Elena Anaya: "Le diría a Rajoy que es mejor ponerse una vez colorado que cien veces amarillo"
Elena Anaya reina, cual Nefertiti moderna, en la cumbre del cine español. Más humana que divina, su riqueza reside en su personalidad, compleja y llena de matices.
23 de febrero de 2013
08:16 h.
Tras La piel que habito, de Pedro Almodóvar, llevaba dos años y medio sin hacer cine. ¿Fue una decisión suya?
No, yo habría hecho más, pero reconozco que siempre he sido selectiva y esta vez me he podido permitir el lujo de elegir. Estaba esperando a que me llegase un proyecto que supusiera un reto grande. ¡Qué le voy a hacer! Me gustan las cosas difíciles.
¿Como el filme que está rodando ahora?
Sí. Es uno de los guiones más bonitos que he leído en mi vida. Llevo muchos años deseando que se ruede esta película y por fin se ha conseguido gracias a todas las ayudas posibles, pues Beatriz Sanchís es una directora novel. Para mí es un orgullo poder participar porque es un largo que me encantaría ver como espectadora.
Todos sus personajes se caracterizan por tener una gran intensidad. ¿Es porque en su vida es lo opuesto y se desahoga con su profesión?
Mi vida es bastante tranquila y muy alejada de mis retos en el cine. Pero tampoco me lo pongo muy fácil, me guío por la intuición y el instinto.
Y entre rodaje y rodaje, ¿qué hace?
Estudiar con mis profesores, ir de oyente a las clases y ver lo que hacen los alumnos. Me parece un aprendizaje diario precioso. Es un oficio tan bonito, tan misterioso y se manipulan cosas tan sutiles y tan difíciles, que, cuando das con esas emociones, crees en la magia. Eso ocurre en las salas de ensayo.
Sí, este oficio no es siempre tan bonito. No todos los días se descubren cosas maravillosas ni trabajas con gente increíble. Es un camino de mucha soledad, de encontrarte con todos tus monstruos sola, en casa. Esa es la parte de las penumbras que nunca se llega a ver. Pero, además, conlleva otras consecuencias que son una pesadilla, como la popularidad, que tu vida personal pueda interesar más que lo que haces. Aun así, me siento querida y acompañada. La vida me está tratando muy bien, porque yo no soy muy fuerte y, ante una avalancha de pánico y momentos de dificultad, soy fácil de derribar. Creo que estoy eligiendo bien mi carrera. Soy consecuente con lo que quiero.
Cuando habla de cosas terribles, ¿se refiere especialmente a tener paparazis que le hagan fotos con su pareja?
Las hay peores. Hubo una temporada que dejé de salir por la noche. Me daba miedo porque, en una ocasión, un tío más fuerte que yo me agarró en un bar y me dio un beso asqueroso. Sentí mi ser invadido. El hecho de que me persigan los fotógrafos es chungo, pero solo ha ocurrido en un par de ocasiones muy concretas y luego se olvidan. Ahora vivo en mi barrio a gusto y tranquila. Llevo la vida que quiero. Pero a veces tengo que convencerme de eso para no encerrarme en casa.
El alto precio de la fama…
Los miedos existen. Nos acompañan a todos y la cuestión es darles su justo espacio y medida. Si dejas que vayan a más, puedes llegar a tener una paranoia tal que no quieres ni hablar con tu portero. Por eso creo que hay que vivir con mucha normalidad y tranquilidad.
¿Qué es lo que le despierta más miedos?
La enfermedad. La he vivido muy de cerca. Por eso intento cuidarme y cuidar a los que tengo al lado.
La fuerza que tiene una mujer es única y poderosa. Pero depende de cada ser. Hay hombres capaces de generar una fuerza de movimiento y pensamiento alucinante para involucrar a mucha gente. Me siento muy agradecida por todo lo que las mujeres que he tenido alrededor me han enseñado.
¿Qué es lo más grande que ha aprendido de ellas?
Ay, es que tengo una madre que es una maestra y a quien admiro cada día más. Soy muy fan de ella. Me da una lección diaria. Es una alegría muy grande poder tener a una sabia tan cerca, que me aporta cosas tan importantes como las ganas de querer vivir.
¿Qué le gustaría parir antes de los 40?
Tengo 37, sí, y estoy a punto de cambiar de década. Nunca he querido pensar mucho en eso porque me pongo nerviosa, pero soy consciente de ello y tengo sensación de finitud. Ya no es la misma visión de los 20 años, en los que no veía el final. Ahora ya no queda tanto, puede quedar la mitad de mi vida. Se acaban las opciones de tener hijos, de dar pasos y formar cosas. Las historias siempre puedes seguir contándolas. Pero ¿qué quiero parir antes de los 40? Quizá ha llegado el momento de parar, planteárselo y decidirlo.
¿Qué le hace salir a las calles a protestar?
Hay muchos motivos, vivimos un momento de salir a gritar, plantarse y hacerse con una pancarta enorme. Me sumo y me emociono diariamente con movimientos como la rebelión de los cerrajeros con el tema de los desahucios. Me da pavor pensar cómo se mantiene un sistema de hipotecas tan fraudulento y engañoso, cómo un banco tiene el poder de quitarte un piso y dejarte en la calle. ¡Qué enfadados deberíamos estar todos con lo que está pasando! ¡Cuánto hay que luchar y cuánto hay que ayudarse! En este momento no vale la depresión; hay que hacerse fuerte y reinventarse, tirar para delante y arrinconar la tristeza.
Porque estas últimas semanas han empezado varios culebrones… Lo intento y cada vez que veo una información nueva me planteo si la ficción está dentro o fuera del rodaje. Y encima hoy, haciendo la cola en el súper, un señor me cuenta que Ratzinger ha dimitido. Entre todos consiguen que la gente pierda la esperanza y los ideales políticos.
Imagínese que tiene al presidente del Gobierno delante. ¿Qué le diría?
Hace años me invitaron a la Moncloa a hablar de las coproducciones latinoamericanas en una comida con Aznar. Productores y directores se pasaron todo el rato hablando del Banco Mundial y a mí en aquel momento me quedaba todo muy lejos. Cuando me tocó el turno dije: «Voy a aprovechar que estoy aquí para pedir un carril bici para Madrid». Recibí unas miradas... patadas no, porque la mesa era gigante y no llegaban; pero supe que no era la persona adecuada para hablar con el presidente. Eso sí, luego dije todo lo que tenía que decir.
¿Y ahora, si pudiera hablar con Rajoy, le pasaría lo mismo?
No. Le diría que lo que está ocurriendo en su partido es una vergüenza y que es mejor ponerse una vez colorado que cien veces amarillo. Tendría que dar la cara, porque cuando se mete la pata de esta manera lo mejor es ser sincero. También debería ser respetuoso con los 42 millones de personas que representa y pensar en el derecho de todos a la sanidad pública, a la vivienda, a la educación y a la cultura. Yo le recomendaría que fuera a una escuela de Bambasi.
¿Y eso?
Soy embajadora de buena voluntad de Acnur y hace poco me llevaron a uno de los campamentos de refugiados de Etiopía para ver in situ cómo trabajan, cómo sacan las cosas adelante y cómo es allí la vida. Y parece un milagro. Pensé que no había mejor mirada que la del director de cine Fernando León de Aranoa –trabajé con él hace 18 años en Familia– para contarlo. Nos fuimos para allá, estuvimos en las escuelas que habían construido e hicimos un vídeo que podrá verse el Día del Refugiado.
Supongo que es una experiencia que mueve cosas por dentro.
Iba con cierto temor porque sabía que podría afectarme, pero el viaje ha sido muy generoso conmigo. Me ha aportado muchas cosas, entre ellas, me ha dado una lección de honradez inmensa. Etiopía, un país tan pobre, acoge a miles de refugiados con los brazos abiertos y aquí llegan 14 en una patera ¡y mira la que se monta! Es una visión totalmente diferente de lo que es un ser humano.
Pues prefiero no saber quiénes son. A mí me encanta Penélope porque es la única actriz española que tenemos en primera división. Además de ser una tía encantadora, es una luchadora: lo que ha conseguido ella no lo ha conseguido nadie.
¿Y qué hay que hacer para que haya una segunda española tan relevante en Hollywood?
Dedicarte en cuerpo y alma a ello, renunciar a muchas cosas de tu vida, ser muy bueno, tener suerte y que te quieran allí. Son muchos factores y por eso estoy muy orgullosa de Penélope. Hace poco me invitó a un estreno suyo en Los Ángeles. Cuando llegué al cine y me iba a sentar en las butacas, Javier (Bardem), que se había dado la vuelta, le dijo a Penélope: «Mira, ha venido Elena Anaya». Ella se giró y como había tanto ajetreo y casi no la podía saludar en ese momento, solo se me ocurrió gritarle: «¡Viva tu coño!».
Parece sacado de un guion de Almodóvar. Y dígame, del mundo de la moda, ¿qué es lo que más le ha llamado la atención?
Tuve la oportunidad de ver el último desfile de John Galliano para la casa Dior, antes de que lo echaran. Iba con Almodóvar del brazo y sentí las mismas emociones que cuando estuve en Disney con 14 años. Eso de permanecer unos días en un mundo de tanta fantasía es increíble.
Después de años de profesión, seguro que tiene alguna buena historia con el vestuario de algún rodaje o estreno.
Una de las primeras veces que presenté un Goya, un diseñador (cuyo nombre no voy a decir porque me parece lo peor) me dejó un vestido palabra de honor. Le pregunté por qué se le llamaba así y me dijo: «Porque te doy mi palabra de honor de que nunca se cae». Un minuto antes de salir al escenario estornudé y me quedé en tanga. Menos mal que la encargada de vestuario me puso pegamento fuerte y me lo adhirió al cuerpo. Así salí.
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