Monsiváis me dijo un día
Francisco Pérez Arce Ibarra
Es difícil elegir un texto como el más representativo Carlos Monsiváis. Trata todos los temas y los aborda de formas diferentes. Describe acontecimientos cruciales y definitivos para la historia de México, y fenómenos continuos, cotidianos, intrascendentes en apariencia que también son definitivos para la historia del país. Entre los primeros escribió sobre el movimiento del 68 y el terremoto del 85, entre los segundos se ocupó de asuntos como la religiosidad popular y la imaginación colectiva atrapada en los cromos de Jesús Helguera, y en aficiones radicales como la lucha libre. Si bien cada lector puede seleccionar su texto favorito y confirmar en él la calidad de su escritura, el mayor valor de la obra de Carlos Monsiváis es el conjunto; un conjunto tan complejo e inaprehensible como la realidad que describe y analiza. O mejor dicho: la realidad que observa y se esfuerza por recrear, por transmitir a los lectores que son al mismo tiempo los protagonistas de lo observado. Sus textos contienen la tragedia y lo chusco, el heroísmo y lo grotesco. Su gran sentido del humor no lo confunde, lo conduce a una mirada irónica, nunca superficial ni fácil. Insisto en que todo el tiempo parece esforzarse por recrear en su escritura una realidad tan compleja, que siempre parece insatisfecho, siempre parece necesitar de un nuevo texto, de una acotación que ya no cupo, de un tema que se quedó volando, de una referencia que no puede obviar. Siempre necesita un nuevo texto. Por eso su escritura es pródiga e inaprehensible. Y todo lo que no alcanzaba a escribir lo hablaba, y hablaba con todo mundo: con los compañeros de oficio, con sus amigos telefónicos cotidianos, con sus contactos insospechados en todas las esferas de la sociedad, con el taxista del día, con la señora que lo reconoció en la banqueta, con el estudiante que le pidió una firma. Y ofrece frases inesperadas y no pocas veces obscuras. Por eso es posible encontrarse a mucha gente que pueda decir: Monsiváis me dijo un día… Es probable, seguramente es cierto, un día Monsiváis le dijo algo a muchísima gente.
2.
“El miedo. La realidad cotidiana se desmenuza en oscilaciones, ruidos categóricos o minúsculos, estallidos de cristales, desplome de objetos o de revestimientos, gritos, llantos, el intenso crujido que anuncia la siguiente impredecible metamorfosis de la habitación, del departamento, de la casa, del edificio... El miedo, la fascinación inevitable del abismo contenida y nulificada por la preocupación de la familia, por el vigor del instinto de sobrevivencia. Los segundos premiosos, plenos de una energía que azora, corroe, intimida, se convierte en la debilidad de quien la sufre. “El fin del mundo es el fin de mi vida”, versus “No pasa nada, no hay que asustarse. Guardemos la calma”... Y los consejos no llegan a pronunciarse, el pánico es segunda o primera piel, a ganar la salida, a urdir la fuga de esta cárcel que es mi habitación, a distanciarse de esa trampa mortífera que fue hogar o residencia provisional. El crujido se agudiza, en el bamboleo la catástrofe se estabiliza, la gente se viste como puede o se viste sólo con su pánico, el miedo es una mística tan poderosa que resucita o actualiza otras místicas, las aprendidas en la infancia, las que van de la superstición a la convicción, las frases primigenias, las fórmulas de salvamento en la hora postrera.
“El 19 de septiembre, en la capital, muchos carecieron de la oportunidad de profundizar en su miedo.” (Los días... p. 17)
Es la magnífica recreación de la zozobra íntima, compartida al instante, ante fuerzas desconocidas y poderosas. Con ese párrafo empieza uno de los textos más notables de Carlos Monsiváis: “Los días del terremoto”. Notable por la fuerza de la descripción, por la intensidad del pánico individual y colectivo, por la visión del microcosmos y del conjunto, la visión de lo pequeño y lo grande, de la persona abandonada a sus ínfimas capacidades, y la ciudad que se compone de una sumatoria inabarcable de multitud de ínfimas fuerzas.
La crónica no termina en la tragedia individual o en las tragedias individuales que conforman la tragedia colectiva. No termina en el recuento doloroso de las pérdidas humanas, ni en la fotografía del desastre urbano. En el extenso relato de los días del terremoto, encuentra lo nuevo, lo que no ha sido nombrado. En el viaje del dolor individual a la fuerza colectiva, Monsiváis encuentra la solidaridad como clave moral, pero una solidaridad que tiene una significación más vasta:
“...no se examinará seriamente el sentido de la acción épica del jueves 19, mientras se le confine exclusivamente en el concepto solidaridad. La hubo y de muy hermosa manera, pero como punto de partida de una actitud que, así sea efímera ahora y por fuerza, pretende apropiarse de la parte del gobierno que a los ciudadanos legítimamente les corresponde. El 19, y en respuesta ante las víctimas, la ciudad de México conoció una toma de poderes, de las más nobles de su historia, que trascendió con mucho los límites de la mera solidaridad, fue la conversión de un pueblo en gobierno y del desorden oficial en orden civil. Democracia puede ser también, la importancia súbita de cada persona.” (p. 20)
Carlos Monsiváis (1938-2010), quien vivía en la colonia Portales y es una de las figuras más reconocidas de la cultura mexicana, cumpliría 73 años este 4 de mayo. En la imagen, el escritor durante una entrevista con La Jornada en su casa, el 10 de diciembre de 2008Foto Luis Humberto González
Monsiváis “descubre” a la “sociedad civil” y la define: “es el esfuerzo comunitario de autogestión y solidaridad, el espacio independiente del gobierno, en rigor la zona del antagonismo.” (p. 79)
Observa y participa. Está ahí no sólo como testigo sino también como parte. No puede evitar la mirada irónica, pero tampoco la mirada comprometida. Describe y comprende. Hace crónica y ensayo. Tampoco elude el elogio y la admiración. Su crítica implacable no lo conduce al escepticismo. Por eso, en medio del desastre y sin negarlo, es optimista, no puede interpretarse de otro modo su visión de sociedad civil asociada a palabras como “esfuerzo comunitario”, “autogestión”, “solidaridad”.
3.
La atmósfera de los días del terremoto vuelve a sentirse en este tiempo. Vivimos una especie de terremoto nacional; la sociedad vive en zozobra ante la violencia desatada en el escenario de un poderoso crimen organizado, y un estado incapaz de frenarlo. El Estado pierde credibilidad y la sociedad busca salidas, piensa en voz alta, grita su dolor, es solidaria con las víctimas y sus deudos, se muestra, sale a la calle. Es la sociedad que se organiza, son individuos admirables que no se vencen en el dolor, sino que actúan desde el dolor. Carlos vivió una parte de esta historia terrible. En Ciudad Juárez, en la colonia Salvácar, un comando de sicarios había asesinado a 14 adolescentes que acudían a una fiesta de cumpleaños; entre ellos se encontraban Marcos y José Luis Piña Dávila. Días después, la madre de estos dos jóvenes, Luz María Dávila, enfrentó a Felipe Calderón y le dijo llanamente: “no le puedo dar la bienvenida porque no es bienvenido”.
En enero del año pasado, en la Casa del Teatro, en Coyoacán, se llevó a cabo un Foro con víctimas y deudos de Ciudad Juárez. Luz María Dávila y su hermana Patricia vinieron a la ciudad de México, junto con otros juarenses, para hablar de la tragedia, de su pérdida enorme que sólo era una parte de una tragedia nacional que no termina. En el final del acto la madre admirable agradeció la solidaridad de los asistentes. Carlos Monsiváis tomó la palabra y dijo algo sencillo y claro: “no tienen que agradecer nuestra solidaridad, nosotros tenemos que agradecerles a ustedes su solidaridad; al venir aquí ustedes se están solidarizando con nosotros todos”. (No estoy citando textualmente, pero la idea era conmovedora: ellas lo habían perdido todo, pero el país todavía tenía salvación. Y estaban ahí para reclamar ese futuro para todos; ese futuro que ellas habían perdido de la manera más dolorosa. Debíamos agradecer nosotros, profundamente, como hoy debemos agradecer a Javier Sicilia.)
Días después, el 15 de febrero, Carlos escribió: “La señora Luz María Dávila, en su alegato, da la oportunidad de observar a la sociedad libre que surge, de varios modos, sin recursos, sin retórica memorizada, pero bajo una profunda convicción: esperar el complimiento de las promesas de los funcionarios es, ahora, olvidarse del respeto debido a sus muertos y, también, a su inermidad y a su miedo, tan explicable, tan roto por convicción que no le da la bienvenida a un presidente.”
Dijo también Carlos Monsiváis: “Venimos aquí porque estamos convencidos que la respuesta es la solidaridad. La señora Dávila decía que ya no tiene qué esperar. Yo le digo que tiene que esperar los resultados de su dignísima lucha. Estamos convencidos de que tenemos que esperar que haya muchísimas mujeres que como ella no le den la bienvenida al poder”.
4.
Murió demasiado pronto. Nos hará falta la crónica de las fiestas del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución, de las que había dicho, con insistencia, que el gobierno no tenía ninguna idea de lo que debía hacerse, ni tampoco interés en un festejo que aprovechara la oportunidad para una reflexión amplia sobre su significado, para un diálogo con otros países latinoamericanos que igualmente festejaban su bicentenario, para propiciar una visión crítica a cien años de la revolución que superara la historia de bronce, y en un sentido más amplio, la historia unívoca vista desde el poder. Nos faltó su mirada irónica sobre el desfile de fuegos artificiales y el dislate insuperable del coloso de madera ensamblado en el zócalo, e inmediatamente recluido en una bodega inconfesable.
Nos haría falta ahora, tan necesitado como está el país de miradas inteligentes para discernir lo que sucede.
Quizá por esa falta que hace, lo que vivimos el 19 de junio del año pasado, día en que Carlos murió, fue la abrumadora sensación de pérdida por la desaparición de un gran escritor y una figura pública. Una abrumadora sensación de pérdida.
Texto presentado en el homenaje a Carlos Monsiváis, en el Castillo de Chapultepec, el 27 de abril, organizado por la Dirección de Estudios Históricos, INAH
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