domingo, 2 de enero de 2011

Cuba: cambiar o morir.

El nuevo año llega a Cuba cargado de incertidumbre, con la supervivencia del sistema en juego y expectativas de que por fin se producirán cambios económicos en la isla. En el ojo del huracán están 11 millones de cubanos, de los cuales el 70% nacieron después de que Fidel Castro llegara al poder el 1 de enero de 1959.

Lo que se avecina es duro: después de medio siglo de políticas igualitaristas, el Estado empieza a recortar drásticamente gastos sociales y se dispone a limpiar las "plantillas infladas", un proceso traumático que en tres años eliminará 1.300 mil empleos estatales, uno de cada cuatro puestos de trabajo. El primer medio millón, en 2011.

Ayer mismo, el Gobierno retiró del sistema de racionamiento el jabón, la pasta dental y el detergente, productos que se vendían a muy bajos precios aunque su cuota no alcanzaba para llegar a fin de mes. Antes habían salido de la protección de la cartilla las patatas, los guisantes, los cigarrillos y la sal. En algunos casos, como el del jabón, el precio "por la libre" se multiplica por más de 25.

La presión de la crisis es asfixiante, pero con los recortes y las políticas de ajuste llegan también nuevas oportunidades. La apertura a la iniciativa privada y al trabajo por cuenta propia es "irreversible", afirma el Gobierno, aunque mucha gente no acaba de creérselo. "Ahora mismo no estamos hablando de el año que viene, sino de el país que viene", decía recientemente el diario oficial Granma, en un artículo que trataba de exponer la dimensión de los retos venideros.

Resuenan aún en la isla las palabras de Raúl Castro en su última intervención ante la Asamblea Nacional: "O rectificamos, o ya se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos y hundiremos el esfuerzo de generaciones enteras". Con este manotazo encima de la mesa, Castro quiso advertir a los suyos, sobre todo a los que desde dentro del régimen hacen resistencia o sabotean las incipientes reformas, que no hay más alternativa que cambiar.

Se pretende que en los próximos años 1.800 mil personas -aproximadamente el 40% de los cubanos que trabajan para el Estado- se busquen la vida por sus propios medios. Pero nadie sabe bien cómo puede propiciarse un salto de este calibre sin financiación, cuando todavía no están claras las reglas del juego y además se advierte que no se permitirá la acumulación de capital.

Lo difícil que está resultando eliminar la cartilla de racionamiento es una muestra de la encrucijada actual en que se halla el Gobierno. Cuba importa alrededor del 80% de los alimentos que consume y dedica cada año alrededor de 600 millones de euros a subvencionar los productos de la canasta básica, algo que desde hace tiempo se considera "insostenible".

Pero la precariedad en que viven la mayoría de las familias -el salario medio en Cuba no llega a los 15 euros mensuales- impide "quitarla de un golpe", reconoció hace dos semanas el ministro de Economía, Marino Murillo. "El camino", dijo, es "irla quitando paulatinamente". Y así con todo.

Cambiar o morir, ese es el dilema.

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