejado el país y viven en Londres, Berlín, Barcelona o París. Somos europeos, porque sabemos muy bien que sólo a nivel europeo se puede crear una nueva forma política adaptada a la riqueza de la inteligencia colectiva. Sólo una insurrección europea puede abrir un nuevo horizonte a la sociedad italiana.
“La felicidad es subversiva”
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