Dice Manuel de Lope (Burgos, 1949): "Este hubiera sido un buen libro póstumo". Es Azul sobre azul y acaba de ser publicado por RBA. Contiene su vida, y nació por casualidad, porque Babelia le pidió un artículo sobre el cambio climático en 2007. Evocó el frío, a su madre, y a partir de ahí este hombre profundamente privado abordó sus memorias. Aquí está él, su vida entera. "Un libro íntimo; no sabía si dejarlo inédito o hacer que fuera póstumo". Cuatro años después su agente, Carmen Balcells, lo convenció, y ahí está.
"Me he sentido libre y me ha dejado un cierto sentimiento de euforia"
"Lo he escrito, con ligereza de alma". Así se lee. "Me he sentido libre, y me ha dejado con un cierto sentimiento de euforia, como lo que se siente después de una tormenta de lluvia, ese olor de agualluvia". "No es", dice él en su casa luminosa, "un Manuel de Lope se desnuda, no es eso", pero es un libro "sincero y pudoroso, pues la materia del libro es el propio autor". Lo escribió mientras ocurría la guerra de Irak. "Era la primera guerra que vivimos en directo, y quise que tuviera presencia, como si atrajera el presente, la actualidad, a mi memoria".
Es la memoria en movimiento. Su bisabuela Otilia se confunde con Goethe, la evocación de las últimas elecciones francesas le devuelven imágenes de sus amigos muertos, la guerra le lleva de Marcel Proust a Francis Ford Coppola, la naturaleza le lleva a Dios, México le hace regresar a su pueblo de Barbadillo, y así la vida se le va confundiendo como en un carrusel intenso que permite regresar del libro sabiendo que quien lo toca ha tocado a un hombre.
Los amigos muertos, adolescentes que fueron sus amigos, el pintor Zapata, el pintor Úrculo. "Es algo que me ha asombrado, la cantidad de amigos prematuramente muertos que ha habido en mi vida".
Cuenta Manuel de Lope que cuando iba a ver a su madre elegía para dormir el cuarto de Petra, una antigua sirvienta. Pues este libro se parece a ese cuarto. "Una habitación llena de objetos heteróclitos cuya presencia me daba un cierto reposo, un sitio donde no había puesta en escena". Pues desde ese sitio precisamente parece haber escrito el libro. "No hay puesta en escena, no hay una articulación retórica o formal". En el cuarto de Petra "había una silla vieja haciendo de mesa de noche, un flexo torcido". A la madre Emilia le extrañaba el sitio que su hijo elegía en la casa durante sus visitas. "¿Necesitas algo?". No necesitaba nada. Estaba escribiendo.
En Azul sobre azul se ve a ese Manuel de Lope: en la habitación más amueblada de la casa, pero manteniendo a flote una soledad radical, desde la que siempre ha escrito. Ha ganado premios, ha conocido traducciones al extranjero (tiene en la casa la edición estadounidense de Sangre ajena, recomendado ahora por Amazon Digital como uno de los cien libros de 2010), pero su literatura mantiene ese aire conmovedor o desolado que ya tuvo en Jardines de África, de hace más de veinte años.
"Pues ahora que lo dices, sí; Jardines de África es un libro fósil mío; en ese también me dejé llevar, y nació asimismo de lo que iba a ser un artículo de prensa". En Azul sobre azul esa escritura se articula como memoria. Y es una conversación con el pasado. Manuel de Lope cree, al contrario de lo que parece, que no es un buen conversador. Pero el libro está lleno de encuentros que solo retiene alguien que conversa mucho. "Me gusta hablar con personas que me interesan porque pueden contarme cosas de las que no sé nada". Navegantes, alpinistas, geólogos. Así ha ido por la vida. "Aunque no tengo el don de la conversación he escuchado muchísimas cosas". Cosas que están en el libro.
A veces esas cosas son especialmente dramáticas. Como aquel muchacho en Addis Abeba -"Vi gente muriendo de hambre y cosas peores"- que le puso una pistola en la cabeza. "Si te veo mañana te mato", le dijo. Otras le devuelven a la más temprana infancia que él relaciona con el frío: "Yo nací en Burgos en el mes de enero, un día de fuerte nevada". Supo de la guerra por los abuelos y por el padre, vivió él mismo experiencia de cárcel bajo el franquismo, vivió en los más insólitos paisajes del extranjero (y también en algunos de esos mundos verdaderamente placenteros) y desde hace años es "un escritor disciplinado". Esa disciplina le ha permitido "limitar el desbordamiento que puede hacer demasiado prolijo un libro de memorias".
Fray Luis de León, cuenta De Lope, decía: "Si alguien me quiere conocer conózcame por eso". Pues por Azul sobre azul se puede conocer de veras a este hombre alto, cuyos andares recuerdan los que debía tener su madre en una de las pocas fotos que él guarda en su casa, espartana como todas las casas que ha tenido. Las enumera en el libro, por cierto, para decir que el suyo ha sido un hogar movible, hasta este de ahora en el que apetece quedarse para leer, o para escribir.
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