Antes de que se inventara el oficio de coordinador de bodas, Eduardo Porter, el famoso director de cine en Hollywood, decidió que él iba a dirigir su propia boda como si fuera una producción cinematrográfica.
Esta boda famosa por muchas razones, ocurrió allá en los lejanos años noventa en la ciudad de Londres. Matrimonio al que fuimos invitados varias docenas de parientes que salimos en un vuelo charter desde San Juan de Puerto Rico hasta Inglaterra.
Eduardo se había enamorado de una bella chica, actriz ella de origen inglés, que trabajó en varias de sus películas. Shirley era hija de un magnate que había hecho fortuna en la minería, y era su única heredera. Así que en cuanto supo que se casaría su hija, el padre aportó una buena cantidad de dinero para que la boda fuera estupenda y memorable, como realmente lo fue.
El único requisito que pusieron los padres de Shirley, fue que la boda se realizará en Londres. Y Eduardo aceptó encantado la propuesta de sus futuros suegros. Eduardo solo aportaría su talento artístico para que la boda fuera una gran producción, como si se tratará de filmar un comercial.
Eduardo se trasladó desde Hollywood hasta Londres, un mes antes de la boda para preparar todo y que saliera a la perfección.
En ese largo mes, Eduardo decoró una mansión en el campo, propiedad de la familia de ella para que la boda fuera ahí, en los escenarios naturales de la campiña inglesa; el banquete sería en el jardín si el tiempo era favorable, si no adentro.
Llegó la fecha anunciada para la boda de Eduardo y Shirley, y toda su parentela ya Estábamos elegantemente ataviados, todos de blanco como se estila en Puerto Rico en las bodas de allá. Pero el frío inclemente de Londres nos puso morados a todos y luego nos fuimos a la casa de campo a una hora de la ciudad, y el frío era más intenso todavía.
La parentela de Eduardo nos refugiamos en la mansión y nos pusimos de espaldas ante las chimeneas ardientes. No queríamos asomar ni las narices en el jardín.
La decoración era fantástica, Eduardo tiene muy buen gusto y con dinero hizo maravillas. parecía un set cinematográfico. Luces, sonido, efectos especiales (hielo seco, humos, etcétera).
Fuimos a la ceremonia religiosa en el enorme granero habilitado para ello, a unos cien metros de la mansión. La ceremonia estuvo maravillosa, la novia linda como todas las novias del mundo. Después de la misa Shirley se disculpo para ir a cambiarse el vestido de novia por otro atuendo elegante y asistir al banquete.
Estábamos más de doscientos invitados, cómodamente sentados bebiendo whiskys al por mayor, cuando uno de mis parientes ignorante de los protocolos y demás, le pidió a uno de los meseros un Whisky en las rocas !pero sin hielo¡
Empezaron a servir el banquete exquisito, docenas de meseros elegantemente vestidos, quienes salieron formados desde la cocina y desfilaron frente a nosotros con las bandejas de bocadillos en la mano izquierda.
La comida comenzó sin Shirley y sin Eduardo, los invitados moríamos de hambre y de frío. Un par de horas después apareció Eduardo con el rostro desencajado y con los ojos llorosos.
Sus parientes salimos a su encuentro y lo abrazamos, y él se puso a llorar como un niño.
Shirley se largó arrepentida de haberse casado con nuestro pariente amado. Esa misma noche ella volvió a Hollywood a encontrarse con su verdadero amor, un joven actor irlandés que hacía sus pininos en la Meca del cine, al igual que ella.
Eduardo era mucho mayor que ella y sumamente neurótico, además de muy apegado a mami.
En cuanto pudimos nos fuimos al aeropuerto y ahí estaba nuestro avión esperando para zarpar a Puerto Rico de inmediato.
Las ocho horas del vuelo las ocupamos cantando boleros de amor y Eduardo no paró de llorar nunca.
Lo que mas le molestaba al pobrecito de Eduardo es que le había quedado super bien la producción, para que al final la malvada Shirley ni siquiera se fijó en el set que él construyó amorosamente para que sirviera de marco a su boda.
Fue la boda más corta del siglo XX. Memorable e inolvidable para los que presenciamos tal naufragio, peor que el del Titánic.
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