De la supremacía de Occidente
Concluíamos en la entrada de este blog De la construcción de Occidente que la Historia de éste es la de las ideas que han movido la Historia, le han exigido sacrificio, y en buena medida se han realizado en ella. Sin olvidar que el propio Occidente, hacedor y hecho de la Historia, es a su vez en buena medida una idea.
Mas si la suya es la Historia de las ideas que han movido la Historia, también lo es la de una supremacía, y la de una limitación.
Ideas que han movido la Historia, le han exigido sacrificio, le han dado ese sentido que María Zambrano de califica como sacrificial y José María Ridao como tributario – basado en la idea de que el futuro está escrito de antemano y de que, en virtud del mismo, es legítimo sacrificar a una generación para que otra obtenga los beneficios – a veces antagónicas y enfrentadas, como las que alinearon y animaron a ambos bandos de la Guerra Fría, proyectos ilustrados, hijos de la razón y del pensamiento occidental con igual vocación de proyección e imposición global, de encarnarse en hegeliano fin de la Historia, que hicieron de ésta la última confrontación global que al tiempo fue una guerra civil en el seno de Occidente – el resto escenario de la misma -, lucha por la hegemonía entre universalidades o proyectos occidentales mutuamente excluyentes e igualmente ambiciosos de encarnar la universalidad universal. Y que en buena medida se han realizado en ella, configuran sustancialmente el mundo y nuestra forma de verlo.
Ideas, sin embargo, también utilizadas por la Historia - por el poder que hace la Historia - para hacerla, para asentar y expandir su supremacía en la misma. Pues la de Occidente es, en expresión de Sophie Bessis, la Historia de una supremacía. Historia, como nos muestra en Occidente y los otros, de la expulsión de Europa de su presencia y esencia oriental, física, con la conquista de Granada y las sucesivas expulsiones de moriscos y judíos en aras de la pureza de religión y de raza; y mental, al establecer un vínculo directo y afirmar la exclusividad de la herencia de la cultura clásica grecolatina, en realidad transmitida por y desde Oriente y compartida, junto a otras raíces comunes, con éste. De un descubrimiento - unos descubrimientos - que al afirmarse como tal – como algo encontrado y no como alguien con quien te encuentras, “res nullius” susceptible de convertirse en res propia – puede ser y es objeto de apropiación y de conquista, de integración en el mundo a través de la dominación.
Mas si la suya es la Historia de las ideas que han movido la Historia, también lo es la de una supremacía, y la de una limitación.
Ideas que han movido la Historia, le han exigido sacrificio, le han dado ese sentido que María Zambrano de califica como sacrificial y José María Ridao como tributario – basado en la idea de que el futuro está escrito de antemano y de que, en virtud del mismo, es legítimo sacrificar a una generación para que otra obtenga los beneficios – a veces antagónicas y enfrentadas, como las que alinearon y animaron a ambos bandos de la Guerra Fría, proyectos ilustrados, hijos de la razón y del pensamiento occidental con igual vocación de proyección e imposición global, de encarnarse en hegeliano fin de la Historia, que hicieron de ésta la última confrontación global que al tiempo fue una guerra civil en el seno de Occidente – el resto escenario de la misma -, lucha por la hegemonía entre universalidades o proyectos occidentales mutuamente excluyentes e igualmente ambiciosos de encarnar la universalidad universal. Y que en buena medida se han realizado en ella, configuran sustancialmente el mundo y nuestra forma de verlo.
Ideas, sin embargo, también utilizadas por la Historia - por el poder que hace la Historia - para hacerla, para asentar y expandir su supremacía en la misma. Pues la de Occidente es, en expresión de Sophie Bessis, la Historia de una supremacía. Historia, como nos muestra en Occidente y los otros, de la expulsión de Europa de su presencia y esencia oriental, física, con la conquista de Granada y las sucesivas expulsiones de moriscos y judíos en aras de la pureza de religión y de raza; y mental, al establecer un vínculo directo y afirmar la exclusividad de la herencia de la cultura clásica grecolatina, en realidad transmitida por y desde Oriente y compartida, junto a otras raíces comunes, con éste. De un descubrimiento - unos descubrimientos - que al afirmarse como tal – como algo encontrado y no como alguien con quien te encuentras, “res nullius” susceptible de convertirse en res propia – puede ser y es objeto de apropiación y de conquista, de integración en el mundo a través de la dominación.
Historia de la afirmación del hombre como medida de las
cosas y sujeto de la Historia, de la vida como proyecto individual, de
la razón como luz y guía, de las ideas frente a las creencias. De la
construcción de una universalidad por primera vez basada en las ideas
frente a las creencias, en la separación entre Iglesia y Estado, en la
razón frente a la fe. Precisamente por ello con vocación de
universalidad universal, conceptualmente compartible por todos y para
todos; universalidad abierta, de segundo grado, contenedor de
libertad y de proyectos, reglas del juego que no prejuzgan los
resultados. Ideas sobre el contrato social, los derechos humanos, la
división y equilibrio de poderes, la ley como expresión de la voluntad
popular y el sometimiento del poder a la misma; luces alumbradas en la
Ilustración que guiarán grandes transformaciones en la Historia y se
realizarán en ella. Historia concebida a su vez como proyecto a
construir por el hombre con los instrumentos otorgados por los avances
de la ciencia, el conocimiento y la técnica, escenario para la
realización del progreso, “destino manifiesto” a realizar en ella.
Historia, también, de una limitación. Limitación, para empezar, del hombre frente al ser humano. Frente a la mujer, pues esa afirmación y realización de derechos tiene sexo masculino, y se restringe en la práctica a los hombres. Limitación de sexo, y también de raza. Del hombre blanco frente al de color. Del ario frente al semita. El hombre que se realiza en la Historia y realiza la Historia, el hombre universal no es, en realidad, cualquier hombre. Es aquel que hacia dentro transforma las estructuras de poder preexistente en Estado de Derecho, democracia y división de poderes, realiza la revolución industrial y alcanza cotas de bienestar colectivo, libertades y realización de derechos fundamentales nunca experimentadas. Y hacia fuera, precisamente en base a los avances conseguidos y a las teorías de la evolución, a la civilización y la raza - o a la civilización o la raza, la confusión entre ambas -, afirma su supremacía, conquista y domina, transforma en civilización la barbarie, o la sustituye. Tal es la Historia del colonialismo que hará del mundo un mundo europeo bajo el manto de la realización de una misión civilizadora. O la de la conquista del Oeste de Estados Unidos.
Dominio que, planetariamente afirmado, hará del mundo no sólo escenario del dominio de Occidente, sino de su confrontación. Culminada la expansión colonial, realizada la misión civilizadora, la Historia no será ya la de la imposición de las ideas frente a las creencias, sino la de la lucha entre éstas, utopías o pesadillas, todas igualmente hijas de la razón de Occidente, que pretenden imponer su universalidad en Occidente y en el mundo. Pues si en el siglo XX el mundo ha conocido confrontaciones globales, las de las democracias liberales con el nazismo y otros totalitarismos en guerra caliente y con la utopía comunista del socialismo realmente existente en guerra fría tienen en común, como se ha señalado ya, el constituir luchas internas, guerras civiles de Occidente que hacen del mundo escenario de la resolución de la duda, no ya de si las ideas occidentales realizarán su universalidad frente al resto, sino de cuál de ellas impondrá su universalidad en la Historia.
Bien es cierto que, como señala Sophie Bessis, la Ilustración supuso un momento de duda, una puerta abierta a asumir esa universalidad del otro. Que, como nos recuerda Corm, la Ilustración fue vivida también con esperanza en Oriente, contemplada en sus sociedades y algunos dirigentes como las luces del camino de la transformación también ambicionada en su seno. Que esa segunda afirmación de universalidad - tras la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano por la Revolución Francesa al grito de libertad igualdad fraternidad - que supone la Declaración Universal de los derechos humanos y la refundación del sistema internacional con la creación de las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial dio lugar a un movimiento generalizado de descolonización que ha cambiado para siempre el mundo en que vivimos, originando un sistema en que Occidente puede tal vez intentar mantener o reinventar su supremacía, pero en el que los frutos de su labor civilizadora, a menudo con sus propios argumentos, han adquirido su propia vida, su propia actoría, su capacidad de producción de ideas a realizar en la Historia, Sur frente al Norte en reclamo de un nuevo orden global.
Pero no lo es menos que después de cada momento de duda ha habido una renovada capacidad de conceptualización y argumentación, que en la práctica ha reafirmado o reconfigurado la supremacía de Occidente, su carácter de sujeto protagónico, diseñador de cartas de navegación y timonel de la Historia global.
Y si tras la Ilustración fueron la raza, las teorías evolucionistas, la construcción del otro y del orientalismo y la afirmación de la misión civilizadora los cimientos del edificio interpretativo que permitió la realización de la afirmada universalidad como dominación universal de Occidente; tras la descolonización y la generalización planetaria del Estado como modelo de organización política sobre el territorio, el desarrollo – “la única idea contemporánea del progreso disponible en el mercado intelectual”, en expresión de Bessis - como leit motiv o meta a alcanzar, identificado con la situación alcanzada por Occidente, se constituye como nueva meta colectiva que marca, como nueva verdad revelada por la ciencia, el camino a seguir por el otro y la configuración de las reglas del juego global.
Camino que ha venido concibiéndose como único para una meta única y al tiempo imposible. Camino único, pues la universalidad del objetivo parece implicar la del camino, la receta a aplicar para alcanzarla, sucesivamente transformada pero siempre universal – de la sustitución de importaciones, el papel del Estado y el Nuevo Orden Económico Internacional; al ajuste estructural, la apertura de mercados, el libre comercio, la desregulación y privatización y retirada del Estado –. Meta única y al tiempo imposible, pues la globalización hace del bienestar material y condiciones de vida occidentales el objeto de un deseo cuya realización por todos resulta insostenible por insuficiencia de recursos, incompatible con la sostenibilidad del planeta; deseo realizable en el mismo únicamente por unos sobre la base y al precio de su no realización por otros.
Camino, en definitiva, cuyo recorrido se constituye en problema tanto en el fracaso como en el éxito. ¿Implica ello cambiar la meta?. ¿Implica ese cambio de meta un cambio de camino, de caminos, y de caminantes; que la del desarrollo global constituya una ruta a recorrer tanto por subdesarrollados como por desarrollados, la transformación de ambos?.
Camino cuestionado en la crisis que vivimos no sólo en su meta y su sentido, sino también en su unicidad. Pues junto al declive relativo de Occidente y la crisis de su modelo de desarrollo y gestión económica, nos muestra la emergencia de los emergidos, la llegada al desarrollo de quienes no han seguido necesariamente el mismo camino, precisamente en buena medida por no haberlo seguido. La emergencia, en definitiva, no sólo de un mundo multipolar, sino también policéntrico. Un mundo en que los viejos mapas mentales que lo concebían como un sistema centro periferia – y el desarrollo como el camino de la periferia hacia el centro – no nos sirven ya para orientarnos, para conducirnos por él, navegar por sus aguas. Un mundo que nos pregunta, en definitiva, por la universalidad de la universalidad occidental y su sentido.
Historia, también, de una limitación. Limitación, para empezar, del hombre frente al ser humano. Frente a la mujer, pues esa afirmación y realización de derechos tiene sexo masculino, y se restringe en la práctica a los hombres. Limitación de sexo, y también de raza. Del hombre blanco frente al de color. Del ario frente al semita. El hombre que se realiza en la Historia y realiza la Historia, el hombre universal no es, en realidad, cualquier hombre. Es aquel que hacia dentro transforma las estructuras de poder preexistente en Estado de Derecho, democracia y división de poderes, realiza la revolución industrial y alcanza cotas de bienestar colectivo, libertades y realización de derechos fundamentales nunca experimentadas. Y hacia fuera, precisamente en base a los avances conseguidos y a las teorías de la evolución, a la civilización y la raza - o a la civilización o la raza, la confusión entre ambas -, afirma su supremacía, conquista y domina, transforma en civilización la barbarie, o la sustituye. Tal es la Historia del colonialismo que hará del mundo un mundo europeo bajo el manto de la realización de una misión civilizadora. O la de la conquista del Oeste de Estados Unidos.
Dominio que, planetariamente afirmado, hará del mundo no sólo escenario del dominio de Occidente, sino de su confrontación. Culminada la expansión colonial, realizada la misión civilizadora, la Historia no será ya la de la imposición de las ideas frente a las creencias, sino la de la lucha entre éstas, utopías o pesadillas, todas igualmente hijas de la razón de Occidente, que pretenden imponer su universalidad en Occidente y en el mundo. Pues si en el siglo XX el mundo ha conocido confrontaciones globales, las de las democracias liberales con el nazismo y otros totalitarismos en guerra caliente y con la utopía comunista del socialismo realmente existente en guerra fría tienen en común, como se ha señalado ya, el constituir luchas internas, guerras civiles de Occidente que hacen del mundo escenario de la resolución de la duda, no ya de si las ideas occidentales realizarán su universalidad frente al resto, sino de cuál de ellas impondrá su universalidad en la Historia.
Bien es cierto que, como señala Sophie Bessis, la Ilustración supuso un momento de duda, una puerta abierta a asumir esa universalidad del otro. Que, como nos recuerda Corm, la Ilustración fue vivida también con esperanza en Oriente, contemplada en sus sociedades y algunos dirigentes como las luces del camino de la transformación también ambicionada en su seno. Que esa segunda afirmación de universalidad - tras la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano por la Revolución Francesa al grito de libertad igualdad fraternidad - que supone la Declaración Universal de los derechos humanos y la refundación del sistema internacional con la creación de las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial dio lugar a un movimiento generalizado de descolonización que ha cambiado para siempre el mundo en que vivimos, originando un sistema en que Occidente puede tal vez intentar mantener o reinventar su supremacía, pero en el que los frutos de su labor civilizadora, a menudo con sus propios argumentos, han adquirido su propia vida, su propia actoría, su capacidad de producción de ideas a realizar en la Historia, Sur frente al Norte en reclamo de un nuevo orden global.
Pero no lo es menos que después de cada momento de duda ha habido una renovada capacidad de conceptualización y argumentación, que en la práctica ha reafirmado o reconfigurado la supremacía de Occidente, su carácter de sujeto protagónico, diseñador de cartas de navegación y timonel de la Historia global.
Y si tras la Ilustración fueron la raza, las teorías evolucionistas, la construcción del otro y del orientalismo y la afirmación de la misión civilizadora los cimientos del edificio interpretativo que permitió la realización de la afirmada universalidad como dominación universal de Occidente; tras la descolonización y la generalización planetaria del Estado como modelo de organización política sobre el territorio, el desarrollo – “la única idea contemporánea del progreso disponible en el mercado intelectual”, en expresión de Bessis - como leit motiv o meta a alcanzar, identificado con la situación alcanzada por Occidente, se constituye como nueva meta colectiva que marca, como nueva verdad revelada por la ciencia, el camino a seguir por el otro y la configuración de las reglas del juego global.
Camino que ha venido concibiéndose como único para una meta única y al tiempo imposible. Camino único, pues la universalidad del objetivo parece implicar la del camino, la receta a aplicar para alcanzarla, sucesivamente transformada pero siempre universal – de la sustitución de importaciones, el papel del Estado y el Nuevo Orden Económico Internacional; al ajuste estructural, la apertura de mercados, el libre comercio, la desregulación y privatización y retirada del Estado –. Meta única y al tiempo imposible, pues la globalización hace del bienestar material y condiciones de vida occidentales el objeto de un deseo cuya realización por todos resulta insostenible por insuficiencia de recursos, incompatible con la sostenibilidad del planeta; deseo realizable en el mismo únicamente por unos sobre la base y al precio de su no realización por otros.
Camino, en definitiva, cuyo recorrido se constituye en problema tanto en el fracaso como en el éxito. ¿Implica ello cambiar la meta?. ¿Implica ese cambio de meta un cambio de camino, de caminos, y de caminantes; que la del desarrollo global constituya una ruta a recorrer tanto por subdesarrollados como por desarrollados, la transformación de ambos?.
Camino cuestionado en la crisis que vivimos no sólo en su meta y su sentido, sino también en su unicidad. Pues junto al declive relativo de Occidente y la crisis de su modelo de desarrollo y gestión económica, nos muestra la emergencia de los emergidos, la llegada al desarrollo de quienes no han seguido necesariamente el mismo camino, precisamente en buena medida por no haberlo seguido. La emergencia, en definitiva, no sólo de un mundo multipolar, sino también policéntrico. Un mundo en que los viejos mapas mentales que lo concebían como un sistema centro periferia – y el desarrollo como el camino de la periferia hacia el centro – no nos sirven ya para orientarnos, para conducirnos por él, navegar por sus aguas. Un mundo que nos pregunta, en definitiva, por la universalidad de la universalidad occidental y su sentido.
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