Lo que está en juego
PSOE y socialistas catalanes deben acreditar un horizonte común, por su bien y por el de todos
La creciente tensión entre el socialismo catalán y el PSOE no
interesaría más que a sus militantes si no fuera porque amenaza con
arruinar una de las fuerzas que han hecho posible la actual España
democrática. Más aún: en la cohesión territorial, el socialismo actúa
como un cualificado gozne entre las pulsiones centrípetas y centrífugas.
El PSC, como fuerza catalanista y española, y su hermano mayor, el PSOE
como partido español de tradición también liberal (y no solo jacobina)
en la cuestión nacional —y en esa virtud capacitada para acomodar las
fricciones territoriales— constituyen, al menos hasta hoy, un pilar
básico del esqueleto autonómico de la España contemporánea.
Sería un desastre que esa función cumplimentada por ambos partidos quedase en el erial o en el olvido. Porque a la postre se multiplicarían las ópticas extremas y excluyentes —centralista e independentista— que tratan de capturar el futuro de este país.
Ahora bien, para desarrollar esa función de encaje, que exige firmeza y flexibilidad, ambas formaciones deben acreditar capacidad de establecer un horizonte común: lo contrario de lo que acaba de suceder, por vez primera en la historia democrática, a raíz de unas resoluciones sobre la conveniencia de negociar un referéndum sobre el futuro de Cataluña en su relación con España.
Si la tradición de este país bebiese en fuentes federales o confederales, no sería un drama que socialistas (o conservadores) de un lado u otro votasen circunstancialmente en sentido contrario, o defendiesen posturas contrapuestas a través de grupos parlamentarios diferenciados: sucede en Alemania, en Bélgica y en Canadá. Pero no es la tradición dominante, por lo que los distintos enfoques dentro de cada familia deben agotar su capacidad de negociación interna antes de exhibir su desnudo desacuerdo ante los electores.
El PSC se juega en este envite su papel de fabricante de cohesión durante 30 años en Cataluña. El PSOE, además, la credibilidad de su actual cúpula, nacida de un congreso que afloró una gran fractura interna; que fracasó en sucesivas elecciones autonómicas; y que apenas aprovecha la debilidad gubernamental para afianzar su alternativa. Ante el reto adicional de la cuestión catalana, el PSOE de Rubalcaba debe optar. Por la dureza, por la flexibilidad o por una mezcla de ambas.
Sería un desastre que esa función cumplimentada por ambos partidos quedase en el erial o en el olvido. Porque a la postre se multiplicarían las ópticas extremas y excluyentes —centralista e independentista— que tratan de capturar el futuro de este país.
Ahora bien, para desarrollar esa función de encaje, que exige firmeza y flexibilidad, ambas formaciones deben acreditar capacidad de establecer un horizonte común: lo contrario de lo que acaba de suceder, por vez primera en la historia democrática, a raíz de unas resoluciones sobre la conveniencia de negociar un referéndum sobre el futuro de Cataluña en su relación con España.
Si la tradición de este país bebiese en fuentes federales o confederales, no sería un drama que socialistas (o conservadores) de un lado u otro votasen circunstancialmente en sentido contrario, o defendiesen posturas contrapuestas a través de grupos parlamentarios diferenciados: sucede en Alemania, en Bélgica y en Canadá. Pero no es la tradición dominante, por lo que los distintos enfoques dentro de cada familia deben agotar su capacidad de negociación interna antes de exhibir su desnudo desacuerdo ante los electores.
El PSC se juega en este envite su papel de fabricante de cohesión durante 30 años en Cataluña. El PSOE, además, la credibilidad de su actual cúpula, nacida de un congreso que afloró una gran fractura interna; que fracasó en sucesivas elecciones autonómicas; y que apenas aprovecha la debilidad gubernamental para afianzar su alternativa. Ante el reto adicional de la cuestión catalana, el PSOE de Rubalcaba debe optar. Por la dureza, por la flexibilidad o por una mezcla de ambas.
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