sábado, 5 de febrero de 2011

Los Hermanos Musulmanes, participan ya.

Son el grupo de la oposición más influyente del país, también el más temido desde Europa y EE UU por su ideario islamista y a piori poco solícito a las demandas de Occidente. Esta noche los Hermanos Musulmanes han anunciado que se suman a las conversaciones en Egipto para terminar con la crisis política que hace 12 días que secuestra al país.

Los Hermanos han asegurado a Reuters que se incorporarán a las negociaciones hoy con la intención de dictaminar hasta qué punto el Gobierno está "dispuesto a aceptar las demandas del pueblo". Para calmar las reticencias que demuestran tanto Occidente como los sectores laicos de la oposición, el grupo insiste en que no tiene la intención de convertir Egipto en un Estado islámico.

Más allá de estas consideraciones, la llegada a las negociaciones de los Hermanos, oficialmente proscritos en Egipto, puede suponer un avance importante en la resolución del conflicto. Dejando a un lado al Ejército, no parece que haya ningún otro colectivo con la influencia suficiente como para negociar cara a cara con los cientos de miles de egipcios que continúan tomando las calles.

Sobre todo, la llegada de los Hermanos debería de darle mayores bríos a la atomizada oposición. La disparidad interna de un movimiento popular al que solo une el odio a Mubarak y el ansia por los valores más básicos del progreso, libertad y justicia parece que va a marcar los próximos días y semanas. Hasta ahora la oposición ha fracasado a la hora de transmitir un mensaje sólido y coreografiado al vicepresidente Suleimán y el Ejército, los nuevos interlocutores ante el cambio. Cada grupo está enredado en una guerra propia.

Ayer el dirigente opositor Mohamed ElBaradei, que insiste en autodescartarse como candidato a dirigir la transición a pesar de haber recibido muy pocas invitaciones a hacerlo, aseveró que el apoyo de Estados Unidos a Suleimán o al presidente, Hosni Mubarak, para que encabecen un Gobierno de transición sería un "retroceso". Se refería a las nuevas declaraciones de Obama pidiendo una "transición ordenada".

Muchas figuras de la oposición insisten en que ahora la prioridad debe ser cambiar las reglas electorales mediante la formación de un nuevo parlamento que modifique la constitución y permita concurrir a las urnas con unas reglas que no hayan sido creadas exclusivamente para favorecer al partido de Mubarak, como viene ocurriendo en los últimos 30 años.

En cualquier caso, Egipto empezó ayer a respirar. Las estructuras del régimen han resistido sin desmoronarse el tremendo empuje de la revuelta, pero se saben condenadas a una profunda reforma ya sin Hosni Mubarak. Los manifestantes, y la mayoría de la sociedad, han comprobado su enorme fuerza, pero son conscientes de que empieza una fase de forcejeos y negociaciones. Tras 12 días estremecedores, la sociedad egipcia intenta recuperar el pulso en el inicio de una nueva era, aún muy confusa.

La dimisión de la cúpula del hegemónico Partido Nacional Democrático (PND), con Gamal Mubarak al frente, confirma que el cambio es imparable. Más allá de los tanques que dominan la ciudad, de los manifestantes que mantienen el bastión de la plaza de la Liberación (destinados a un lugar de privilegio en la épica árabe y en la historia mundial del progreso), de una inevitable tensión colectiva, El Cairo muestra deseos de trabajar y volver a sus embotellamientos y a su caos cotidiano. En cierta forma, eso favorece al régimen. Es decir, al Ejército, que gana tiempo mientras organiza algún tipo de salida para Mubarak.

Cambios en el Gobierno

Aún permanece en su palacio Hosni Mubarak, ciertamente. El faraón no abandona la presidencia pese a la diaria insistencia de los manifestantes. Es ya, sin embargo, un zombi político, un vestigio que al Ejército le conviene eliminar de la forma más digna y discreta posible.

Tras su emotivo discurso del martes, con el que Mubarak desató las fuerzas más oscuras de su régimen (los matones, la xenofobia, la amenaza del caos, las teorías de una conspiración internacional), el faraón agotó sus recursos. La realidad le es ajena. El vicepresidente, Omar Suleimán ha dado un paso al frente para convertirse, de hecho, en el rostro del poder.

La tormenta se llevó ayer por delante a Gamal Mubarak, el hijo menor del rais, magnate financiero, responsable del PND, jefe del "sector de los negocios" y, hasta hace 12 días, hipotético sucesor en la presidencia. Gamal y el resto de los secretarios dimitieron en bloque. Fue un nuevo paso en el largo camino hacia el cambio.

La salida de Gamal Mubarak es trascendental al no poder tomar el testigo de su padre en la presidencia, ya que la Constitución exige que los candidatos tengan un puesto en el partido. Además, este movimiento político se produce en un contexto de acercamiento a la oposición, entre cuyas exigencias está la petición expresa de que el equipo de fieles de Mubarak desaparezca del mapa político.

La renuncia del hijo de Mubarak ha sido valorada por Estados Unidos. El enviado de Barack Obama a Egipto, Frank Eisner, ha asegurado que "ahora hay una oportunidad de avanzar. Está es la primera fase pero la dirección es prometedora". Después, el funcionario de la Administración estadounidense ha defendido la continuidad de Mubarak para pilotar la transición hacia la democracia, lo que entraba en aparente contradicción con las declaraciones previas al respecto de Obama. Poco después, la Casa Blanca ha rectificado a su diplomático asegurando que hablaba a título personal y no en calidad de asesor presidencial.

Fin de ciclo

El cambio se perfila difícil, tal vez tumultuoso. El Ejército procura estrechar el teórico "cerco de protección" en torno a la plaza de la Liberación para limitar al máximo los vínculos entre el corazón de la protesta y el resto del país.

El jefe del Estado Mayor, como en la víspera el ministro de Defensa, acudió al lugar para pedir a los manifestantes que se retiraran y delegaran su fuerza en representantes políticos; como era de esperar, la multitud no le creyó y se quedó. Se registran ocasionales detenciones arbitrarias y actos de hostigamiento. Pequeños grupos de fieles a Mubarak pululan aún con banderas y protegen su propia barricada, al norte de la plaza.

El cambio es, sin embargo, inevitable. La nación entera, 80 millones de egipcios, ha contraído una deuda eterna con los héroes de Tahrir , las decenas de miles de hombres y mujeres que están resistiendo furiosos embates de la policía, primero, y después de los matones del régimen, en buena parte policías de civil.

Es un grupo heterogéneo de jóvenes, profesionales, obreros y Hermanos Musulmanes que siguen atrincherados en la plaza, dispuestos a vencer o morir, y están animando con su valor a millones de egipcios que perdieron el miedo y, tras el inicial martes de esperanza, han seguido manifestándose hasta persuadir al régimen de que su violencia era inútil. Las imágenes de los matones cargando contra la multitud a lomos de caballos y camellos, entre tanques y pedradas, han de perdurar en la memoria como una metáfora de las fuerzas en conflicto.

Una lección para Occidente

La lección de Tahrir, de Alejandría, de la oleada de libertad egipcia, abarca mucho más que un país. Si el detonante del cambio árabe fue la revuelta de Túnez, Egipto ha sido la explosión.

Más allá de los árabes, eso llamado Occidente aprendió también unas cuantas cosas. El miércoles, cuando el régimen azuzó a sus matones contra la prensa extranjera y se registraron palizas y detenciones, los enviados especiales y corresponsales vieron de cerca las entrañas de una dictadura.

Cuando se les golpeó, cuando pasaron horas en una comisaría asistiendo a la tortura a que eran sometidos rutinariamente los ciudadanos egipcios, comprobaron el terrible precio que un pueblo pagaba por la "estabilidad" y la vocación prooccidental y filoisraelí que Washington y las capitales europeas tanto valoraban en Mubarak.

Cosas bien conocidas adquirieron una nueva relevancia. Hasta que los egipcios se rebelaron, se hablaba con frecuencia de que Estados Unidos había concedido a Egipto 40.000 millones de dólares en ayuda militar durante los 30 años de mandato de Mubarak. De pronto, se prestó atención a otro dato: en ese mismo periodo, la familia Mubarak (el presidente, su esposa, sus hijos) ha acumulado un patrimonio estimado en 70.000 millones de dólares (unos 52.000 millones de euros). Lo cual da una idea del portentoso nivel de corrupción.

Ya desde el jueves, al cerciorarse de que la era de Mubarak y del festín oligárquico-militar había terminado, el régimen empezó a soltar lastre. Ahmed Ezz, magnate del acero, vio bloqueados sus fondos bancarios. Se abrieron procedimientos por malversación contra tres ex ministros civiles. Curiosamente, no se señaló a ningún ministro militar ni alto mando del Ejército. Había que salvar los muebles, representados por los uniformes.

La jefa de la diplomacia estadounidense, Hillary Clinton, declaró ayer de forma abierta que confiaba en el general Omar Suleimán exjefe de los servicios secretos y nuevo vicepresidente, como hombre fuerte y encargado de pilotar una transición limitada, centrada en tres puntos: reforma constitucional, ausencia de violencia y elecciones libres lo antes posible.

Una explosión deja Jordania sin gas

La espectacular explosión de un gasoducto egipcio en la península del Sinaí ha dejado desabastecida a Jordania. La terminal de gas siniestrada suministra también gas a Israel, lo que en un principio hizo pensar a las autoridades de la zona que se trata de un ataque perpetrado por terroristas, aprovechando el caos reinante en Egipto. El director de la empresa nacional de gas natural, Magdy Toufik, indicó sin embargo en un comunicado que fue una fuga la que causó el incendio.

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