lunes, 24 de enero de 2011

Nunca se es suficientemente rica o delgada.

En la deliciosa novelita negra de Gore Vidal Muerte en la quinta posición (que publicara en 1954 bajo el seudónimo de Edgar Box) un personaje le dice a otro tras el primer crimen en el antiguo Metropolitan Opera House de Nueva York: "-Usted no sabe mucho sobre bailarinas".

En esa novela hay intrigas, se baila El lago de los cisnes y todo es siniestramente conflictivo, desde los camerinos hasta las bambalinas, desde una estrella que se está quedando ciega al borde del retiro hasta un coreógrafo tocón. Fue en otros tiempos, los mismos de cuando Wallis Simpson dijo: "Nunca se es suficientemente rica ni se está suficientemente delgada".

La obsesión por adelgazar no es nueva en ballet. El drama ciertamente narcisista de la bailarina de ballet es un debate a perpetuidad entre la báscula y el espejo, en la búsqueda de la perfección ejecutiva, lo que comporta expresarse con el cuerpo, mantenerlo en unos márgenes cercanos a un ideal impreciso, establecido por las tradiciones iconográficas y estilísticas.

Durante años, la bailarina preferida de Anne-Marie Holmes (la ex directora del Ballet de Boston que fue casi incriminada por la muerte por anorexia de una de sus bailarinas, Heidi Guenter) era la zaragozana Trinidad Sevillano, una bailarina temperamental, virtuosa y exquisita que no era precisamente ni alta ni delgada. Hoy día, hipotéticamente hablando, si Trinidad Sevillano tuviera que someterse a una audición de pruebas de acceso en cualquier gran compañía del mundo, no las pasaría. En su caso, primó el arte por encima de unos patrones estéticos que si bien son válidos en su conjunto, su uso indiscriminado les quita toda su eficacia.

El filme Cisne negro de Darren Aronofsky , que debe mucho a la novela de Vidal y no lo dice, no es película sobre el ballet, siendo un thriller medio gótico con pretensiones psicológicas que ha levantado revuelo en el mundo del ballet y fuera de él con varios frentes temáticos: la anorexia, la vida interna de las compañías de ballet y la compleja personalidad de la protagonista, encarnada por Natalie Portman, papel por el que acaba de ganar el Globo de Oro y que todos apuntan a los Oscar. El rechazo del mundillo de la danza ha sido prácticamente unánime.

En paralelo, una recensión y un artículo de opinión del crítico del periódico The New York Times Alistair Macaulay aparecidos estos días y donde se critica la rotundidad corporal de Jenider Ringer, una bailarina del New York City Ballet (NYCB) ha despertado la polémica con cargas de profundidad contra Macaulay; en realidad son tres piezas periodísticas, si se suma el análisis de Joan Acocella en The New Yorker alrededor de una discusión que flota en el ambiente: ¿decadencia o fin de una era, la del ballet clásico tal como entendemos hoy? Con ambos escritos la polémica está servida.

Hasta un hombre de la importancia y siempre distante como John Neumeier, director del Ballet de Hamburgo, se ha pronunciado esta semana en una entrevista en el diario alemán Hamburger Abendblatt, donde dice: "No me gusta Cisne Negro ni en su forma ni en su contenido.

Como una película de suspenso, es bastante aburrida. En cuanto al contenido se refiere, me choca. Se pretende abrir una puerta a un mundo desconocido, el del ballet, y retratar lo que realmente ocurre allí. Sin embargo, sólo muestra un mundo de fantasía, donde hay un cliché barato tras otro". Lleva razón.

¿Qué hay bailarinas anoréxicas? Es verdad, pero Cisne negro tampoco habla de esto explícitamente, sino que se sirve de una insinuación como ingrediente al suspense. La realidad del ballet no le interesa a Aronofsky y se le puede decir aquello de la novela de Vidal: "-Usted no sabe mucho sobre bailarinas", lo que probablemente le dará igual, pues hasta pone a bailar (con un resultado patético) a la Portman.

Los grandes iconos del ballet académico del siglo XX no eran precisamente "esqueletos armónicos" (para volver a la frase rescatada por Macaulay de una crónica del siglo XVIII): Maya Pliseyskaia, Alicia Alonso, Margot Fonteyn, Carla Fracci o Ivette Chauviré (por citar una rusa, una cubana, una británica, una italiana y una francesa) tenían cuerpos muy diferentes, propios, definitorios de su personalidad escénica en cada caso, y es cierto también que todas ellas, al final de sus carreras escénicas, adelgazaron, replegaron su musculatura en busca de retener la línea, palabra sagrada e importante. ¿Qué es la línea de la bailarina? El resumen armónico de sus formas con los que, desplegándose en el espacio, dibuja la danza misma.

Una supuesta democratización actual de la escena se convierte en banal, en una progresiva vulgarización de la estética del arte del ballet, su arquitectura medular y sobre esto advierte Macaulay en su artículo. Seamos serios: el ballet en su esencia plástica no admite el sobrepeso. ¿Por qué hay tan pocas grandes bailarinas, las verdaderas estrellas? La singularidad, la excepción de esas figuras es el resultado de la coincidencia en una misma artista de muchos elementos y factores, entre ellos, la línea física.

Hay quien quiere ver en el ballet algo románticamente religioso. Probablemente en el siglo XIX, en la época en que Gautier glosaba a Marie Taglioni y a Carlotta Grisi fuera realmente así; eso hoy es equivocado. Resulta mucho más práctico y objetivo guiar las carreras futuras por su vertiente más científica.

Como es cierto también que el universo de conservación del ballet clásico y académico debe plantearse desde los grandes centros productores de una manera lógica, no pisando cruelmente sobre la tradición, sino rescatando de esas huellas lo perdurable.

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